Martini y la sinfonía dramática de la Iglesia

Mundo · José Luis Restán
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4 septiembre 2012
"En la Iglesia las diferencias detemperamento y de sensibilidad, lo mismo que las diversas interpretacionessobre las urgencias de cada tiempo, expresan la ley de la comunión: lapluriformidad en la unidad". Son palabras del arzobispo de Milán, Ángelo Scola,durante el funeral por su predecesor en la cátedra de San Ambrosio, el CardenalCarlo María Martini. Y en medio de la cascada, a veces poco armoniosa, deimágenes y de palabras que ha provocado la muerte del purpurado jesuita, meparece que constituyen la orientación más serena y decisiva para ponderar unafigura tan potente como controvertida. 

Martini ha sido sobre todo uncreyente en Jesucristo, un hombre de Iglesia a la que ha servido con lealtad. Yno es decir poco, ya que a través de páginas enteras dedicadas a su alabanza enalgunos medios, apenas se encuentra rastro de esa raíz sin la que toda su vidase hace incomprensible. La paradoja es que un hombre tan celebrado por la granprensa (en tiempos en que ésta dispensa la hiel a manos llenas cuando se tratade la Iglesia) haya tenido que convivir toda la vida con una imagen que no lecorrespondía en absoluto. Para muchos de los que ahora le aplauden Martini habríasido el gran antagonista, la otra cara de la moneda, el anti-Papa, el hombresiempre incómodo con lapropia Iglesia en la que había nacido y que le había llamadoa las responsabilidades más altas.              

Pero la realidad es testaruda.Cuando tenía 52 años y era rector de la Universidad Gregoriana,Juan Pablo II le eligió para regir una de las diócesis más importantes delmundo. Era muy joven, apenas tenía experiencia pastoral y no era un secreto quesu visión de las cosas no era coincidente en varios aspectos con la de un Papaque sin  embargo, nunca dejó de confiaren él, incluso cuando algunas de sus tomas de posición públicas podíainterpretarse como una discrepancia, discreta o clamorosa. Martini no ha sidoun "extraño" al curso eclesial de los últimos treinta años, más bien ha sido unprotagonista evidente, mimado por unos y discutido por otros, pero siempre ensu casa.

Mucho se ha hablado también de surelación con Joseph Ratzinger, antes y después de la llegada de éste a la sedede Pedro. Eran coetáneos y les unía su condición intelectual, su pasión por eldiálogo y su deseo de encontrar una reconciliación entre la Iglesia y lo mejorde la modernidad.Además, y éste es un hecho documentado, se profesaron siempremutua estima y respeto, dentro de sus análisis y propuestas discrepantes.Mientras Martini cultivó sobre todo los debates éticos e institucionales ycentró en ellos su batalla por la renovación de la Iglesia, Ratzinger siemprese apasionó por la naturaleza del acontecimiento cristiano y centró su miradaen la relación fe-razón como clave para una nueva modernidad que salvaguardasela razón y la libertad como camino hacia el Misterio. Ambos reconocían que laIglesia se puso a la defensiva en algunos temas a partir de la Ilustración ycompartían la certeza de que esa ruta era estéril a la larga. Pero mientrasMartini realizaba una lectura plomiza de los últimos doscientos años de vidaeclesial, Ratzinger desarrollaba su tesis newmaniana de la renovación en lacontinuidad y reclamaba una apertura mutua y una purificación recíproca entrefe y razón moderna.

No se trata de decir que todo hasido un camino de rosas. La sinfonía de la Iglesia se compone  a lo largo de la historia con disonancias ydolores, con tensiones que sólo la misericordia y el perdón que obra la graciade Dios pueden resolver en un impulso constructivo. Y en esto Martini ha dado yha recibido. En su largo protagonismo ha cosechado críticas ciertamente amargasy no pocas veces injustas; pero a su vez ha causado también dolor, por ejemplocuando ha impugnado públicamente la Humanae Vitae, aquella encíclica que costó sangresudor y lágrimas a Pablo VI, esa encíclica que Benedicto XVI consideraprofética, precisamente una expresión de auténtica modernidad cristiana.      

En todo caso el cardenal Martinies mucho más que la caricatura de intelectual enfadado con su Iglesia, que noshan transmitido estos días los que siguen acariciando la pretensión decontrolarla desde las cabinas de mando del poder mediático, económico opolítico. La ironía del Espíritu Santo ha querido que sea precisamente elCardenal Scola  (caricaturizado también poralgunos como el anti-Martini) quien trace su verdadero perfil, el que valedefinitivamente para la Iglesia: el de un pastor atento a la realidadcontemporánea, dispuesto a acoger a todos, apasionado por el ecumenismo y eldiálogo interreligioso, siempre en busca de caminos de reconciliación por elbien de la Iglesia y de la sociedad civil. Evidentemente todo esto lo hizo consu propio estilo, con su personalidad y su temperamento que no le ahorraronchoques y amarguras, no pocas desde la orilla de quienes de empeñaron hasta elfinal en instrumentalizarle. Pero todo eso debe verse ya  con una serena piedad desde la Jerusalénceleste que siempre anheló transitar.        

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