Mapa de sonidos de Tokio
Coixet siempre había dado vueltas a los mismos temas, como la incomunicación, la maternidad, el dolor y la sanación, la convivencia con la muerte, la belleza herida, el viaje hacia el otro… y siempre ofrecía una salida más o menos luminosa al drama de los personajes. Sin embargo, su última película ofrece una salida falsa a la rabiosa soledad de sus protagonistas, y deja a éstos y al espectador sumidos en el escepticismo nihilista más deprimente.
La historia ocurre en Tokio. Una chica japonesa se suicida supuestamente a consecuencia de la relación tortuosa con su novio David, un empresario español afincado en Tokio. El padre de la finada, desesperado por la muerte de ella, no soporta ver vivo a David y contrata a una asesina a sueldo para que acabe con él. Pero ella se enamora de David, y en vez de matarlo se ve arrastrada a una cadena de encuentros sexuales que acabarán en callejón sin salida.
Todos los personajes están sumidos en una soledad tremenda en medio de esa inmensa urbe antropófaga. Entre ellos no hay nunca verdadera comunicación. El narrador del film, un ingeniero de sonido que sigue a la chica para registrar sus sonidos cotidianos, y ni siquiera él, su confidente más autorizado, logra saber nada de lo que hay en su joven corazón. Las relaciones sexuales entre ella y David son una evasión al dolor, reconocido explícitamente así, y por tanto tampoco son signo de una verdadera relación humana.
Los procesos y las heridas se cierran en falso y el resultado es una nada saboreada con una estética nostálgica; una canción de Antony and the Johnsons pone el broche final a esta cinta melancólica y crepuscular. Este nihilismo autocomplaciente es, por otra parte, la marca del productor del film, Jaume Roures, conocido por lo ideológico y sectario de sus productos, siempre al servicio de la mentalidad oficial.