Macron, lo viejo revestido de nuevo

España · Robi Ronza
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10 mayo 2017
El Himno de la Alegría de Beethoven no solo es el símbolo musical de la Unión Europea sino también, y antes aún, de la masonería. Por tanto, que la noche del domingo acompañara la entrada en escena ante el Louvre del recién elegido nuevo presidente francés Emmanuel Macron es muy significativo.

El Himno de la Alegría de Beethoven no solo es el símbolo musical de la Unión Europea sino también, y antes aún, de la masonería. Por tanto, que la noche del domingo acompañara la entrada en escena ante el Louvre del recién elegido nuevo presidente francés Emmanuel Macron es muy significativo.

El acontecimiento como tal merece ser considerado con gran atención. No es fácil ni barato reservar, preparar y decorar con palco, amplificadores y juegos de luces un lugar tan emblemático como la plaza de París delante del palacio del Louvre. Además, era evidente la profesionalidad en la dirección del evento, desde la colocación de la multitud con miles de banderas con igual formato cuidadosamente diseñado a la secuencia en varias fases de la aparición de Macron, primero caminando solo a través de la plaza y luego en el palco, donde se la sumaron su esposa y familiares, y por último una pequeña masa del “pueblo”, elegida con esmero.

El discurso de Macron fue más bien un gran ejercicio de retórica donde los escasos pasajes de contenido específico no eran en absoluto casuales. “Europa y el mundo esperan que defendamos el espíritu de la Ilustración”, gritó entre otras cosas a la multitud su nuevo presidente, “esperan que defendamos en todas partes las libertades, que protejamos a los oprimidos. Esperan que portemos una nueva esperanza, un nuevo humanismo”. Resulta bastante dudoso que el mundo entero estuviera conteniendo la respiración a la espera de ver salir en París este nuevo sol. Con su razón cerrada al misterio, insensible a la experiencia y hostil a la historia, la Ilustración es hoy más un obstáculo que una ayuda a las relaciones entre Occidente y el resto del mundo. Pero es igualmente sintomático que Macron así lo crea, o así nos lo quiera hacer creer.

Todo esto da una idea de la visión del mundo que caracteriza a la nueva presidencia francesa. Y también de la cantidad y calidad de recursos económicos y culturales invertidos para transformar en un rostro nuevo tranquilizador e inocente a quien hasta hace pocos meses era uno de los principales ministros del fracasado gobierno de François Hollande. Teniendo en cuenta estas capacidades del orden constituido francés, se hace más clara la dirección de la avalancha mediática que ha arrasado a Fillon. Que contratara a su mujer como asistente parlamentaria, una decisión inoportuna aunque no ilegal en Francia, no era ningún secreto para ninguno de estos proverbiales “adictos al trabajo”. Sin embargo, la cuestión se convirtió de golpe en una bomba mediática que por su parte Fillon fue incapaz de desactivar. Y así fue quedando al margen un candidato vencedor realmente de centro, pero tenía el defecto de ser católico. Así se abrió una grieta para el supuesto centrista Macron, construido en realidad a medida para recoger sobre todo, aunque no solo, los votos de los electores socialistas que huían de su partido. “Laico” Macron y “laica” Le Pen, con esta última sin duda no nos habría ido mejor, pero eso es un magro consuelo.

Lo de Macron no es una marcha tan triunfal como se dice. El 11 y el 18 de junio se celebran en Francia elecciones para la renovación de la Asamblea Nacional, la cámara baja del Parlamento. Siendo vigente en Francia un sistema semipresidencial, las cosas solo funcionan bien si en la Asamblea hay una mayoría que corresponda a la que ha elegido al presidente. En cambio, es muy difícil, si no imposible, que de las elecciones de junio salga una nueva Asamblea con tales características. La hipótesis más probable es que se articule en cuatro grupos parlamentarios mayoritarios, situados unos contra otros. En ese caso, el poder de Macron se verá muy condicionado. Cuando el gobierno dispone en la Asamblea de una mayoría sólida, el primer ministro se convierte en Francia en una especie de secretario general del presidente. No así en caso contrario, es decir, cuando hay que negociar el consenso una y otra vez con mayorías inestables. Habrá que ver.

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