Los diálogos por la paz de Colombia en la Habana y el año de la fe

Mundo · Jorge Iván Hoyos Morales
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1 agosto 2013
La hora actual que vive Colombia es un momento histórico decisivo, toda vez que desde hace casi un año, en la Habana Cuba, se está dando un nuevo y programático proceso de diálogos de paz entre Gobierno Nacional y Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP). Tal proceso, aunque avanza a ritmo paquidérmico, tiene como objetivo “poner fin al conflicto como condición esencial para la construcción de la paz estable y duradera”.  

La hora actual que vive Colombia es un momento histórico decisivo, toda vez que desde hace casi un año, en la Habana Cuba, se está dando un nuevo y programático proceso de diálogos de paz entre Gobierno Nacional y Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP). Tal proceso, aunque avanza a ritmo paquidérmico, tiene como objetivo “poner fin al conflicto como condición esencial para la construcción de la paz estable y duradera”.  

Este objetivo fue respaldado, el cuatro de septiembre del 2012, en los pronunciamientos del presidente Santos y de Timoleón Jiménez comandante de las FARC después de seis meses de conversaciones exploratorias. El primero decía que esta es “una oportunidad real de terminar con el conflicto´ y el segundo manifestó que ´la salida no es la guerra sino el diálogo civilizado”.  Es claro también que la posición expresada por los jefes de los equipos negociadores (Humberto de la Calle e Iván Márquez), muestra el consenso inicial que hay entre las partes acerca de que la paz no coincide con el cese de los enfrentamientos armados, ni la sola dejación de las armas.

En todos esos discursos estaba latente la idea de que la paz es primordial para que el país pueda crecer en todos los órdenes, de los cuales el desarrollo agrario integral, el social, el económico y el político son tipos. Por otra parte, con una idea como la citada, tanto Gobierno como FARC están reconociendo que la violencia armada, vivida en Colombia desde hace más de cinco décadas, ha sido el mayor obstáculo para este deseado crecimiento. Sin embargo sería mejor hablar no tanto “… de la violencia armada en Colombia, sino más bien de las violencias, en plural, puesto que cada etapa de su historia ha traído consigo un enfrentamiento diferente” y el número de actores armados es dolorosamente numeroso: La guerrilla del EPL (Ejército Popular de Liberación), la guerrilla del ELN (Ejército de Liberación Nacional), los grupos paramilitares de extrema derecha y las bandas criminales, por mencionar solo los que ocupan más páginas en los periódicos.

Cabe anotar que la voluntad de dialogo de los actores del actual proceso, se ha movido “Atendiendo el clamor de la población por la paz reconociendo que: La construcción de la paz es asunto de la sociedad en su conjunto que requiere de la participación de todos, sin distinción…” en el que hay tareas institucionales, comunitarias y personales por realizar. El clamor del que se habla, se evidencia en actos sociales tales como foros, marchas, movilizaciones, protestas y paros; es un clamor que muestra el deseo popular de un nuevo estado de las cosas; un clamor que pone de manifiesto que “La paz es un bien y un permanente quehacer, fruto de la justicia y la solidaridad entre las personas, las naciones y los pueblos”, según lo expresado en un importante documento del CELADIC (Centro Latinoamericano para el Desarrollo, la Integración y la Cooperación).

Teniendo en cuenta lo expresado aquí, resulta fácil reconocer que, con o sin éxito en el desarrollo de la agenda pactada para los actuales diálogos, serán muchas las tareas que queden por hacer en orden a conseguir paz de Colombia. Algunas de esas tareas serán: atemperar el clima de violencia,  recuperar la credibilidad en los poderes gubernamentales –ejecutivo, legislativo y judicial-, restaurar derechos a las víctimas con base en la memoria y la verdad (que no es un simple ajuste de cuentas), aumentar la capacidad productiva, incrementar el capital humano, incentivar una mayor participación ciudadana en política, la obtención de una mayor cohesión social, crear fuentes de empleo para las nuevas generaciones, mejoramiento del sistema educativo, etc…

Todas las tareas mencionadas, de alguna manera se encuentran en los seis puntos agendados en el “acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”; también son retos que suponen la existencia de una ciudadanía basada en actitudes como “la confianza,  la capacidad de cooperación social y de reciprocidad, el reconocimiento del otro como diferente en su diferencia y por tanto como interlocutor válido…”, tal como lo manifestó el filósofo colombiano Guillermo Hoyos Vásquez, recientemente desaparecido. Este pensador muestra que tales actitudes  implican la cultura del perdón (que no coincide con el olvido o aniquilación de la memoria) ya que sin esta cultura “se seguirán atizando nuevas violencias, nuevos terrorismos, nuevas guerras”.

Sin embargo ¿Qué puede significar en este año de la fe, el reto de construir una ciudadanía basada en la confianza, la cooperación, el reconocimiento y el perdón?

La doctrina social católica es una fuente impresionante de riqueza para dar respuesta a una pregunta de este tipo, pues enseña que la ciudadanía es aquella comunidad política que busca el bien común; entendiendo que “el bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro.”

Esta noción del bien común supone la existencia de personas que teniendo despierto su corazón, es decir aquel conjunto de exigencias y evidencias de justicia, verdad, amor, felicidad, etc… se juntan porque “entienden que juntándose cada uno satisfará su deseo de modo más fácil y mejor”.

Tal unidad en lo fundamental crea la amistad civil que se basa en los principios de gratuidad, subsidiaridad y pluralismo, rebasando así el plano del ordenamiento jurídico en donde el conjunto de los deberes y derechos es fundamental.

Tales principios anteponen la lógica del don a la del interés (el dar para tener), la lógica de la corresponsabilidad a la del asistencialismo (el dar para ganar), la lógica de la participación a la de la burocratización (el dar por poder). Esto no significa que en lo económico se renuncia al beneficio, ni en lo social se nieguen los auxilios, ni en lo político se rechacen las instituciones del estado.

Pero ¿de dónde surge esta bella amistad civil, que contribuye eficazmente a la construcción de una autentica ciudadanía? Solo del encuentro con un atractivo que invade la vida y que promete satisfacer los deseos más hondos y verdaderos del corazón humano.

Un encuentro así coincide con la fe y por eso la primera contribución de un creyente a la paz de Colombia en este año de la fe, es precisamente esta: revivir aquel encuentro con su promesa de plenitud; porque es solo a partir de allí de donde pueden brotar la amistad civil, la búsqueda del bien común y la construcción de una ciudadanía basada en la confianza, la capacidad de cooperación, el reconocimiento del otro como diferente en su diferencia y la cultura del perdón.

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