¿Cuáles son los desafíos a los que debe responder la política?

Los catalanes en busca de un hogar

España · Lluís Formiga i Fanals
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9 enero 2017
En estas fechas de Navidad, uno se pregunta muchas cosas y durante las largas comidas también me han preguntado muchas. Dentro del tópico de preguntas sobre trabajo, familia y proyectos futuros ha ganado adeptos preguntar sobre el famoso “proceso catalán”. Los puntos de vista de esta amalgama de preguntas y respuestas son tan múltiples y variados que uno no sabe muy bien cómo empezar, bien hablando de sentimientos, historia, economía o cultura entre otros. En mi caso, sólo puedo hablar en base a mi experiencia y de por qué yo he acabado rebelándome contra el status actual para desear un modo de vivir mejor.

En estas fechas de Navidad, uno se pregunta muchas cosas y durante las largas comidas también me han preguntado muchas. Dentro del tópico de preguntas sobre trabajo, familia y proyectos futuros ha ganado adeptos preguntar sobre el famoso “proceso catalán”. Los puntos de vista de esta amalgama de preguntas y respuestas son tan múltiples y variados que uno no sabe muy bien cómo empezar, bien hablando de sentimientos, historia, economía o cultura entre otros. En mi caso, sólo puedo hablar en base a mi experiencia y de por qué yo he acabado rebelándome contra el status actual para desear un modo de vivir mejor.

Seguimos sumidos en dos Españas ideológicas con una derecha autoritaria y de pensamiento único que con el tiempo se ha cargado sus facciones más moderadas y una izquierda con graves problemas de ascendencia y liderazgo, véase la situación actual del PSOE y Podemos. Y en frente de esto tenemos la realidad catalana, que aunque cierta prensa nacional la conciba como Mordor a la orden de Sauron-Puigdemont y Junqueras-Saruman, con nuestro Gollum-Pujol, yo personalmente no lo percibo así ni en la calle ni en trabajo. Los catalanes hemos intentado construir España y el encaje de sus múltiples talantes muchas veces, desde la Mancomunidad hasta el Estatut de 2006 pasando por la transición hasta los pactos del Majestic. Pero…

¿Qué es lo que ha sido capaz de unir a alrededor de 2 millones de catalanes adultos (el 49% de su población)? ¿Qué piden los catalanes? ¿Qué hay detrás del deseo de independencia?

Durante los últimos seis años se ha pasado de un sentimiento independentista arropado por una minoría (10% de la población) a una reivindicación de desconexión arropada hacia alrededor de la mitad de la población. Teniendo en cuenta que la otra mitad es un conglomerado de federalistas (PSC / Unió), unionistas (C’s y PP), populistas (En Comú Podem) y desinteresados de la política (25% de abstención) se puede decir que el ideal de desconexión es el mayoritario en Catalunya. Quiero destacar que uso la palabra desconexión muy conscientemente porque me niego a hablar de sentimiento independentista. Lo que lleva sucediendo desde el año 2012 no es cuestión de sentimiento nacional ni un exabrupto dada la crisis económica y social de los últimos años. Muchos activistas del proceso se sienten orgullos de ser españoles y hablar español. Ni Antonio Baños, ni Gabriel Rufián, ni Eduardo Reyes ni Sonia Berlanas (entre otros) reniegan de su lengua madre (el castellano) ni del patrimonio cultural español recibido en herencia de muchas generaciones. Pero a diferencia de tantos otros, no contraponen su estima por la lengua y cultura catalana a la estima por la patria española. Reconocen en la sociedad, cultura y lengua catalanas una sociedad que les ha acogido y les ha abrazado con los brazos abiertos vengan de donde vengan y piensen lo que piensen. De hecho, la mentalidad jacobina, centralista y anti-diversidad promulgada desde tiempos del Conde-Duque está en plena decadencia y en quiebra. Soy consciente que esto que digo puede provocar cierta disonancia cognitiva a los que han visitado poco Euskadi, Galicia o Cataluña pero es así.

