Los ojos de Tracey
Solíamos volver caminando de la escuela con mamá. Los tres juntos. Entonces Tracey solía preguntar por nuestro padre:
– ¿Por qué no nos quiere?
Ella era más pequeña en edad que yo, pero siempre me sentía diminuto a su lado. Decía cosas que a mí no se me podrían haber ocurrido ni aun años después.
Una tarde en que mamá nos recogió, como de costumbre, Tracey estaba muy alterada. Tenía los ojos rojos, signo de que llevaba al menos quince minutos llorando (cuando algo le afectaba, el primer lloro nunca duraba menos de un cuarto de hora) y miraba de un lado para otro, como buscando.
– ¿Qué tienes, hija?-, mamá le preguntó cariñosamente.
Tracey entonces se hizo la tonta y miró para otro lado. Se esforzó por parecer contenta. Exclamó:
– ¡Mirad, una flor!-, y corrió a alcanzar una margarita que había visto junto a un árbol de ciudad. La arrancó y después, en lugar de regalársela a mamá, como siempre hacía, no supo qué hacer con ella. Como si la flor le sobrara. Como si la belleza en el mundo sobrara. Entonces tiró la margarita y rostro adoptó una expresión más seria que la del principio.
Mamá la paró. Le volvió a preguntar qué era lo que le sucedía. Tracey esta vez no se movió: se quedó parada, mirando hacia arriba, a los ojos de mamá. Parecía que la vida le hubiera puesto entre la espada y la pared.
Pasados varios minutos que a mí me resultaron horas, por fin Tracey habló. Lo hizo con un hilo de voz:
– Mamá. Quiero saber quién va a salvar a los niños pobres que no tienen comida en nuestro país y también a los del resto del mundo. También quiero saber quién va a salvar a la abuelita, que está tan enferma, y quién va a cuidar de papá, que está solo. Mamá, ya no me quiero pelear más con Jack. Mamá, ¿hay alguien en todo el mundo que pueda hacer todas estas cosas?
Tracey hablaba con una seriedad que nunca había visto en ella. Al menos, no durante tanto tiempo seguido. Mamá se quedó como de piedra, y parecía que iba a responder algo, pero de pronto calló, y su única expresión fue un abrir y cerrar de su boca en una milésima de segundo. Entonces los ojos de Tracey se llenaron de lágrimas.