Los mitos de la inmigración

Sociedad · Juan Carlos Hernández
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17 julio 2024
Este es el título de un libro donde Hein de Haas, un geógrafo que lleva años estudiando la migración, intenta ofrecer una mirada realista sobre los procesos migratorios.

Esta obra pone en tela de juicio muchos de los mitos que se han ido desarrollando en los últimos años sobre un tema tan polémico como la migración. La primera cosa a aclarar es que la migración es un fenómeno, al igual que la economía, que no se puede negar y evitar. Se puede regular mejor o peor pero la migración al igual que la economía existe. Es difícil poder pensar estar en contra de la economía afirma el autor.

Para Hein de Haas no estamos ante unos máximos históricos de la migración. Lo que ha ocurrido es que los patrones migratorios se han invertido. Países donde antes predominaba la emigración como España o Italia (¿quién de nosotros no tiene un antepasado que migró al extranjero a mitad del siglo pasado?) se han convertido ahora en países donde predomina la inmigración.

Continuando con esa imagen de realismo de la migración el autor remarca el hecho de que la mayoría de la migración recorre distancias cortas. Una migración internacional requiere de grandes recursos en primer lugar económicos. Esto hace que sean las clases más desarrolladas de los países de origen las que protagonicen las migraciones internacionales. Las clases más pobres no pueden costearse una migración de largas distancias.

Explica de Haas que existe una relación en forma de U invertida (los de ciencias diríamos en forma de parábola) entre desarrollo/migración. A poco desarrollo hay bajos niveles de migración. Y sí se da es de carácter interno, por ejemplo, del mundo rural a los centros urbanos. A medida que un país se va desarrollando y las personas tienen mayor formación esto estimula la migración internacional hacia países más ricos con demanda de empleos. Una vez que ese país de origen sigue desarrollándose cambia la tendencia y el balance entre inmigrantes/emigrantes da un saldo positivo a favor del primero. En ese sentido España es un ejemplo paradigmático. A mitad del siglo pasado muchos españoles emigraron a Alemania, Francia o Venezuela y después del fuerte desarrollo de los años 60 y el desarrollo contemporáneo una vez dentro de la Unión Europea con la democracia asentada somos un país donde predomina la inmigración. La transición migratoria es un proceso a largo plazo.

La mayor fuente de estancias ilegales en un país es la que nace de quedarse más allá del tiempo estipulado en un visado, se afirma en el libro. Así que quizá nos podemos ahorrar llevar una fragata a alta mar. El tráfico de migrantes es una reacción a los controles fronterizos y no la causa de la migración ilegal.

Otro aspecto controvertido sobre la migración es la delincuencia. El autor afirma que esta no aumenta con los inmigrantes pues ellos son los primeros interesados en quedarse y obtener el permiso de residencia, más aún en el caso de ilegales que buscarán estar lejos de la policía ya que una detención podría provocar su deportación.

Distinto es el tema de la integración de las segundas y terceras generaciones donde sí podemos encontrar niveles altos de delincuencia más por un problema de marginalidad y pobreza que no por una cuestión étnica o cultural. Este es quizá el gran desafío: la integración de las generaciones de los hijos de los inmigrantes que finalmente han decidido quedarse entre nosotros.

Una de las tesis más sugerentes del libro es cuando afirma que existe una brecha entre la demanda de trabajadores extranjeros y el número de canales de inmigración legal que permite su entrada. Ello contribuye a llevar la inmigración hacia la clandestinidad y facilita la extendida explotación a los trabajadores migrantes.

La migración es un proceso que sigue, en gran medida, las tendencias económicas de los países de destino. Si la demanda de empleo es alta es difícil impedir que la gente venga. Aquí hay que aclarar que aunque el país de origen tenga ciertos niveles de paro este no se reparte por igual en todos los sectores. Hay muchos puestos de trabajo que no son ocupados por los trabajadores locales a pesar de un cierto nivel de desempleo. Piense cada uno en esa señora que cuida de la abuela, o en la que recoge a los niños en el colegio. O en ese señor que trabaja de jardinero o de agricultor.

El inmigrante no es tonto. Y si emprende un viaje tan largo y peligroso es porque ve una posibilidad de mejorar a largo plazo en un sitio donde sabe que hay demanda de trabajo. No es un viaje “ciego” e irracional.

Inmigrantes trabajando de forma legal y no deambulando por las calles tiene un efecto beneficio, en primer lugar, para ellos mismos no sólo a nivel económico sino para su dignidad como personas y las de sus familias. Y, por otra parte, evita la percepción de algunos residentes de que sus impuestos no van a parar a gente que no está haciendo nada y que han entrado en su país de forma ilegal. De otro modo se resiente la paz social.

Sin duda los beneficios económicos de los trabajadores migrantes favorecen más a las élites económicas. Así si la situación es mala para las clases trabajadoras más desfavorecidas tenemos el terreno abonado para que algún autócrata sin escrúpulos pueda hacer de ellos un chivo expiatorio aunque la situación no sea culpa de los inmigrantes.

Es necesario replantearse radicalmente el tema migratorio. Tal y como se gestiona hoy en día el tema migratorio los únicos beneficiados son las mafias. No tiene sentido la cantidad de gente que muere en un viaje peligroso e incierto. No tiene sentido que necesitemos gente para ocupar puestos de trabajo y que tengan que venir a trabajar de forma ilegal. No tiene sentido traerlos porque necesitamos que ocupen ciertos puestos de trabajo para condenarlo a la marginalidad.

Unas fronteras “semipermeables” en función de permisos de trabajo, acompañado de las suficientes vías legales de entrada son absolutamente necesarias.

Contaba el libro la anécdota de un trabajador marroquí que estando en Italia consigue el pasaporte. Una vez con este en la mano se volvió a Marruecos donde con sus ahorros montó su negocio particular. De vez en cuando volvía a Italia para trabajar en el campo para un patrón que había conocido. Una vez con los papeles en regla podía volver tranquilamente a su país de origen pues sabía que podía volver a Italia si fuera necesario.

Por último está nuestro miedo a que personas con otra religión, costumbres… cambien  nuestro modo de vivir, nuestras tradiciones. ¿Cuál es el camino para una integración verdadera? El Cardenal Angelo Scola indica una respuesta sorpresiva y provocadora (Una nueva laicidad, Ed: Encuentro) al señalar que el camino adecuado y posible es el testimonio. La propia identidad, expresada en el testimonio, es precisamente la que hace posible el encuentro con el otro. ¿Tenemos una identidad que expresar porque la hemos recibido como un don gratuito?


Lee también: Dignidad infinita. Una llamada en favor de la singularidad y centralidad del ser humano


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