Luther King marcha de nuevo, ahora desde Manhattan

Luther King, en armonía con lo mejor de la tradición cristiana, creía en la unidad del género humano porque así lo apreciaba en la realidad, lo reconocía por la razón y lo encontraba en la voluntad de Dios. Creía que el derecho natural estaba por encima del derecho propiamente humano y que era legítimo, en conciencia y siempre por medios no violentos, resistir leyes injustas y luchar por su modificación. Estaba sostenido por una fe clara y cierta, orientada por una razón en constante expansión, en la cual caridad y verdad actuaban en armonía.
Sus herederos, acosados por un laicismo galopante, se reunieron en Manhattan. Evangélicos, ortodoxos y católicos se reconocieron como miembros de una sola iglesia que, en respeto a sus diferencias y a pesar de sus divisiones, está sostenida por la fe en Jesús de Nazaret. Analizaron la situación de la dignidad humana en el mundo y en Estados Unidos. Como herederos de una tradición milenaria y en coherencia con su fe, decidieron unir esfuerzos en la formación de una cultura centrada en la dignidad humana. Su agenda es sencilla. Parten de la persona y, desde la persona, promueven el respeto a la vida, a la familia fundada en el matrimonio y a la libertad religiosa. Su compromiso con la democracia es claro y de ahí derivan su estrategia. Ejercer la libertad de conciencia y fortalecer los cuerpos intermedios de la sociedad. Saben bien que el silencio y "la desintegración de la sociedad civil es el preludio de la tiranía".
Quienes han firmado la declaración de Manhattan se saben parte de un movimiento ecuménico de alcance mundial, capaz de dar la batalla en muy diversos lugares, sea Madrid, Washington o la Ciudad de México. No están dispuestos al silencio. Lo han dicho con toda claridad: "nos comprometemos completamente y sin quejas a darle al César lo que es del César. Pero bajo ninguna circunstancia le daremos al César lo que es de Dios". Luther King marcha de nuevo, ahora desde Manhattan.