Los evangélicos y el poder en América Latina

Mundo · Alver Metalli
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6 marzo 2019
Desde una actitud de distancia, pasando por el colateralismo, hasta llegar al compromiso político directo, el camino del movimiento pentecostal latinoamericano prácticamente ha completado su recorrido. El creyente de fe protestante que medio siglo atrás se cuidaba mucho de involucrarse en política, ahora considera completamente natural que “el hermano debe votar por el hermano”.

Desde una actitud de distancia, pasando por el colateralismo, hasta llegar al compromiso político directo, el camino del movimiento pentecostal latinoamericano prácticamente ha completado su recorrido. El creyente de fe protestante que medio siglo atrás se cuidaba mucho de involucrarse en política, ahora considera completamente natural que “el hermano debe votar por el hermano”. Habiendo alcanzado la mayoría de edad, los modernos herederos de la antigua Reforma protestante enarbolan las banderas de la política partidaria prácticamente en todo el continente. Porque los evangélicos – escribe un atento estudioso de su encarnación y desarrollo en América Latina, el peruano José Luis Pérez Guadalupe – “llegaron al continente latinoamericano para quedarse, se quedaron para crecer y crecieron para conquistar”.

¿A qué se debe esta transformación que en realidad ha sido sorprendente y relativamente rápida, de la visión tradicional del evangelismo latinoamericano?

La metamorfosis evangélica, el paso del proclamado distanciamiento al neocolateralismo y de allí al compromiso político, con partidos y candidatos propios es, en primer lugar, el resultado de su misma expansión y por tanto de la consciencia de que constituyen una fuerza de choque electoral capaz de modificar los equilibrios políticos de un país y de una región.

Los estudios sobre las modificaciones del universo religioso en el continente latinoamericano no son muchos, y entre los pocos que hay conviene citar aquellos más conocidos: los de la Corporation Latinobarómetro, una agencia privada con sede central en Santiago de Chile, y los del Pew Research Center, un think thank estadounidense con sede en Washington, ambos especializados en sondeos de opinión sobre temas de alcance continental. Según un informe de la primera de dichas instituciones, Latinobarómetro, el catolicismo latinoamericano ha disminuido 13 puntos porcentuales entre 1995 y 2014, con retrocesos más acentuados en países de América Central como Nicaragua (-30), Honduras (-29) y Costa Rica (-19). En estos mismos países los evangélicos crecieron de manera inversamente proporcional al retroceso católico, confirmando de esa manera que la gran mayoría de los herederos de Lutero en América Latina son nuevos conversos provenientes de las filas católicas.

Los resultados del Pew Research Center, actualizados también a 2014, muestran que los católicos latinoamericanos bajaron al 69% de la población total, mientras los evangélicos en su conjunto subieron al 19%. En los tres países de América Central anteriormente citados – Nicaragua, Honduras y Costa Rica – la realidad evangélico pentecostal ha crecido a tal punto que en el futuro próximo podría quitarle a la Iglesia Católica su primado histórico, cubriendo la distancia que todavía la separa del catolicismo romano (6 puntos porcentuales en Honduras, 7 en Guatemala y Nicaragua y 10 puntos en Panamá).

Frente al generalizado crecimiento evangélico, hay dos excepciones que vale la pena señalar porque podrían constituir la tendencia en el futuro. Uruguay es el único país de la región latinoamericana donde el segundo grupo mayoritario no son los protestantes en sus diversas denominaciones sino los ateos sin afiliación religiosa declarada. Aún más anómalo es el caso chileno, que se caracteriza por una impresionante caída de confianza en la Iglesia católica que en este momento tiene 124 procesos de pedofilia en curso, con 222 víctimas declaradas y 178 investigados, de los cuales 105 son sacerdotes y ocho obispos. La última encuesta de 2018 que llevó a cabo el Centro de Estudios Públicos, una fundación académica chilena dedicada al análisis de temas públicos, muestra que solo uno de cada 10 chilenos conserva cierta confianza en la Iglesia, con un descenso en picada de quienes valoran positivamente su doctrina y su obra, que pasó del 51% al 13% en dos décadas. Pero a diferencia de otros países como Brasil o Guatemala, donde los evangélicos han conquistado casi todo el terreno que dejó libre la Iglesia Católica, en Chile el mayor incremento se observa entre aquellos que no se identifican con ninguna religión, quienes se han triplicado en las últimas dos décadas pasando del 7 por ciento al 24 actual.

