Madre Teresa: la caridad necesaria para vivir

Mundo · Giorgio Vittadini
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19 septiembre 2016
La reciente canonización de la Madre Teresa, lejos de ser un hecho que solo interese a los creyentes, si nos fijamos atentamente representa en cambio un desafío ante muchos de los lugares comunes típicos de la mentalidad dominante a nivel global. Los hemos visto estos días y por eso merece la pena hacer ciertas reflexiones sobre este hecho. En medio de un gran consenso y admiración sorprendida de los que hemos sido testigos, los medios de todo el mundo han tirado de archivo para publicar artículos, libros e investigaciones todos ellos con un denominador común: denunciar que la Madre Teresa “no era precisamente una santa”.

La reciente canonización de la Madre Teresa, lejos de ser un hecho que solo interese a los creyentes, si nos fijamos atentamente representa en cambio un desafío ante muchos de los lugares comunes típicos de la mentalidad dominante a nivel global. Los hemos visto estos días y por eso merece la pena hacer ciertas reflexiones sobre este hecho. En medio de un gran consenso y admiración sorprendida de los que hemos sido testigos, los medios de todo el mundo han tirado de archivo para publicar artículos, libros e investigaciones todos ellos con un denominador común: denunciar que la Madre Teresa “no era precisamente una santa”.

Ha vuelto a la primera plana el libro del desaparecido Christopher Hitchens, “The missionary position”, publicado originalmente en 1995, donde entre otras cosas afirma que la monja solía utilizar el dinero obtenido con la beneficencia para abrir conventos en vez de hospitales, propagando el no al aborto, a las relaciones pre-matrimoniales y al uso de los preservativos, moviéndose así como un instrumento al servicio del poder político y teológico de la Iglesia católica.

Otros artículos denuncian la escasez de sus estructuras, la falta de condiciones higiénicas y médicas fundamentales, en una perspectiva según la cual se habría exaltado el sufrimiento en lugar de combatirlo.

Lo primero que me viene a la mente, ante esta incapacidad para entender el significado real de la misión de la Madre Teresa, es la actualidad que cobran las palabras de Benedicto XVI en la encíclica “Deus Caritas Est”, es decir, que “la caridad siempre será necesaria”. Una frase que contrasta totalmente con aquella que tanto gustaba a las ideologías de los siglos XIX y XX, liberalismo y comunismo: “No hace falta caridad, sino justicia”.

Por un lado, se despreciaba la caridad que estaba en la raíz del magisterio de la Iglesia, porque se afirmaba que solo el progreso económico podía emancipar a la humanidad del hambre, de la enfermedad y el subdesarrollo. Por otro, se consideraba hipócrita o incluso dañino ayudar a los hombres en sus necesidades inmediatas porque distraía del intento de construir estructuras más justas y duraderas para todos.

Entendámonos. No es que el reclamo al progreso y a la justicia social sea un error. Pensemos en la encíclica “Populorum Progressio”: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, de Pablo VI; o en los continuos llamamientos de los pontífices, sobre todo del Papa Francisco, para que las estructuras económicas, sociales y políticas no opriman al pobre, al débil, al enfermo, al marginado. ¿Pero qué serían el progreso y la lucha por la justicia sin la práctica de la caridad? Las innumerables obras presentes en todo el mundo, en el surco trazado por la Madre Teresa, siguen permitiendo a millones de personas afrontar la existencia y también la muerte con un respeto total a su dignidad humana.

Si los hubieran dejado donde estaban, esperando el progreso y la justicia social, estas personas habrían vivido y muerto como bestias. Nunca existirá un régimen político capaz de eliminar del todo la pobreza, siempre habrá entre nosotros gente a la que ayudar. Del mismo modo, la Madre Teresa nunca pretendió resolver todos los males del mundo y era bien consciente de sus propias limitaciones. Pero no por ello se quedó mirando, fue personalmente hasta allí, a las calles, en medio de los moribundos, ofreciéndose a cuidar a niños que de otro modo habría sido abortados. En una palabra, compartía el dolor de cualquiera, acogiendo y promoviendo la vida. La caridad abate así todas las doctrinas económicas y políticas, porque en sí misma es un gesto inmediato.

Si no se vive la caridad, si uno no se da cuenta de la gente que le rodea, el anunciado progreso puede terminar siendo una trampa mortal. Tenemos delante de nuestros ojos, aunque finjamos no verlo, las consecuencias del neocolonialismo económico, ese que desató la “tercera guerra mundial a trozos”: muros para mantener lejos a los que huyen de la violencia y de la pobreza, élites de unos pocos ricos cada vez más ricos, fracaso estrepitoso de utopías como la que ha convertido a Venezuela, antaño una de las naciones más ricas de América del Sur, en un país devastado por el hambre y la pobreza.

Sin caridad, todo proyecto político acaba volviéndose contra la gente, no a favor de la gente.

El ejemplo de la Madre Teresa representa por último otro desafío aún más radical. Hay una mentalidad, sufragada también por un cierto moralismo católico, que cree que ocuparse de los demás es un problema ético: tenemos que hacer el bien porque es justo ser buenos. Pero eso no basta para explicar el compromiso heroico de las hermanas de la Madre Teresa, un compromiso capaz de tratar a los últimos de los últimos con un afecto absoluto.

¿Cómo se puede amar así?

Hace unos años, un amigo periodista, después de asistir a un encuentro público con la Madre Teresa, impresionado por lo que acababa de escuchar, se le acercó y le preguntó a contrapelo: “¿Pero qué le llevó aponer en pie todo lo que ha hecho?”. Cuenta mi amigo periodista que la pequeña monja le miró un poco molesta y respondió, señalando a la gente que estaba allí presente: “Para mí, todas las personas son la sombra de Jesús”. Una respuesta no solo comprensible para los católicos y cristianos de otras confesiones sino también para los musulmanes, los hindúes, los ateos. El otro es un bien para mí: es un Misterio siempre grande, siempre hermoso, sea cual sea el cuerpo que lo porte, sea cual sea la incoherencia con la que vivamos. Porque es reflejo de ese Infinito del que todos los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas tienen necesidad para poder vivir, amar y ser felices. La caridad ayuda a vivir esa correspondencia con el corazón que todos deseamos. En un momento histórico en que se teoriza la imposibilidad de una convivencia entre culturas y religiones diferentes, la Madre Teresa nos reta a vivir la caridad como única posibilidad de una verdadera convivencia y por tanto de paz, porque la caridad no es una doctrina sino el inicio de una nueva civilización.

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