Entonces, ¿qué es lo que nos ha unido? ¿Qué ha pasado? Muy sencillo, desde los años de la transición buena parte de la política española nos ha ninguneado en nuestra diversidad, aplastado nuestra autonomía, difamado en nuestra economía y engañado en las promesas. Cabe destacar que el único presidente español que se tomó en serio el problema catalán e intentó darle una solución al problema fue JL Rodríguez-Zapatero y, créanme, no es santo de mi devoción. Al menos él encaró el problema de frente y no pretendió engañar a nadie. Tuvo un soporte mayoritario en el congreso y también del pueblo catalán (dos millones de votos). Por cierto, nadie se puede apropiar de la abstención o del no en ese soporte porque había motivos tanto por exceso como por defecto. Pero una cosa está clara: la centralidad política catalana votó a favor de ese Estatuto. Entonces, con un gran pacto político y de encaje consensuado y aprobado… ¿qué pasó? Pues dos cosas que seguimos sufriendo hoy:

El PSOE no tuvo coraje de aplicarlo e incumplió sus promesas mientras arruinaba el país con una nueva versión del café para todos. Ejemplos del café para todos los tenemos en los aeropuertos, AVE y autovías para todos sin estudios de viabilidad previos. A esto hay que añadirle que los incumplimientos en Cataluña fueron graves en el cumplimiento de la disposición adicional tercera, inversión en cercanías o desdoblamiento de infraestructuras. Mientras tanto, el PP sacó las peores artes de la política para contrarrestarlo: difamación en las radios andaluzas, bloqueo del poder judicial, aniquilación del sector moderado en Cataluña (Josep Piqué y Montserrat Nebrera) y para rematarlo sentencia de un Tribunal Constitucional politizado donde se carga cualquier aspiración política catalana. No sólo esto sino que cuando el PP llega al poder en 2011 incumple toda ley orgánica que regula la relación bilateral de la autonomía con el estado de derecho no sólo incumpliendo lo que estaba estipulado sino invadiendo cualquier competencia que ya tuviera la autonomía. Si a esto le añadimos que quien tiene que velar por la imparcialidad y evitar el abuso de poder toma parte y se alinea con el poder fuerte y politizado, no cuesta entender lo que empieza a suceder durante la Diada Nacional de Catalunya el 11 de setiembre de 2012.

La gente deja de creer en el estado de derecho, percibe un poder abusivo centralizado en la capital y se harta de oír cantos de sirena hacia acantilados llenos de dobles lecturas. Mariano Rajoy entonces no sólo se conforma en evitar el problema sino que aviva el fuego lanzando más insultos hacia Cataluña, encabezados por Cristóbal Montoro y José Manuel García-Margallo. Así tenemos el resultado de las elecciones al parlamento de 2012: el independentismo explícito pasa del 10,21% al 17,1% mientras que el catalanismo moderado de CiU decrece del 38,47% al 30,70%. O sea, que el arco de la desconexión se va ensanchando, llegando hasta el 47,91% de los votos en 2015. Es decir, casi el 50% de los catalanes creemos que desde aquí gestionaríamos mejor la cosa pública (la política) comparado a como se está haciendo ahora. Somos conscientes que no sería un paraíso, que no se acabaría ni la corrupción ni el hambre, pero aun así creemos que sería más eficiente que ahora. Y también creemos que podríamos ser más solidarios que ahora con los otros territorios de Europa porque las medidas de control y subsidio europeas obedecen menos al populismo territorial que la solidaridad gestionada por el estado. Es decir, que mientras que el estado español pesca para los territorios con menos desarrollo, la Comisión Europea les enseña a pescar.

El hecho de que la economía catalana haya crecido como nunca durante la crisis y los boicots, sumado al hecho que el 57% de las exportaciones de Cataluña ya son fuera del estado y que se siga atrayendo capital extranjero, da fuerza y dinamismo a la gestión económica y desarrollo que está haciendo la Generalitat de Catalunya y sus oficinas de ACCIÓ (demagógicamente llamadas embajadas). Yo he vivido en primera persona este cambio substancial siendo la mía una empresa que factura más en Brasil, Japón y Estados Unidos que en España.

Solo quiero subrayar un par de hechos antes de cerrar esta cuestión. El primero, que nunca en España ha habido mentes tan clarividentes para la economía liberal como Andreu Mas-Colell y su discípulo Xavier Sala-i-Martín y nunca han sido tan menospreciadas, dando a entender que la única meritocracia existente en España es la del funcionario de carrera. El segundo, que la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) reciba críticas sobre su opacidad mientras que la Agencia de Qualitat Universitària (AQU) sea una referencia de transparencia en Europa y en el mundo da una idea de las distintas maneras de hacer entre la Generalitat de Catalunya y el Gobierno de España.

¿Cómo percibe la sociedad los continuos desafíos por parte de cargos políticos catalanes, entre ellos su presidente y la presidenta del Parlament? ¿Hay hartazgo?

