Editorial

Más Estado

Editorial · Fernando de Haro
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20 septiembre 2015
Se cumplen siete años de la quiebra de Lehman Brothers, el momento que señala el comienzo de la gran crisis. La onda expansiva todavía dura y obliga a superar ciertos clichés sobre el papel del Estado, ideas que se acuñaron en las décadas de los 80 y 90 del pasado siglo. En los años inmediatamente anteriores e inmediatamente posteriores a la caída del comunismo parecía conveniente utilizar la expresión “más sociedad menos Estado”. Se hacía para defender el protagonismo de los cuerpos intermedios. Era una fórmula que sintetizaba el principio de subsidiariedad, nacido en la doctrina social de la Iglesia. La interpretación liberal que se hizo de aquel principio, y lo sucedido en los últimos años, parece sugerir la necesidad de acompañar la subsidiariedad con la solidaridad. Y, sobre todo, invita a repensar el valor del Estado y de las instituciones globales.

Se cumplen siete años de la quiebra de Lehman Brothers, el momento que señala el comienzo de la gran crisis. La onda expansiva todavía dura y obliga a superar ciertos clichés sobre el papel del Estado, ideas que se acuñaron en las décadas de los 80 y 90 del pasado siglo. En los años inmediatamente anteriores e inmediatamente posteriores a la caída del comunismo parecía conveniente utilizar la expresión “más sociedad menos Estado”. Se hacía para defender el protagonismo de los cuerpos intermedios. Era una fórmula que sintetizaba el principio de subsidiariedad, nacido en la doctrina social de la Iglesia. La interpretación liberal que se hizo de aquel principio, y lo sucedido en los últimos años, parece sugerir la necesidad de acompañar la subsidiariedad con la solidaridad. Y, sobre todo, invita a repensar el valor del Estado y de las instituciones globales.

El aniversario de la quiebra de Lehman Brothers ha coincidido con una decisión muy significativa de la FED. La Reserva Federal de los Estados Unidos no ha subido el precio del dinero. Desde hace semanas se habla de la conveniencia de poner fin a los estímulos monetarios que precisamente están en vigor desde 2008. En el país de Obama hay casi pleno empleo y el incremento del PIB es notable. Habría llegado el momento de acabar con la política de dinero barato. Pero los economistas no se fían. Nadie sabe qué se esconde detrás del estallido bursátil de China. A lo mejor es solo un ajuste, una señal para emprender una modernización que no ha llegado al Gigante Asiático. A lo peor es el comienzo de un cambio con efectos desastrosos: el que supondría pasar de tasas de crecimiento del 7 por ciento al 3 ó al 4 por ciento. La segunda locomotora del mundo dejaría entonces de tirar. En realidad nadie sabe qué hay tras la muralla china. Pero hay quien marca el calendario con un pronóstico funesto: 2008, empieza la crisis financiera en Estados Unidos; 2010, estalla en Europa; 2015, se pincha la burbuja china.

Hay economistas liberales para los que el error no fue dejar caer Lehman Brothers. La equivocación habría sido que el presidente de la Reserva Federal, Bernanke, y el secretario del Tesoro, Paulson, pidieran al Congreso un paquete por valor de 700.000 millones de dólares para el rescate del sistema financiero. En realidad la quiebra de Lehman fue una excepción. El Gobierno de Estados Unidos ha gastado mucho dinero en mantener a flote su sistema bancario. Los bancos fueron rescatados y también fueron rescatados los ciudadanos con la política de compra de bonos (1,6 billones de dólares hasta el año pasado) por parte de la FED. Comprar bonos significa meter más dinero en el sistema, lo que facilita el consumo y la creación de empleo.

La izquierda lleva en gran medida razón cuando asegura que en Europa se han rescatado los bancos pero ha faltado el rescate de los ciudadanos. A partir de 2010 Alemania dicta las conocidas recetas de austeridad que enfrían la recuperación. Y señala a Grecia, España, Italia y Portugal como los responsables de lo sucedido. Como si el país de Merkel no hubiera sido también responsable de la fiesta irresponsable. Los países del sur de Europa gastamos más de lo que teníamos porque los ahorradores alemanes hicieron llegar su dinero a las tierras soleadas, buscando unos rendimientos que a todas luces eran desmedidos.

Hace 30 años se libró la batalla contra un exceso de inflación, contra la excesiva intervención del Estado, contra el poder desmedido de los sindicatos. La lucha tuvo sentido. Pero las medidas que triunfaron entonces, sobre todo las relativas a la liberación del mercado y a la desregulación financiera, explican en parte la crisis que sufrimos desde 2008. La religión comunista se sustituyó por el sueño de los “mercados eficientes”. La teoría económica que se formuló bajo ese nombre se alimentaba del viejo mito de un mercado perfecto, capaz de transformar el egoísmo individual en bien común. La globalización y el desarrollo tecnológico permitían un manejo de la información extraordinario. Todo era transparente: los desajustes se corregían solos. Teníamos tantos datos como necesitábamos para generar, de modo casi automático, la eficiencia.

Y el monstruo creció. Y se desarrolló un sistema financiero capaz de devorar a la economía real desde dentro. Las últimas intervenciones han supuesto un cierto remedio, pero el fantasma de la inestabilidad financiera sigue muy presente. Y las soluciones adoptadas, sobre todo en Europa, han incrementado la desigualdad. El caso de España es paradigmático. Inestabilidad financiera y desigualdad son amenazas serias para los sistemas democráticos que siempre se fundamentan en una amplia clase media.

Hace falta más Estado para que haya más sociedad. La globalización de los mercados es irreversible, pero ha adquirido una autonomía que puede devorar la libertad y la prosperidad. Necesita contrapesos adecuados. Al hablar de Estado no hay que pensar en las viejas formas. En el caso de Europa es evidente. La frase que Mario Draghi pronunció el 26 de julio de 2012 nos salvó del abismo. “Haremos todo lo que esté en nuestra mano para preservar el euro”, aseguró ese día el presidente del Banco Central Europeo. Y aquello calmó la tormenta. No hizo falta gastar la munición para mantener a flote la moneda única. Es un buen ejemplo del valor de una instancia que puede ejercer un “plus de soberanía”. Eso sí, la lista de tareas pendientes que tiene Europa, por desgracia, es larga: unión bancaria, mutualización de la deuda, planes de estímulo (el de Juncker se ha quedado corto)…

Una mayor consistencia del Estado no es necesariamente peligrosa. Un Estado más fuerte no tiene por qué intervenir directamente, puede dar protagonismo a la sociedad para que lo haga. En Atenas se consideraba “idiota” al que no participaba en la vida de la ciudad. Un Estado fuerte, inteligentemente concebido y dirigido, facilita esa participación.

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