Los ciudadanos que forman Europa. Un nuevo desafío

Mundo · Antonio Spadaro
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29 abril 2019
Reflexionando sobre el devenir de nuestro continente, algunos políticos –pero también partidos y movimientos– parecen poner en cuestión no solo la Unión Europea tal como la conocemos, sino la existencia misma de un proceso de construcción de Europa. ¿Cómo situarse ante estas tensiones, fruto de la desconfianza y de un sentimiento nacionalista?

Reflexionando sobre el devenir de nuestro continente, algunos políticos –pero también partidos y movimientos– parecen poner en cuestión no solo la Unión Europea tal como la conocemos, sino la existencia misma de un proceso de construcción de Europa. ¿Cómo situarse ante estas tensiones, fruto de la desconfianza y de un sentimiento nacionalista?

Demos un paso atrás. En 1918 se firmó un armisticio en Compiègne que puso fin al ruido de las armas, acabando así con un conflicto destructivo, la Primera Guerra Mundial. Pero terminó creando las condiciones de un segundo conflicto en Europa que 21 años después se extendió al mundo entero. También hay que admitir que, con el paso de los siglos, raras veces Europa dejó de estar en guerra. El proceso de construcción de la Unión fue un factor importante en la pacificación del continente, pero aún sigue quedando mucho por hacer. Por tanto, hay que aclarar una cosa: interrumpir o poner en discusión el proceso europeo significa, de hecho, evocar fantasmas que ya habíamos acallado.

Volvamos con nuestra memoria a los “padres fundadores” de Europa. Su decisión y compromiso se apoyaba en sus respectivas experiencias, algunas de ellas plasmadas por el magisterio social de la Iglesia. Alcide De Gasperi, Altiero Spinelli, Jean Monnet, Robert Schuman, Joseph Bech, Konrad Adenauer, Paul-Henri Spaak… en 1918 no se conocían, pero los tortuosos caminos de la historia les llevaron, cada uno por su parte, a contribuir en un proyecto que permitía crear las condiciones de una sociedad europea pacífica, desarrollada, justa y solidaria. En febrero de 1930, `La Civiltà Cattolica` ya expresaba así esta conciencia: “Se podrá discutir mucho y batallar sin tregua sobre la técnica de una nueva organización de Europa, pero sin duda no sobre su necesidad actual”. Fueron igualmente fundadoras de Europa todas las ciudadanas y ciudadanos que resistieron a las dos grandes dictaduras del siglo XX, tanto al oeste como al este del continente, derramando su sangre hasta el final de sus vidas, para que los valores que ponen a la persona humana en el centro del proyecto social europeo fueran una realidad, tanto a nivel nacional como supranacional.

En 2012 la UE ganó el premio Nobel por su contribución a la paz, a la reconciliación, a la democracia y a los derechos humanos en Europa. El premio era merecido, pero no olvidemos que estos 60 años de paz en Europa no han discurrido como un río en calma. También han estado llenos de confrontación ideológica, acciones contrarias a los derechos humanos, intervenciones militares que violaban la autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, se han vivido acontecimientos que supusieron momentos de despertar para los pueblos y de transformación para la sociedad europea. Uno de ellos fue la caída del Muro de Berlín en 1989, que fue un punto de inflexión en la historia del continente y de la comunidad europea, poniéndola frente a sus responsabilidades, obligándola a abrirse para recibir a los estados del antiguo bloque del este, facilitando así la recuperación y difusión de los valores de la Europa libre. En aquella época, prevalecía el deseo de ampliar la comunidad europea por encima de la profundización política.

Todavía hoy, muchos en la Europa occidental se preguntan si fue prudente aceptar tal ampliación. Lo cierto es que aquello favoreció el nacimiento de una Europa que tiene que respirar con dos pulmones, como dijo proféticamente Juan Pablo II. El proceso de ampliación se impuso entonces y, por lo demás, aún no ha terminado, puesto que algunos países de los Balcanes también podrán llegar a pertenecer algún día a la UE. Pero esa profundización política se hace necesaria ahora. La construcción de la “casa común europea” necesita ser el resultado de ciudadanos fuertes en su identidad cultural, responsables de sus comunidades, y al mismo tiempo conscientes de que la solidaridad con el resto de Europa es esencial. La conciencia cristiana está implicada plenamente en este proceso. Se ha puesto fuertemente en cuestión durante estos siglos de guerras y tragedias en Europa, que hoy nos ponen delante de nuestras responsabilidades como cristianos en el mundo de nuestro tiempo. Sin duda, hoy los valores cristianos no están totalmente presentes en el proceso europeo, pero solo lo están –y estarán– mediante la vida cotidiana de hombres y mujeres responsables y de buena voluntad. “Los cristianos de Europa no pueden retirarse ante el cumplimiento de sus responsabilidades históricas respecto al futuro de Europa”, me decía monseñor Alain Lebeaupin, nuncio apostólico en la Unión Europea, al que le debo el hecho de haberme sugerido estas reflexiones.

Francisco ha abordado regularmente la cuestión del devenir de Europa desde el principio de su pontificado, especialmente en cinco importantes discursos: dos en el Parlamento europeo y el Consejo de Europa, en Estrasburgo, en noviembre de 2014; su discurso al recoger el premio Carlomagno en mayo de 2016; su discurso a los jefes de estado y gobierno reunidos en Roma en marzo de 2017 por el 60 aniversario de la firma del tratado fundacional; y por último, el discurso en octubre de 2017 en un congreso organizado por la Comisión de las Conferencias Episcopales Europeas en el Vaticano para “repensar Europa”. Creo que conviene releer hoy esos textos de Francisco, en vísperas de las próximas elecciones, en relación a lo que significa la construcción europea en la historia y el lugar de Europa en el mundo. En estos discursos, se puede recuperar una idea de Europa capaz de generar un nuevo humanismo, fundado en la capacidad de integrar, dialogar y generar.

El gran desafío consiste en reconocer que estamos en medio de un largo proceso de construcción europea. Que tuvo su inicio en algunos “fundadores”, pero también en todos aquellos que hicieron su parte, como ciudadanos, para superar las tensiones nacionalistas y totalitarias que tanto dañaron el tejido del continente y de las que son herederos los “soberanismos” actuales. Europa necesita ahora ciudadanos y no solo habitantes. Europa es unión de pueblos y no solo de instituciones. Y son los ciudadanos los que deben ponerse en condiciones de tomar parte en las decisiones y sentirse protagonistas, sobre todo de mejorar el proceso europeo en acto. Por tanto, el momento actual requiere decisiones políticas concretas por parte de los ciudadanos europeos, que no pueden limitarse a ser meros espectadores, sino personas preocupadas por el destino de nuestro continente y por la paz que el proceso europeo ha garantizado en todo caso hasta hoy.

Avvenire

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