Make Raticulín great again. Carlos Jesús, I.M.

Carlos Jesús era el pseudónimo de Carlos Cabello (1945-2025), un curandero y vidente sevillano que alcanzó gran fama mediática entre 1992 y 2005, a raíz de su participación en varios programas de televisión, como Al Ataque de Alfonso Arús (en Antena 3) o Crónicas Marcianas de Javier Sardá (en Telecinco). Carlos Jesús estaba convencido de tener dos personalidades, Micael y Cristofer: cuando estaba poseído por Micael era la reencarnación de Jesuscristo, que habitaba en el planeta Raticulín, y cuando volvía a su existencia terrícola, regentaba un negocio de sanación y videncia en Dos Hermanas (Sevilla).

Sus intervenciones televisivas eran un híbrido entre un descacharrante humor involuntario y una crudísima crónica social de las periferias más culturalmente atrasadas y marginales del país: “Una de las cosas más bonitas es la de poder quitar los virus, he curado a un negro de SIDA y también puedo quitar los virus de las máquinas «ibe-eme-eme», como una empresa en que un técnico llevaba doce horas sin lograrlo. Miré al cielo y dije: «Jesús, haz acto de presencia», puse las manos y pum, pum, en un momento, quité los virus de la máquina.”

Sin embargo, la clave de su tirón radicaba en el fuerte contraste que mostraba entre la absoluta seriedad de su gesto —la total seguridad con la que hablaba—, y cómo iba adaptando sobre la marcha sus vaticinios a las circunstancias, regateando las objeciones de sus interlocutores, como en su famosísima perorata sobre el fin de los tiempos: “Ya ves cómo va el mundo, la atmósfera, el trabajo… Mira, Cristo me dijo que el fin del mundo será al día siguiente de que Jerusalén sea asaltado por los israelitas. [El entrevistador le interrumpe: “¡Pero si los israelitas ya están en Jerusalén!”] Pues será en Belén, que es el pueblo donde nació Jesús. Pero es que además se acerca un gran asteroide a la deriva, el «Argamedón», que pasará tan cerca de la tierra que hará que nuestro planeta cambie el eje y se produzcan tres días de oscuridad. El sol estará tapado, la gente mirará al cielo y a la tierra se acercarán tres millones de naves que recogerán a los 10.144.000 de personas que tengan la señal del Padre y del Hijo impuesta por mí. Los demás, aunque han sido llamados, no han creído.”

Saltamos a marzo de 2025: Donald Trump, cumpliendo las amenazas que llevaba varias semanas esparciendo en redes sociales e intervenciones televisivas, empieza a dictar sus primeras órdenes ejecutivas que imponen elevados aranceles a aquellos países con los que EEUU, según los estudios de sus técnicos, tienen un déficit comercial. Sin entrar a valorar la pertinencia económica o política de estas medidas, lo cierto es que la forma en la que en cada caso particular están fijados los aranceles no tiene una explicación económica, financiera y fiscal que alcance un mínimo de coherencia que permita su análisis crítico. En este sentido, existe una opinión prácticamente unánime en los profesores y expertos en teoría económica —de toda ideología y procedencia geográfica— de que los criterios de cálculo usados por la Administración Trump son, en el mejor de los casos, puramente arbitrarios.

Además, frente a lo prometido durante meses por el propio Presidente de EEUU, el mero anuncio de la emisión de las órdenes ejecutivas ha causado un desplome bursátil mundial sin precedentes desde el Crack de 1987 (¡aún mucho peor que las crisis de las hipotecas sub-prime y de la quiebra de Lehman Brothers de 2008!), una inmensa pérdida de valoración bursátil de las grandes empresas tecnológicas e industriales norteamericanas y, lo que es peor, ha desencadenado un a priori inverosímil acercamiento comercial entre China, Corea de Sur y Japón —uno de los objetivos más ambicionados por Trump era recuperar la hegemonía estadounidense en el escenario Asia-Pacífico—, sin contar con la incuantificable pérdida reputacional de EEUU en Canadá, UK y la UE, así como de las empresas de los magnates que, como Elon Musk, se subieron al carro del trumpismo.

Ante tremendo baño de realidad, que a una mente más o menos funcional le conduciría si no a una autocrítica, al menos a una cierta prudencia, el trumpismo militante ha salido en tromba en defensa de los descalabros del Jefe mediante un ejercicio de pensamiento alternativo a la altura del prime de Carlos Jesús. A través de flamantes nuevos perfiles creados ad hoc en X, Youtube y otras redes sociales, las distintas filiales de la Internacional Patriots han ido difundiendo argumentarios para “que no te engañen los medios” que han ido mutando al ritmo que lo iba requiriendo los sucesivos desmentidos del Jefe. El primero, el más extendido, es que el hundimiento de las bolsas norteamericanas era el efecto principal buscado por Trump con los aranceles, para así poder refinanciar los próximos vencimientos de la deuda pública de un 5% a un 4% —que esto, de ser cierto, suponga una pérdida de 6 billones de euros a los pequeños ahorradores de la clase media useña debe de ser el chocolate del loro, según este extrañísimo razonamiento—.

A continuación, según Trump iba reaccionando en redes sociales ante los no previstos (sic) efectos de sus “milagrosos” aranceles, las explicaciones de los expertos alternativos han ido evolucionando, haciéndose cada vez más alambicadas. La clave, al igual que sucedió en el periodo 2017-2018 en el ámbito independista catalán ante los sucesivos desvaríos de Puigdemont y su troupe, está en colar en los seguidores, cada vez más instalados en una colectiva disonancia cognitiva, el siguiente mensaje: “aunque no entiendas nada, sí que hay algo, el tiempo nos dará la razón.” Así, en respuesta a la incredulidad e incapacidad de comprensión manifestada por todos los expertos en la materia, los nuevos Carlosjesuses se emplean a fondo en alabar sin recato la sagacidad y capacidad de imaginar “jugadas maestras” del Jefe, y apelan a esperar al resultado final del proceso, que finalmente demostrará frente a viento y marea que ellos, y no las élites intelectuales vendidas a la casta mundial, estaban en posesión de la Verdad©.

Carlos Jesús murió en su casa, solo y aislado de sus vecinos, veinte años después de haberse retirado voluntariamente de la farándula, por lo visto, según algún amigo, desengañado y triste por toda la farsa que le había hecho tan famoso. Lo que no sabía el gran vidente de Dos Hermanas es que su legado fuera a ser tan prolífico y extenso, y que sus involuntarios discípulos, ahora al servicio de la sucursal de Orban en España, se fueran a tomar al pie de la letra aquella declaración de intenciones suya, tan expresiva de su personal forma de abordar la inconmensurable complejidad del mundo: “¿Libros? No leo nada, Pulgarcito o Mortadelo y Filemón, nada. Lo que yo sé es porque me lo dicen de arriba.”

Luis Ruíz del Árbol es autor del libro «Lo que todavía vive»

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