Los reyes del mercado negro de Damasco

Mundo · Nqur Samaha
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6 octubre 2016
Un día entre semana de mediados de agosto el tráfico obstruye las calles del centro de Damasco. Cafés y restaurantes están llenos de clientes, relajándose mientras fuman narguiles con los amigos. Los zocos están llenos de compradores casi todos los días, y la industria de servicios está en auge. En Bab Sharqi, un barrio de la ciudad vieja, al menos una docena de bares han abierto en los últimos ocho meses. Los fines de semana están llenos de gente que va a apostar y que disfruta de bebida y comida mientras escucha lo último de Taylor Swift, interrumpida por alguna explosión mortal ocasional. 

Un día entre semana de mediados de agosto el tráfico obstruye las calles del centro de Damasco. Cafés y restaurantes están llenos de clientes, relajándose mientras fuman narguiles con los amigos. Los zocos están llenos de compradores casi todos los días, y la industria de servicios está en auge. En Bab Sharqi, un barrio de la ciudad vieja, al menos una docena de bares han abierto en los últimos ocho meses. Los fines de semana están llenos de gente que va a apostar y que disfruta de bebida y comida mientras escucha lo último de Taylor Swift, interrumpida por alguna explosión mortal ocasional. En menos de un kilómetro de distancia el ejército sirio y las milicias pro-gubernamentales están combatiendo contra islamistas y Al-Qaeda con grupos armados en una guerra que determinará el futuro de su país.

Mientras que en un primer vistazo Damasco parece aislada del conflicto en el que está envuelto el resto del país, es ese mismo conflicto el que hace posible esta ilusión de normalidad. ´Es posible abrir tales lugares porque mucha gente está viajando al extranjero, o incluso a otros lugares del país. Pero siguen queriendo salir. Así que van a restaurantes y bares en sus propias ciudades´, explicaba el propietario de un bar en Bab Sharqi, ´tienen dinero para gastar y no quieren quedarse en casa´.

Siria atraviesa su sexto año de guerra, y mucha gente que vive en las áreas controladas por el Gobierno, como Damasco, continúa sufriendo las heridas de la crisis económica que persiste aunque las armas se hayan silenciado. Un reportaje realizado por la Comisión Económica y Social de la ONU para Asia Occidental (ESCWA por sus siglas en inglés) en 2015 estimó pérdidas acumuladas entre 2011 y 2015 de 260.000 millones de dólares, aproximadamente un 55% se perdió en 2011. Para el final de este año la economía siria habrá disminuido 10 veces desde que empezó el conflicto, según habitantes de Damasco.

Simplemente no hay mucho que entre o salga de Siria; la imposición de sanciones por parte de Estados Unidos y la Unión Europea en 2011 ha impedido la importación de bienes básicos. Las sanciones, junto con la destrucción de la industria, devastada por la guerra, han llevado a la disminución de las exportaciones en un 90%, según ESCWA. Las infraestructuras de petróleo y gas han sido destruidas en gran parte. Para adaptarse a esta nueva realidad algunos han tomado medidas desesperadas: vender sus posesiones, aceptar otros trabajos e incluso robar.

Otros, sin embargo, huelen la oportunidad en medio del caos. Los beneficiarios de la guerra han labrado un próspero mercado negro que elude las sanciones del régimen produciendo millones a través de la importación y venta de los bienes más deseados, que van desde barritas de Kit Kat a cigarrillos cubanos. Mediante la acumulación de beneficios y poder han llegado a obtener un inmenso grado de control sobre la vida de los sirios que viven en las áreas controladas por el Gobierno.

El ascenso de los reyes del mercado negro empezó pronto, en abril de 2011, mes en el que se produjo el levantamiento de Siria, cuando el presidente Barack Obama impuso, mediante una orden ejecutiva, el primero de los cuatro sets de sanciones económicas a Siria. Según la administración de Obama estas medidas tenían como objetivo castigar los abusos a los derechos humanos del presidente Bashar al-Assad sofocando la economía siria, impidiendo el acceso a bienes esenciales como medicamentos y fuel, y bloqueando las transferencias bancarias. Pusieron en marcha una onda destructiva en toda Siria, que distorsionó una economía que pronto se vería devastada por el agravamiento del conflicto.