Resulta comprensible que la fuerza religiosa creciente del evangelismo y el debilitamiento del catolicismo se traduzca también en una voluntad de los evangélicos de conquistar espacios y condicionar procesos en favor de la realidad que representan. La tentación de volcar en la competencia política una masa de votantes de considerables proporciones se ha vuelto irresistible con el paso del tiempo. Y si a comienzos del siglo XX la lucha de los protestantes – luteranos, anglicanos, presbiterianos, bautistas, metodistas y pentecostales – se orientaba a afirmar y promover la libertad de conciencia y la separación entre la iglesia y el estado, aún al precio de audaces alianzas con la masonería y otros movimientos declaradamente anticatólicos, hoy los objetivos han cambiado completamente y las múltiples denominaciones pentecostales muestran una aguda sensibilidad por batallas electorales donde están en juego valores que caracterizan en sentido antropológico la convivencia de una sociedad.

Observando el comportamiento político de los evangélicos en un número creciente de países de América Latina, se puede ver que su fuerza electoral se coagula en primer lugar en torno a muchos “no” pronunciados en relación con la modificación de leyes para “aggiornar” los parámetros morales vigentes en un país, en función de los cambios culturales profundos que se han producido en la sociedad. Los pastores de las denominaciones pentecostales se oponen al aborto, a las uniones homosexuales, a la legalización de la marihuana, a la introducción de la educación de género en las escuelas, a lo que se suma la lucha contra la corrupción en nombre de la moralización de la política y el endurecimiento de las leyes contra la criminalidad. Y cuando esos temas entran en los programas electorales de los partidos laicos, la convergencia de los evangélicos en candidatos propios o “externos” para contrarrestarlos se ha ido haciendo cada vez más maciza.

Cabe preguntar cuál ha sido la fisonomía, o la performance más reciente, del movimiento evangélico que ha incorporado la participación política directa como forma de su presencia y de su relación con las sociedades de América Latina. Samuel Escobar, profesor emérito del Misionología en el Palmer Theological Seminary of Pennsylvania habla, desde su propia experiencia como pastor, de una “segunda oleada de misioneros, más modernos y de evidente influencia conservadora americana” que «ha logrado posicionar socialmente a los “evangélicos” al punto de que ya no se habla de protestantes: ser evangélico es una forma especial de ser protestante».

El teólogo protestante alemán – y pastor luterano – Heinrich Schäfer, señala el cambio profundo que se ha producido en las filas de los descendientes de Lutero centrando la atención en el concepto de gracia, que «en el protestantismo histórico es fuertemente objetivo y asume la misión y la educación como modos de ejercer influencia en la sociedad» mientras en el protestantismo evangélico prevalece «un concepto de misión, fuertemente conversionista orientado a un crecimiento cuantitativo de la iglesia, y su ética social está subordinada a los intereses de la misión”.

La incursión en la política partidaria de los nuevos evangélicos no se produce en razón de un pensamiento social que haya acompañado su desarrollo y transformación sino por el potencial electoral y una clara influencia conservadora americana, basada en una “teología de la prosperidad” y una visión “reconstruccionista” del mundo. En síntesis, estamos en presencia de «un nuevo tipo de protestantismo, políticamente más conservador, anticomunista y antiecuménico, vale decir anticatólico que, contrariamente a sus predecesores, alcanza un notable crecimiento numérico por medio de estrategias de evangelización y difusión masivas, incluyendo los medios de comunicación y tecnologías de información».

Hablar de medios de comunicación masivos es hablar de poder, y hablar de poder es hablar de política. Los evangélicos lo han aprendido con rapidez y en América Latina despliegan ampliamente y en función política el poderoso arsenal de medios del que disponen, apuntando siempre a nuevas adquisiciones. La última fue anunciada a principios de 2019 y se refiere nada menos que a la cadena de televisión CNN. Douglas Tavolaro, nieto y biógrafo del magnate brasileño y pastor evangélico Edir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios, será el administrador delegado de “CNN Brazil”, una franquicia de la cadena estadounidense. Es un negocio sin precedentes en la historia de Brasil que se concretó cuando Macedo alineó públicamente su imperio mediático con la posición del gobierno del presidente electo Bolsonaro. Para tener una idea de la magnitud del proyecto baste pensar que según las declaraciones publicadas por la agencia argentina Télam se disponen a incorporar 800 personas, entre ellas 400 periodistas, y tendrá redacciones en San Pablo, Río de Janeiro y Brasilia.

Vatican Insider

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