Los ´lobos solitarios´ de Al Baghdadi, último regalo de Obama a Occidente

Mundo · Souad Sbai
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29 diciembre 2014
Termina un año que los futuros libros de historia escribirán en negrita, como un momento crucial entre una época y otra. Entre el triunfo, efímero, del multiculturalismo sin reglas y el buenismo infame, el extremismo institucionalizado de una cierta élite política mundial, y su gradual pero evidente ofuscación.

Termina un año que los futuros libros de historia escribirán en negrita, como un momento crucial entre una época y otra. Entre el triunfo, efímero, del multiculturalismo sin reglas y el buenismo infame, el extremismo institucionalizado de una cierta élite política mundial, y su gradual pero evidente ofuscación. Un paso fronterizo entre dos culturas dominantes que durante décadas han batallado y ahora marcan un nuevo equilibrio histórico y geopolítico; empieza a cerrarse, en estos meses, el círculo cuyo diseño empezó a tomar forma en el llamado “discurso de El Cairo” de Obama en 2009, que mostró a la Hermandad musulmana y los ímpetus salafitas que durante años habían buscado su escalada hacia el poder en los países árabes, y no solo en ellos.

Desde entonces han entrado en las cancillerías de Oriente Medio y el Norte de África solo durante unos meses, para luego dar paso al retorno de los gobiernos laicos, desde Túnez que frenó el extremismo con una jornada electoral histórica a Egipto, que llamó a voces al general Al Sisi, o Siria, que abrió en Damasco sus urnas para confirmar a Bashar Assad como presidente, deslegitimando de hecho a las facciones rebeldes, demasiado ligadas al terrorismo.  Y Libia presenta hoy signos interesantes, que nos llevan al general Haftar. Que la rueda de la historia ha vuelto a girar lo testimonia la emersión del Isis, formación terrorista situada entre Siria e Iraq, que nace justamente como reacción a la caída del sistema de apropiación del poder por parte del extremismo. El califa Al Baghdadi, líder del Isis y autoproclamado príncipe de los creyentes, representa hoy la última arma de la estrategia extremista, que intenta seguir esparciendo su semilla en un mundo que poco a poco recupera la conciencia de sí mismo y de sus prerrogativas de libertad.

Cuanto más se agudiza la tendencia, más trata el integrismo de romper el ritmo, con atentados y acciones aparentemente realizadas por “lobos solitarios”, desde Canadá hasta Australia, pasando por Francia. A pesar de que muchos se obstinan en hablar de “desequilibrados” y de acciones perpetradas por “locos”, es evidente que el llamamiento de Al Baghdadi a golpear a los occidentales incluso con coches que se lanzan contra la multitud ha surtido su venenoso efecto: el integrismo en Occidente existe, está vivo y quien sabe cómo puede actuar tiene miedo. Mientras renace la reacción a la imposición extremista, en el lenguaje, en la vestimenta, en la anulación de las tradiciones y en todo lo que lleva consigo, el terrorismo trata de encontrar otros caminos, repartiendo las cartas y apuntando su objetivo hacia el este, hacia Rusia y China, objetivo último de una estrategia que cada vez da más golpes.

Todo ello mientras el liderazgo de Barack Obama cae vertiginosamente y los temores de Arabia Saudí y Qatar por un contagio extremista del Isis crecen a la velocidad de la luz, testimoniando el cambio de equilibrios que hasta hace solo un año parecía destinado a una victoria sin obstáculos. Y en medio de una Europa cada vez más titubeante, afectada por los impulsos autonomistas de sus propios países por un lado y por los fracasos de sus políticas económicas y sociales por otro.

La pregunta que ahora debemos plantearnos, dando un paso adelante, es qué sucederá en 2015. ¿Tendrá el mundo la fuerza necesaria para reconstruir un camino de renacimiento cultural, ideal y de libertad? El ciclo de la historia parece indicar esta vía, pero hay que tener cautela para no caer en la trampa de creer que todo está ya cumplido. Debemos, siempre y en todas partes, seguir pensando, razonando y planteando preguntas. Porque el primer paso, el decisivo, se da en nuestra cabeza y en nuestro corazón. Cuando menos miedo tengamos de nosotros mismos y de nuestra libertad, más difícil será encadenarnos, en cuerpo y mente.

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