Estas distorsiones han golpeado todo, desde el sector de la energía a los salarios ordinarios de la gente. Según el Banco Mundial, las exportaciones de petróleo han disminuido de 4.700 millones de dólares en 2011 a 140 millones de dólares en 2015. Todos los días docenas de coches hacen cola durante horas en las gasolineras, donde los precios del fuel se han multiplicado por 15 desde 2011 debido a la escasez. A medida que las reservas de divisas de Siria se redujeron, su moneda empezó a depreciarse, cayendo de las 47 liras el dólar de antes de la guerra a las 520 liras el dólar de hoy. Para poner todo esto en contexto: en 2010 un trabajador en Damasco recibía un promedio mínimo de 11.000 liras al mes, aproximadamente 220 dólares. Hoy, si tiene suerte, un trabajador puede recibir 26.500 liras, unos 53 dólares. El promedio mensual de coste de vida para una familia siria de cinco personas es de 196.000 liras, unos 380 dólares; en Damasco es alrededor de 220.000 liras que equivale a 425 dólares.

Para complementar sus escasos sueldos algunos reciben dinero de sus familiares en el extranjero. Unos viajan a Beirut a recoger el dinero que les han enviado a esa ciudad, otros países todavía permiten transferencias directas a Siria. Otros se han visto forzados a aceptar segundos trabajos. ´Gano 50 dólares al mes´ –una tasa disponible para los soldados que completan 18 meses de servicio obligatorio– ´que sirven para pagar el alquiler. Tengo suerte porque tengo una empresa que me permite vivir relativamente cómodo, pero otros no tienen tanta suerte´, decía un empleado del Gobierno.

Abu Youssef, un soldado del ejército sirio, ha estado los últimos dos años en Deir Ezzor, uno de los frentes más activos contra el ISIS. Cuando no está luchando, como muchos de sus compañeros, trabaja como taxista en Damasco. ´Tengo un nuevo bebé y una mujer a la que cuidar´ –decía– ´mi salario en el ejército es de 50 dólares al mes. Eso no es suficiente para cuidar a mi familia. Así que cuando tengo tiempo conduzco un taxi´. El año pasado vio a su familia un total de cinco días. El resto del tiempo conduce por Damasco intentando hacer dinero en su segundo trabajo.

Refaat, músico, solía tocar en fiestas y festivales antes de la guerra. Después de presenciar seis años de guerra en los que han matado a amigos y familiares no tiene fuerzas para dejar el país y asegurar su futuro. ´¿Por qué debería irme? Estoy muerto por dentro´, decía. ´Ahora simplemente me levanto, hago lo que tengo que hacer, voy a casa y a la cama. Esa es mi vida´. A fin de mes realiza trabajos esporádicos en Damasco, desde trabajos manuales a conducir un taxi.

´Me ofrecieron un trabajo con uno de los `nuevos jefes`´, explicaba refiriéndose a los comandos de las milicias afines al Gobierno que ahora disfrutan de estilos de vida extravagantes gracias a sus conciertos como beneficiarios de la guerra. Le pidieron que trabajara con ellos y tocara en sus fiestas. ´Dije que no. Si trabajo para ellos les perteneceré, y no podré trabajar en ningún otro sitio. A menos que me dejen ser libre´.

La historia de Refaat ilustra otra realidad de la devastada economía siria. George Saghir, un economista sirio que reside en Nueva York, explicaba que la gente tanto en el sector público como en el privado ha encontrado maneras de lucrarse con la ayuda de las sanciones del régimen designadas precisamente para el efecto contrario. ´Eran las sanciones más punitivas que se hubieran visto… nadie desde fuera de Siria puede hacer negocio dentro´, decía Saghir. ´La forma en la que las sanciones estaban escritas era realmente para dañar la economía del país y poner a las élites empresariales en contra del Gobierno´.

Una de las maneras más populares de hacer dinero es monopolizar la venta de cosas como móviles, cigarrillos o productos de lujo, ropa de marca y comida extranjera, como caramelos, queso y Johnny Walker. Mientras el Gobierno intenta salvar la moneda extranjera para importar alimentos básicos y medicinas, incluyendo tratamientos para el cáncer y trigo, los mercados de las áreas controladas por el Gobierno no parecen renunciar a la importación de productos de lujo. Antes de la guerra Siria solía obtener el 95% de las medicinas de fábricas locales, la mayoría de las cuales han sido destruidas.

Este verano en los medios de comunicación sirios circuló una imagen de una botella de 1,25 litros de agua French Evian, considerada de lujo y valorada en 1.925 liras (3,70 dólares), más del doble que el salario básico. Los últimos modelos de móviles, como el Samsung note 7 y el iPhone 7 parecen llegar a los mercados sirios solo unos días más tarde que en el resto del mundo; aquellos que importan estos y otros productos de lujo ´tienden a ser la `nueva multitud`, aquellos que no están nombrados en las soluciones y tienen contactos fuera para poder llevar productos como arroz, azúcar o té´, explicaba Saghir.

