Entrevista a Joseba Arregui

´Los partidos no trabajan en el horizonte del bien común sino en el horizonte electoral´

España · Juan Carlos Hernández
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8 octubre 2018
La sociedad civil, la gente en su vida cotidiana, tiene su parte de responsabilidad ya que a cada grupo solo le interesa lo suyo, afirma Joseba Arregui. El ex consejero del Gobierno Vasco destaca que solo desde y en una situación de estabilidad se pueden llevar a cabo cambios y reformas duraderos.

La sociedad civil, la gente en su vida cotidiana, tiene su parte de responsabilidad ya que a cada grupo solo le interesa lo suyo, afirma Joseba Arregui. El ex consejero del Gobierno Vasco destaca que solo desde y en una situación de estabilidad se pueden llevar a cabo cambios y reformas duraderos.

¿Cuál es su valoración de la legislatura?

Su característica principal es la inestabilidad, la gran dificultad para llevar a cabo los proyectos políticos necesarios para el país, las reformas necesarias para el país. En un editorial reciente, y refiriéndose al discurso de Torra dirigiendo un ultimátum al presidente Sánchez, decía que en realidad el ultimátum se dirigía a los partidos de la oposición: debían unirse al gobierno en una respuesta común a los nacionalistas. Lo curioso es que esa unidad al parecer no era necesaria al comienzo de la legislatura para permitir la abstención a Rajoy, o para plantear una coalición PP-PSOE. Ahora que el gobierno está en manos del PSOE reclama El País unidad. ¿Y hasta ahora? Hasta los argumentos y la forma de pensar se han vuelto inestables, no porque cambien, sino porque cambian a rebufo de quien manda. Una legislatura perdida, estéril y que resultará dañina para todos al final.

Usted ha afirmado que los partidos políticos se limitan a hacer política partidista. Existe, muchas veces, una separación entre las preocupaciones de la gente en su vida cotidiana y el discurso de la clase política.

Al afirmar que los partidos hacen política partidista pretendía reclamar el buen nombre de la política. El mal nombre de la política lo merece la acción que llevan a cabo los partidos: partidismo puro y duro. La política no se agota en eso. Es algo más y lo debemos reclamar. Especialmente cuando el partidismo -no soy tan ingenuo como para no saber que los partidos tienen que hacer partidismo- pierde toda relación con el bien común y solo se dejan dirigir por las necesidades electorales, por la conquista del poder y por su mantenimiento.

¿Existe una corresponsabilidad de la sociedad civil en esta deriva?

Yo pienso que es bastante claro que la sociedad civil, la gente en su vida cotidiana tiene su parte de responsabilidad: a cada grupo solo le interesa lo suyo, solo le aprieta su zapato, y solo se preocupa de su interés individual o grupal particular limitado además a cada momento, pues puede reclamar a lo largo de su vida cosas radicalmente dispares. Los partidos no trabajan en el horizonte del bien común, cada uno desde su perspectiva, sino en el horizonte del poder, en el horizonte electoral. ´La gente´ actúa de la misma forma: solo movido por su interés particular y momentáneo. A la salida de la dictadura había en España poca sociedad civil, en el sentido de contrapuesta a los partidos políticos. Uno de los grandes fracasos de la democracia española desde la transición es haber ahogado lo poco que podía haber de sociedad civil, pues los partidos políticos han ido copando, ocupando todos los ámbitos de la sociedad civil: representaciones sindicales, empresariales, universidades, medios de comunicación, asociaciones de ocio, el ámbito del deporte, los clubes de fútbol, todo lo que se mueve en la sociedad ha sido presa de la vis ocupante de los partidos políticos.

¿Una sociedad civil fuerte podría ser el contrapeso necesario?

La sociedad civil puede ser contrapeso de los partidos políticos, pero para ello primero debe existir, reclamar su autonomía, resistir al poder y desarrollar la capacidad de pensar en el bien común.

También ha escrito que “por el camino de la política con mayúscula se consiguió que ETA tuviera que cesar en su actividad de terror y de asesinatos, no por la vía del partidismo”. ¿Es este también un camino posible para afrontar el desafío catalán?

ETA tuvo que abandonar su trayectoria terrorista porque el Estado le obligó a ello. Porque se hizo política de Estado -en un tiempo limitado por desgracia, pero agraciado a pesar de todo-: la propuesta del secretario general del PSOE de llegar a un Acuerdo por las libertades y contra el terrorismo, es decir para llegar a un Acuerdo para proteger contra el terrorismo los principios fundamentales de la constitución.

POLÍTICA. El PP lo aceptó y el Gobierno de Aznar lo llevó a la práctica, promoviendo la actuación de los poderes del Estado: legislativo -Ley de Partidos Políticos-, ejecutivo -actuación de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, mantenimiento del orden en el territorio, la pacificación del territorio- y judicial -persecución de los terroristas, condenas, actuación del TC sentenciando la constitucionalidad de la Ley de Partidos Políticos-: POLÍTICA. En Cataluña el camino debe ser el mismo

¿En qué se podría concretar?

