Manchester, pobre pero con alma

España · Giorgio Vittadini
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26 mayo 2017
“He limpiado los rostros y cuerpos de los niños. Soy pobre pero tengo alma”. Con estas palabras describía su labor un sintecho de Manchester que acudió a prestar ayuda tras la horrible masacre de la semana pasada. Él estaba allí y no quiso ignorar los gritos, el estado de shock, la multitud. Al escucharle es como si el mundo entero sintiera que ha estado allí con él.

“He limpiado los rostros y cuerpos de los niños. Soy pobre pero tengo alma”. Con estas palabras describía su labor un sintecho de Manchester que acudió a prestar ayuda tras la horrible masacre de la semana pasada. Él estaba allí y no quiso ignorar los gritos, el estado de shock, la multitud. Al escucharle es como si el mundo entero sintiera que ha estado allí con él.

Una tragedia que se ha pasado de la raya: jóvenes inocentes reunidos en torno a la música, sueños y esperanzas en devenir. Georgina, John, Saffie-Rose, Olivia, Liam, Chloe… hemos conocido sus nombres. Vidas de niños y adolescentes truncadas o traumatizadas para siempre, pues la herida de los supervivientes permanecerá siempre presente, de un modo u otro.

Se dicen y se dirán muchas palabras sobre lo sucedido, es inevitable cuando la vida “te agarra por el cuello”. Pero ninguna palabra, ningún pensamiento podrá cerrar ningún círculo. De ahí que el silencio ante estos hechos parezca tal vez la postura más humana. Estar, participar del sufrimiento, sin huir.

“¿Qué van a hacer a un concierto?”, preguntaba con cierta sospecha una “piadosa mujer” a un amigo que le hablaba de su dolor ante lo sucedido. Hay muchas maneras de huir de algo que es insoportable. Por ejemplo, como ha hecho ella, imaginando una responsabilidad indirecta de estos chavales y sus familias por participar en lo que no sabemos si definir como una manifestación de consumismo, hedonismo y perdición. Es como si no hubiera muerto a causa del Isis sino a causa de otro mal que a estos chavales no han educado a contrastar, el mal del mundo, identificado por algún motivo con un concierto de pop.

Ya vimos este tipo de reacciones tras la matanza del Bataclán en París. Ya entonces algunos desviaron el muro de la división. En vez de separar a los asesinos de los espectadores del concierto, dividía a las víctimas de aquellos que las juzgaban por sus opciones de vida. Como si hubiera circunstancias que, a priori, pudieran excluir experiencias significativas de vida. Con si hubiera otro mundo, no el real, en el que dar los pasos de nuestra búsqueda de sentido. El mundo está hecho también de música, desenfado y diversión. Como si se pudiera juzgar el sentido de una vida y de una muerte. No, nosotros somos demasiado pequeños para eso. Nosotros podemos permanecer y gritar a nuestro Dios que no nos permita perdernos en la nada del sinsentido.

Si aquello en lo que creo se defiende detrás de muros o, peor aún, se usa para afirmar una distancia de superioridad, ¿no vale demasiado poco? Si empezamos a distinguir entre muertos y vivos en virtud de lo cercanos que están a nuestras creencias, ¿dónde acabará el valor de nuestra civilización?

Un ser humano vale “más que todo el universo” y basta. “No tendréis mi odio”, escribía Antoine Leiris tras perder a su mujer en Bataclán. Esperemos que los niños que han muerto en Manchester no tengan que encontrarse con nuestros muros.

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