Está claro que la sociedad está dividida en la percepción de los distintos desafíos. Mientras que los constitucionalistas (39,11% del arco parlamentario catalán) lo viven como un sacrilegio al estado de derecho y a las leyes, el resto (56,74% del arco parlamentario) lo vive como un paso hacia delante firme y decidido a acabar con este autoritarismo desde Madrid. No obstante, cabe señalar que un referéndum pactado con Madrid aglutina el consenso del 70% de los ciudadanos de Cataluña.

¿Hartazgo? No lo creo para nada. No lo habrá mientras se sigan dando pasos firmes hacia delante y el proceso de desconexión/autogestión pase de ser una reivindicación lúdico-festiva a una propuesta seria de una democracia del siglo XXI. Esta idea une más que separa a liberales, socialdemócratas, comunistas y populistas y su soporte social es amplio y transversal. Bien es cierto que si se entra en una dinámica de hámster en su rodillo o día de la marmota la gente se dará cuenta de que los políticos catalanes no tienen el coraje que parte de la sociedad les pide y los tendrá como otros encantadores de serpientes, y lógicamente esto no se les perdonará.

Unos y otros hablan de diálogo, pero éste no ha llegado a producirse realmente, aunque parece que el Gobierno ha cambiado de estrategia con la nueva legislatura. ¿Servirá de algo? ¿Qué aspectos se deberían abordar en un diálogo fructífero?

El diálogo, tal como lo percibe Madrid, servirá de poco. Lo que en Madrid llaman diálogo yo lo llamo una operación de lavado de imagen para suavizar la percepción negativa detectada en las últimas elecciones. Su estrategia se basa en: i) mostrar cierta predisposición a negociar un documento de 46 peticiones de Carles Puigdemont, 45 más el referéndum; y ii) el establecimiento de un despacho de visitas de la vicepresidenta del gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, en la delegación del gobierno en Barcelona, operación semejante a la que hizo el CECOF del PSOE Víctor Morlán durante el año 2008. También se ha cambiado la figura del delegado del gobierno en Cataluña siendo este Enric Millo. No obstante, ninguna de estas iniciativas me convencen. El problema de las 45 peticiones, dejando a un lado el referéndum, es que las promesas del gobierno del Estado son papel mojado. Por lo tanto, lo que el gobierno debería comprender es que el documento de 45 puntos son puntos de mínimos sobre promesas de infraestructuras o dinamización de la cultura y la economía que ya se habían comprometido antes. De modo que el gobierno lo único que puede hacer para ganar credibilidad es dar una línea prioritaria de reparación de daños sobre la desinversión y olvido de Cataluña durante los últimos 5 años. Expongo a continuación una lista no exhaustiva: invertir sobre la línea de cercanías sin discusión, las carreteras a medias, la reparación de los daños en las obras del AVE, devolver la CMT a Barcelona, dejar que la sociedad civil intervenga en la gestión de Barcelona-El Prat y promover Barcelona como centro de excelencia en investigación dentro de Europa. Solo así se podría empezar a generar confianza y los catalanes volveríamos a sentirnos abrazados, dentro de un hogar.

Por lo que refiere al diálogo, por parte de Enric Millo y Soraya Sáenz en la delegación del gobierno estaría bien que se entrevistaran con las figuras clave de la sociedad civil y los legítimos representantes del Gobierno de la Generalitat en vez de entrevistarse con los líderes de la oposición o gente de su partido. Su actitud parece más propia de orquestar un golpe de estado autonómico para derrocar a los políticos que piensan diferente en vez de construir puentes. A todo esto ayudaría que no se refirieran a los independentistas como miserables o gentuza, pues esto aún da más fuerza a los que se sienten desamparados.

Desde Cataluña, tanto Gobierno como oposición, ¿cómo deberían gestionar la situación?

En Cataluña es necesario que se pueda gobernar dejando a un lado la idea de desconexión. Es decir, el gobierno debe poder gestionar el día a día sin ser chantajeado por la CUP mientras que la oposición, principalmente C’s y CSQP-Podemos, debería poder tender puentes de diálogo y desarrollo junto con el gobierno. Está claro que no habrá un presupuesto al gusto de todos, pero se puede obtener un presupuesto que favorezca a la clase media, la libertad ideológica y de educación, el desarrollo económico y una partida para una consulta sobre la relación con España, e intentar que sea dialogado y pactado por el gobierno del Estado. Es decir, si se desbloqueara el documento de 45 puntos con acciones concretas (obras adjudicadas y empezadas), se pactara una financiación con principios de ordinalidad, equidad y competitividad más un respeto a las competencias de Cataluña, no se debería tener miedo a un referéndum sobre si se quiere desconectar de España: ganaría el NO por un 70% y la gente se sentiría respetada y amada, y el problema del encaje se habría resuelto con una verdadera transición política.

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