Lo que han premiado los Oscar

Cultura · Josep María Sucarrats
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15 abril 2008
Con más pena que gloria, se entregaron en la madrugada del lunes los Oscar de 2008. La sobriedad de la ceremonia, con un guión hecho a toda prisa, dejó al descubierto las películas galardonadas y manifestó por fin con claridad el contenido premiado.

Sin sorpresas extraordinarias, y falto de guión en el que apoyarse durante cuatro meses, la industria de los Oscar de este año ha sido previsible. En principio estaba nominado todo lo que debía nominarse, aunque con alguna que otra ausencia considerable, como por ejemplo la última propuesta de Paul Haggis. Sin embargo, y a pesar de lo predecible, al analizar el reparto de estatuillas se detecta que el premio a películas antitéticas marca una constante en los dos últimos años. La perplejidad que provoca esta discordancia puede ser un signo de nuestros tiempos.

En efecto, confluyen en el certamen nominaciones que priman visiones del no ser como lectura del periplo humano, y otras que plantean la vida como lugar para la felicidad y la esperanza. Lo curioso es que esta síntesis de contrarios, o confusión, es ya una constante. Así, si el año pasado, con su peculiar visión de la vida, Infiltrados y El laberinto del fauno se llevaron un total de seis galardones, este año los laureles (también seis, y en casi la mismas categorías) han sido para No es país para viejos y Pozos de ambición. A la vez también, el año pasado el oasis era para la risueña Pequeña Miss Sunshine , mientras que este año le tocó el turno a Juno , una divertida comedia de planteamientos antiabortistas que ha sido prácticamente ninguneada (una sola estatuilla).

A juzgar por el número total de premios, está claro que Hollywood refleja algo que ocurre en Occidente. La confusión imperante en nuestra sociedad deja el disparate como criterio. Así, los contrarios se encuentran como partes de un mismo ser, en un mismo juicio. El negro y el blanco, lo oscuro y lo claro, el Ying y el Yang. Pero al valorar los resultados es evidente que la balanza se inclina hacia el triunfo del sinsentido. Es verdad que en los Oscar se han dado premios a Juno (canto a la vida), a Once (canto al amor verdadero), a Ratatouille (canto a la amistad y a la vocación), pero la ambigüedad con la que se juntan con otros premios de carácter refutante hace pensar que hay en Hollywood una indefinición clara sobre la cultura, propia del declive de nuestra sociedad. Tanto es así, que los premios a estas películas podrían bien interpretarse como placebos.

La constante tanto en la película de los Cohen como en la de Paul Thomas Anderson es el triunfo del mal como ejemplificación de una vida que no vale la pena. Las dos películas muestran, en continuidad con el año pasado, que Hollywood se llena de películas lúgubres y violentas, donde la esperanza es desterrada. El mismo Ethan Coen afirmó que el film "trata de lo caprichoso y despiadado que puede ser el mundo, como lugar que no perdona"; esto es, el mal absoluto como último tribunal. También en Pozos de ambición se narra la epopeya de un hombre que decide hacerse rico a toda costa para aislarse de la gente y de un mundo sin Dios, como reitera trágicamente.

Aunque las dos películas son excelentes en su factura, la impresión que dejan con sus premios es que son un espejo de la situación de depresión moral, económica y militar que se vive al final del mandato Bush. No parece casual que las dos películas narren historias sucedidas en Texas o referidas al petróleo y a su gente. Pero lo que en particular impresiona de las dos cintas es la completa gratuidad del mal, a imagen de lo que pasa tanto en los campus universitarios y colegios norteamericanos, y el completo desinterés por el misterio del hombre. En este sentido, son una clara metáfora del progreso, un correr que no lleva a ningún sitio. El entretenimiento de por sí es el lugar triste donde se prolonga la existencia, antes de desaparecer en el vacío.

Hay que vigilar, pues, no dejarse guiar por el reclamo de los premios, dada su profunda ambigüedad. Poco convencerán las estatuillas a aquellos que pretenden ver en el cine algo que pueda durar más allá de la sala. Queda poco de esa belleza revelada en celuloide como arte que escarba en las preguntas esenciales del hombre. Nos queda el consuelo de la valiente apuesta de Schnabel, con su escafandra y mariposa (sin nominación a mejor película…), así como las películas placebo citadas. Quizá por ello fueron galardonadas con vítores en los premios independientes Spirit, justo antes de los Oscar, donde la confusión viene bañada en oro.

 

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