Madres & hijas

La figura central del film es una mujer, Elizabeth, que encarna Naomi Watts. Cuando nació, su madre -que tenía catorce años- la entregó en adopción. Creció con poco apego a sus padres adoptivos, y los diecisiete años se independizó. Está marcada por la herida no curada del abandono y eso se manifiesta en su miedo a los vínculos. Soltera y muy autosuficiente, le gusta tener relaciones sexuales descomprometidas donde quede claro que ella es la que manda. Su dinámica egológica y narcisista se rompe con un embarazo casi imposible (ella tenía ligadas las trompas). Rechaza visceralmente la opción del aborto, y nace -o renace- en ella el deseo de encontrar a su madre biológica.
La madre biológica es Karen, interpretada por Annette Bening, una mujer amargada por haber abandonado a su hija. Eso la ha vuelto hosca, poco dada a los lazos afectivos, y muy envidiosa de cualquier relación maternal y filial que observe en los demás. La muerte de su madre despierta en ella el deseo de encontrar a su hija.
En el medio está la monja que tramita las adopciones, una mujer corajuda y positiva que representa bien a ese tipo de religiosas acostumbradas a bregar con lo más doloroso y lo más grande de la experiencia humana. Hay más tramas secundarias muy interesantes, que obviamos por no desentrañar en exceso el film, aunque señalamos la de la adolescente negra que va a entregar a su hija en adopción a una pareja estéril como un elemento clave del film.
La película, a pesar de que deja muchos temas sin cerrar, parece dejar claras algunas cosas: la maternidad biológica es un ideal por el que merece la pena luchar mientras se pueda; la experiencia adoptiva puede ser muy buena y muy rica, pero la mujer embarazada está llamada a ser la madre de su hijo, y no es natural renunciar a él. Dicho esto, el film también afirma que los vínculos se hacen con el tiempo y el amor, aunque no haya biología por medio. El aborto se presenta como algo antinatural, sin cargar las tintas, y la pregunta religiosa emerge con naturalidad cuando se trata de buscar un sentido a la vida y a su sufrimiento.
La pega que se le puede poner a la película tiene que ver con el papel secundario que parece asignarse al varón. El marido de Karen la apoya, pero siempre en segundo plano; el padre adoptivo negro se retira de la jugada y su mujer decide seguir adelante en el proceso de adopción como madre soltera, y el gran amor de Elizabeth, Paul -Samuel L. Jackson-, padre de su hija, que es un hombre de una pieza, es expulsado del argumento elegantemente. Es como si el siempre políticamente correcto Rodrigo García quisiera pagar un peaje -eso sí, discreto- a la ideología de género. Pero el resultado global es el de una película que mira las cosas de frente y que transpira mucha humanidad.