Los ´grandes sueños´ de Francisco
“El sueño es un lugar privilegiado para buscar la verdad. También Dios eligió muchas veces hablar en lo sueños”. Estas palabras pronunciadas por Francisco en diciembre de 2018 en una homilía en Santa Marta y referidas a san José, hombre silencioso y concreto, nos ayudan a comprender la mirada del Papa hacia la Amazonia a través de su exhortación postsinodal. Un texto escrito como una carta de amor, donde abundan las citas de poetas que ayudan al lector a entrar en contacto con la extraordinaria belleza de esa región, pero también con sus dramas cotidianos. ¿Por qué el obispo de Roma ha querido dar un valor universal a un sínodo circunscrito a una determinada región? ¿Por qué nos interesa la Amazonia y su destino?
Hojeando las páginas de la exhortación, surge una primera respuesta. Para empezar, porque todo está conectado. De hecho, el equilibrio de nuestro planeta depende del estado de salud de la Amazonia. Puesto que el cuidado de las personas y el de los ecosistemas no pueden ir por separado, no nos debe dejar indiferentes ni la destrucción de la riqueza humana y cultural de las poblaciones indígenas, ni la devastación y las políticas extractoras que destruyen los bosques. Pero hay otro elemento que hace a la Amazonia universal. En cierto modo, las dinámicas que allí se ponen de manifiesto anticipan desafíos que ya tenemos muy cerca: los efectos de una economía globalizada y de un sistema financiero cada vez menos sostenible en la vida de los seres humanos y en el medio ambiente, la convivencia entre pueblos y culturas profundamente distintas, las migraciones, la necesidad de proteger la creación, que corre el riesgo de sufrir heridas irreversibles.
Esa “Querida Amazonia”, protagonista de esta carta de amor de Francisco, representa ante todo un desafío para la Iglesia, llamada a encontrar nuevas vías para evangelizar, anunciando el corazón del mensaje cristiano, ese kerygma que hace presente al Dios de la misericordia que amó tanto al mundo que sacrificó a su Hijo en la cruz. En la Amazonia, el hombre no es la enfermedad a combatir para cuidar el medio ambiente. Los pueblos nativos deben preservarse, con sus culturas y tradiciones. Pero también tienen derecho a un testimonio evangélico. No hay que excluirlos de la misión, de la atención pastoral de una Iglesia representada por los rostros curtidos por el sol de tantos misioneros, capaces de recorrer días y días en canoa solo para visitar a grupos de gente perdida y llevarles la caricia de Dios y el conforto regenerador de sus sacramentos.
Con su exhortación, el papa Francisco testimonia una mirada que va más allá de las diatribas dialécticas que han acabado por presentar el sínodo casi como un referéndum sobre la posibilidad de ordenar sacerdotes a hombres casados. Cuestión discutida desde hace mucho tiempo y que aún lo será en el futuro, porque “la perfecta y perpetua continencia” no es “exigida ciertamente por la naturaleza misma del sacerdocio”, como afirma el Concilio Ecuménico Vaticano II. Una cuestión a la que el sucesor de Pedro, después de haber orado y meditado, ha decidido responder sin prever cambios ni posibilidades de derogación añadidas a las ya previstas por la disciplina eclesiástica vigente, sino pidiendo que se vuelva a partir de lo esencial. De una fe vivida y encarnada, de un ímpetu misionero renovado, fruto de la gracia, es decir, de dejar espacio a la acción de Dios y no a las estrategias de marketing o a las técnicas comunicativas de influencers religiosos.
“Querida Amazonia” invita a una respuesta “específica y valiente” al repensar la organización y los ministerios eclesiales. Reclama a la responsabilidad de toda la Iglesia católica para que reconozca en sí las heridas de esos pueblos y los problemas de esas comunidades que se ven imposibilitadas para celebrar la eucaristía dominical, valorando todos los carismas e indicando nuevos servicios y ministerios no ordenados que se pueden confiar de manera estable y reconocida a laicos y mujeres. Precisamente refiriéndose a la contribución insustituible de estas últimas, Francisco recuerda que en la Amazonia la fe se ha transmitido y mantenido viva gracias a la presencia de mujeres “fuertes y generosas” sin que ningún sacerdote “pasar por allí”.