Lo que la religión puede ofrecer a la política

Cultura · Adnane Mokrani
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21 marzo 2018
Antes de ver qué es lo que la religión ofrece a la política, a la ciudadanía y a la convivencia, debemos entender bien qué es lo que no ofrece. Como teólogo musulmán, creo que la naturaleza y misión de la religión es ante todo educativa: ayudar al hombre a alcanzar una madurez humana y espiritual, realizando y actualizando su potencial innato de humanidad y santidad.

Antes de ver qué es lo que la religión ofrece a la política, a la ciudadanía y a la convivencia, debemos entender bien qué es lo que no ofrece. Como teólogo musulmán, creo que la naturaleza y misión de la religión es ante todo educativa: ayudar al hombre a alcanzar una madurez humana y espiritual, realizando y actualizando su potencial innato de humanidad y santidad.

Lo que la religión no puede ofrecer

1. La religión no puede ofrecer un sistema político o económico. De hecho, no se puede identificar una religión con un sistema político. La religión ni es monárquica ni republicana, ni capitalista ni socialista, ni de derechas ni de izquierdas.

Las religiones se han adaptado a lo largo de la historia a sistemas diversos, incluso contradictorios. El Corán habla, por ejemplo, de la consulta, la shura, como valor social (3,159; 42,38) pero no explica cómo puede aplicarse este principio. Habla de la limosna obligatoria, la zakat, (2,43, 83, 110…), como forma de solidaridad social, pero estas indicaciones resultan insuficientes para construir un sistema económico. La ausencia de una teoría política o económica no es un signo de debilidad o carencia, sino más bien un signo de flexibilidad que permite que las religiones sobrevivan a los cambios de época.

Al mismo tiempo, los religiosos han valorado y criticado estos sistemas de varias formas. En otras palabras, es cierto que las religiones no producen sistemas políticos ni económicos, sin embargo no todos los sistemas se perciben del mismo modo por parte de todas las religiones, por de los diversos grupos dentro de una misma religión. Obviamente, todo esto se debe contextualizar histórica y geográficamente.

Hoy el sistema democrático parece ser el más justo del que disponemos para nuestras sociedades contemporáneas, con la condición de que exista una conciencia popular que exija y aplique las reglas democráticas. Esta conciencia colectiva está en la base de una cultura democrática. No se puede transportar la democracia. Una democracia impuesta es una contradicción absurda, una locura que solo puede servir como pretexto para justificar y embellecer tentaciones imperialistas y expansionistas.

2. La religión no ofrece un sistema jurídico. Puede parecer paradójico. Eso no significa que la religión no sea normativa. Esta misma normatividad ha generado a lo largo de la historia sistemas y escuelas jurídicas, pero en nuestro mundo de hoy, secularizado, globalizado, pluralista y sobre todo democrático, resulta difícil cuando no “inmoral” imponer un sistema jurídico religioso. El estado religioso es un estado de hipocresía por naturaleza, pues obliga a la gente a vivir una doble vida, una privada en casa y otra pública en la calle o en el trabajo. Es por tanto un estado antirreligioso porque traiciona y mata aquello que hace de la religión una experiencia auténtica, es decir, la sinceridad del corazón.

El sistema jurídico democrático podría inspirarse en valores o principios religiosos, pero si es aceptado democráticamente no es porque representa la Palabra de Dios, dictada por una autoridad religiosa, sino porque el debate parlamentario ha llevado a ese resultado jurídico de un modo racional y consensuado. Es la única manera de resolver el conflicto interpretativo que va más allá de la esfera de las opiniones religiosas para incluir a toda la ciudadanía plural, religiosa o no. La ley democrática es soberana, solo se puede cambiar mediante caminos democráticos o métodos de resistencia pacífica como la objeción de conciencia bajo ciertas condiciones.

¿Qué ofrece entonces la religión?

¿Puede ser la religión un elemento positivo y constrictivo en la política, en el respeto a la laicidad del estado como principio ético de justicia y de igualdad, y sobre todo como condición indispensable para la democracia?