En la defensa de la libertad de conciencia que hoy en día se declina como libertad de identidad y de sentimiento de pertenencia -el núcleo de la aconfesionalidad del Estado-, mantenimiento del orden, primero por hacer cumplir las leyes y las sentencias, pacificación del territorio no permitiendo la ocupación del espacio público -de todos- solo por parte -el nacionalismo-. Y para ello POLÍTICA: legislativo, ejecutivo y judicial.

En el 78 nuestros abuelos y padres nos donaron la reconciliación. ¿Existe el riesgo de que en una hipotética reforma constitucional solo sirva para satisfacer los anhelos nacionalistas?

El riesgo de reformar la Constitución para satisfacer las demandas nacionalistas existe siempre, pero sustentada en un error fundamental, pues los nacionalistas no quieren una constitución reformada en su sentido. Lo que quieren es quedar fuera de cualquier constitución que no sea una limitada a un territorio distinto de la España actual y que ellos consideren el suyo particular, aunque también sea el de muchos otros ciudadanos tan vascos o catalanes como ellos.

En su libro La nación vasca posible me ha llamado la atención una afirmación suya que dice: “Las estructuras más estables (son) las que precisamente posibilitan que se produzcan los cambios, para que éstos sean realmente cambios y no desintegración, caída libre en el caos”. No sé si cree que estamos más cerca de la caída libre pero ¿qué cambios positivos ve necesarios en nuestro país?

Efectivamente, solo desde y en una situación de estabilidad se pueden llevar a cabo cambios y reformas duraderos. En la duda, en la inestabilidad lo que prima es la prisa, el corto plazo, la incapacidad de pensar a largo plazo, el activismo, la duda, la desorientación. Pensemos que prácticamente todas las constituciones democráticas se deben a guerras perdidas, a desintegración social, a guerras civiles y dictaduras en busca de fundamentos sólidos de la convivencia en libertad de los diferentes. La situación de España es bastante caótica, pues se le juntan dos procesos desintegradores: el general que afecta a toda la cultura occidental, y el específico de la desintegración territorial.

Corriendo el riesgo de resultar de una ingenuidad pasmosa, me atrevería a afirmar que el primer cambio que necesita España es el de un diagnóstico en profundidad, descarnado y autocrítico, y que abarque desde la propia Constitución pasando por las tres o cuatro reformas necesarias: educación, universidad -es incomprensible que con todo lo que se ha hablado de títulos y universidades no haya aparecido para nada la aberrante aplicación de Bolonia que se ha hecho en España, alejada de casi todos los demás países europeos, fruto del corporativismo de los profesores de universidad, pura corrupción que ha hundido la universidad española para los próximos 25 años-, el modelo productivo, la falta de conciencia ciudadana y otras reformas.

En el mismo libro critica que muchos vean la pluralidad de la sociedad vasca como un problema a solucionar. Afirma que no se puede construir en la negación de otras identidades. Me parece que para que en un mundo plural pueda darse un encuentro, es necesario que los sujetos posean algún elemento común. Sin embargo, ni siquiera un hecho tan doloroso como fue el atentado en las Ramblas de Barcelona es capaz de unirnos en su recuerdo. ¿Cuáles pueden ser esos elementos comunes?

La misma pregunta es señal de la crisis de la Constitución y de la conciencia cívica: en una democracia de Estado de Derecho, aconfesional y constitucional los elementos comunes son la libertad de conciencia, la libertad de expresión solo como consecuencia de la anterior, la libertad de asociación como consecuencia de las dos anteriores, el ciudadano como único sujeto de derechos, de libertades y de obligaciones. Ahora que todos hablan de diálogo, no habría diálogo si yo contestara a este cuestionario en vascuence. De la misma forma, si no se asume la gramática de la Constitución y el vocabulario de las leyes, normas y procesos reguladores de la convivencia sobre la base de los principios constitucionales no es posible el diálogo. Si el gran acierto de la transición española consistió en pasar de la ley a la ley, los nacionalistas quieren primero salir de la ley y luego dialogar -los nacionalistas catalanes-, o poder interpretar la legalidad y la constitución desde aquello de cuya interpretación ellos son los únicos intérpretes legítimos -los vascos que leen e interpretan la Constitución desde la adicional que ampara los derechos históricos, eso sí, sin renunciar al valor de que los derechos históricos estén constitucionalizados, un valor que lo destruyen inmediatamente al leer la Constitución desde su adicional. Es en los principios constitucionales que afirman y garantizan los derechos y las libertades fundamentales, los que hacen que la Constitución sea democrática y de derecho, en los que hay que buscar y encontrar la unidad de los ciudadanos, no en otro lugar.  

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