`Los viejos partidos españoles están bunkerizados en exceso`
En un artículo afirmaba usted que “ha sido habitual en las sociedades y gobiernos débiles esconder los problemas”. ¿En qué percibe esta debilidad?
Percibo la debilidad en la incapacidad de detectar la dimensión de los problemas y en la capacidad de asumirlo con decisión. Pero hay una cuestión previa, la rutina partidista convierte a los partidos en un fin en sí mismo y, en segundo lugar, en un fin en sí mismo. Los viejos partidos españoles están en excesos bunkerizados para aproximarse a la realidad.
En ocasiones, usted ha sido crítico con la actual dirección del PSOE pero da la impresión que en las últimas semanas han apostado por la “opción constitucionalista”. ¿Cómo ve la posición actual del partido? ¿Podría ser el inicio para desmarcarse de Podemos?
Creo que la crisis provocada por el nacionalismo catalán ha obligado al PSOE de Sánchez a volver a la política y alejarse de facto del populismo. Opción forzada ante la ruptura con la anterior generación del propio partido y la debacle electoral.
Y las medidas adoptados por el Gobierno, ¿le parece que han sido adecuadas?
Las medidas adoptadas por el Gobierno han sido en general hábiles en un marco de obligación (sorprendente contradicción) marcado por el rey. Hábil la rápida convocatoria de elecciones, prudente la intervención administrativa, pero parca y arriesgada al dejar sin control los medios de comunicación dependientes de la Generalitat.
¿Es suficiente con la justa aplicación de las leyes para afrontar el desafío secesionista? ¿Se puede proponer un proyecto más ilusionante, más adecuado a la realidad del que proponen los independentistas?
La mera aplicación de la legalidad ante un problema político no sólo es insuficiente sino que muestra una actitud defensiva en un terreno fundamentalísimo de la política como es la destrucción del sistema. El problema catalán es un problema español, de la debilitación del discurso nacional al que nos ha conducido la partitocracia y su desgarradora dialéctica de enfrentamiento entre sus detentadores.
Las manifestaciones multitudinarias en Barcelona organizadas por Sociedad Civil Catalana, ¿pueden haber sido un punto de inflexión? ¿Cómo ve la respuesta de la sociedad civil?
Efectivamente, las manifestaciones promovidas por Sociedad Civil Catalana pueden significar un signo de inflexión, pero no nos engañemos, a la ciudadanía, a los demócratas, no les gusta salir a la calle, lo hace sólo en momentos críticos, es el Estado el que debe estar en ella. Por el contrario, los nacionalismos viven en la calle.
Stanley Payne ha afirmado que en la Transición hubiera sido deseable “una delimitación mucho más estricta de las competencias de las autonomías”. ¿Le parece acertado este diagnóstico?
Payne tiene razón en que se debía haber cerrado más el aspecto autonómico. Pero sospecho que no se llegó a más por el choque entre una concepción tradicionalista de la descentralización, en la que participaban los nacionalismos periféricos, y una tímida vocación federal de la izquierda a la que la derecha se enfrentó por la experiencia de la I República que se llamaba federal y fue cantonalista. Falta cerrar la descentralización bajo un modelo de participación federal que bien se podía haber inspirado en el alemán.
¿Nos ha faltado regar la planta que juntos construimos en la Transición?
La planta se anegó en exceso, en sentido centrífugo, falta el de vuelta, que se llama federalismo. Por cierto, la opción más odiada por los nacionalismos periféricos desde la Transición.