La religión, en el contexto democrático, no puede ofrecer un sistema jurídico, pero al menos ofrece un sistema de valores. Podría suponer un paso atrás por parte de la religión para dejar un espacio de libertad necesario para tener una sociedad plural y liberal. El sistema de valores es más flexible si se compara con el sistema jurídico, pero no cierra por ello el conflicto interpretativo, puesto que vivimos en un mundo donde las religiones no monopolizan los valores éticos sino que existe una ética no religiosa.

Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que los valores cambian de contenido y significado entre una época y otra. La justicia, por ejemplo, es un valor universal, pero no existe un consenso sobre qué significa realmente la justicia en ciertas situaciones o épocas. Ciertas formas de justicia en la historia se han convertido hoy en formas de injusticia. El ataque actual a las formas antiguas traiciona el espíritu y vacía el valor de todo valor.

A pesar de todos estos desafíos, la de abrazar o hacer la voluntad de Dios sigue siendo una idea central en la conciencia religiosa, también hoy. ¿Pero qué es la voluntad de Dios para mí en este instante presente? ¿Cómo puedo conocerla? ¿La conciencia necesita una fuente interna para verla? Ninguna fuente externa es suficiente. No basta la información, hace falta una transformación profunda.

Tras las leyes y valores, hay un fondo existencial, la alquimia transformadora de la religión, que se manifiesta precisamente en la capacidad del hombre para trascender de sí mismo, de su propio ego y de sus propios intereses personales y tribales para caminar hacia un horizonte más humano e incisivo. Sin la trascendencia, la inmanencia no tiene sentido. Mejor dicho, la trascendencia es una condición para cualquier puesta en práctica de valores.

Este trabajo interior es religioso por excelencia. Ningún parlamento o gobierno del mundo puede hacerlo. Por este motivo, la misión educativa de la religión no es simplemente un discurso sobre valores o normas, de otro modo volveríamos a la misma problemática del discurso jurídico. El núcleo de la cuestión es justo esta transformación del alma, que purifica la intención y hace a la conciencia más despierta y atenta a todas las formas de violencia e injusticia. Sin esta condición interior, los valores y leyes pierden credibilidad y eficacia. Se convierten en charlatanería o letra muerta, o en medios de poder, manipulados por los poderosos de cada momento.

La cuestión de la rectitud de conciencia es fundamental para el discurso ético. Pero la misión educativa de la religión no se limita a pulir y despertar conciencias, sino que más bien va orientada a formar una conciencia libre y crítica. Las religiones, que en tantos casos han sido instrumentos de control o de dominio, ideologías de poder “sacro” o “profano”, ¿podrían desvelar ese “tesoro escondido”, ese mensaje profético crítico que resiste todas las formas de injusticia en el tiempo?

El Corán habla de manera directa y explícita de libertad religiosa. “Ninguna constricción en las cosas de fe” (2,256), porque una religiosidad verdadera y auténtica debe ser por fuerza libre y por convicción. De otro modo, no es más que una mera hipocresía o terror. Pero este principio evidente se ha viso sofocado, marginado, cuando no sepultado durante siglos enteros. ¿Cómo sacar hoy a la luz todo el potencial salvífico de este principio a 360 grados, de modo que sea la base de una conciencia creyente y democrática a la vez?

Antes de las tradiciones ancestrales, hubo una rebelión profética que rechazaba seguir las normas de los antepasados y ponía en discusión la herencia de los padres. “Dicen: nos basta con lo que nos transmitieron nuestros padres. ¿Y si sus padres no razonaban en absoluto y no estaban bien guiados?” (5,104). Es la misma conciencia que siempre pide: “aportad vuestras pruebas, si es que sois sinceros” (2,111), (27,64).

Una conciencia que no acepta cualquier noticia sin verificar su autenticidad. “¡Oh, creyentes! Si viene a vosotros un trasgresor con una noticia, ¡verificadla! No sea que perjudiquéis a alguien por ignorancia y tengáis que arrepentiros de lo que habéis hecho” (49,6).

Son principios y valores válidos también hoy frente a todo tipo de fundamentalismo o populismo. Aquí nos encontramos ante diferentes tipologías de religiosidad, que se encuentran y desencuentran dentro de la misma fe, y dentro del corazón de cada hombre.

Intervención de Adnane Mokrani en la presentación de la revista Oasis en la Feria del Libro de Milán.

Oasis

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