´Siria se ha convertido en una cueva de oro y todos aquí quieren ser Ali Baba´, decía un ciudadano de Damasco. ´Es asqueroso, pero todo el mundo está intentando conseguir una parte´.

Algunos puestos de control militar también generan grandes beneficios para los responsables. El llamado ´Million Checkpoint´ de Damasco destaca en el ranking de millones de liras al día en beneficios. Otros soldados demandan sobornos menores a cambio de usar el ´carril militar´, normalmente reservado para vehículos militares, para evitar atascos. Los comerciantes pagan sobornos para que pasen sus camiones cargados de productos más rápido y no tengan que esperar horas en los check-points donde dañan sus productos.

Otros han establecido compañías de seguridad privada, que proveen de escoltas armadas a las áreas controladas por el Gobierno. En agosto de 2013 Assad emitió un decreto permitiéndoles operar en Siria; muchos son propiedad de hombres de negocios del círculo más cercano al presidente. Los conductores de camión y los hombres de negocios que envían grandes convoyes tienen que contratar escoltas para que les acompañen hasta los controles. Según una fuente familiarizada con estas empresas, ´se entiende que estos escoltas armados no se comprometan con militares y terroristas, porque ellos prevendrán de otras milicias leales de la extorsión de dinero de esos convoyes o incluso del saqueo de los mismos´. Añadía: ´aquellos que todavía están haciendo negocio en Siria entienden que necesitan mantener a gente influyente en sus nóminas´.

Otro método popular de beneficiarse de la guerra es saquear los barrios recién conquistados. El mes pasado, cuando el ejército y las fuerzas afines al Gobierno reconquistaron Ramouseh, un barrio industrial de Alepo, cientos de fábricas y talleres fueron saqueados. Fares al-Shihabi, un miembro del parlamento y cabeza de la Cámara Industrial de Alepo, incluso se quejó del incidente en su página de Facebook. ´Lo que ha pasado en Ramouseh ha sido vergonzoso… ya vivamos en una jungla sin leyes o en una nación que se respeta a sí misma y respeta sus leyes´, escribió, ´nadie está por encima de la ley, no desperdiciéis vuestra victoria, no despreciéis la sangre de vuestro mártires´. Como decía un combatiente afín al Gobierno en la ciudad de Hama en Salamiyeh, ´muchos ciudadanos son cautelosos con las milicias pro Gobierno porque saben que vienen a `limpiar` sus barrios´.

Así que dejan poco atrás. En un viaje hacia Mahin, una ciudad de Homs que fue abandonada en 2015 después de que el ISIS la tomara y se retirara tras duros enfrentamientos con el Gobierno, se llevaron todos los marcos de ventanas y puertas, y todos los muebles y aparatos de las habitaciones desaparecieron. Muchas veces se roban tubos de cobre de cocina y baños, y después aparecen en zocos locales.

Esto ha sido fuente de contención entre los soldados del ejército sirio y los combatientes del Gobierno que, como los soldados, pagan el precio más alto en batallas y damnificados intentando no participar en los saqueos. Intentan mirar con desdén a aquellas milicias que vuelven al final con camiones para cargar muebles de las posiciones recién reconquistadas. Mientras tanto varios comandantes de las Fuerzas Nacionales de Defensa han aumentado su reputación por acumular enormes fortunas; un comandante de Latakia recientemente ha celebrado que ha llegado a los 9.000 millones de liras.

La riqueza hecha de esta economía sumergida de guerra por estos individuos es probable que proporcione más de un incentivo para permitir que la guerra continúe más que alentar a pararla, lo que ampliará aún más la brecha socioeconómica entre los ricos y aquellos que se han hundido en la pobreza. Al mismo tiempo, esta misma gente está mejor posicionada para beneficiarse de proyectos de reconstrucción que se harán cuando acabe la guerra, y esto dirigirá los procesos de reconstrucción en favor de intereses creados más que el interés general de la población. Mientras se espera que haya una economía legítima cuando termine la guerra, los beneficios ilegítimos perdurarán.

Como señalaba Saghir, no hay incentivos al menos desde esta perspectiva para que la guerra acabe: ´lo que está pasando ahora va a ser una pesadilla en los años que vengan, porque es precisamente esta economía de guerra la que está conduciendo la guerra´.

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