Libres para decidir y para descubrir
Estamos a pocos días de que Trump tome posesión. Su vuelta a la Casa Blanca aumenta el desafío que suponen las principales redes sociales para una información veraz y para la estabilidad de la democracia. La ocasión puede ayudarnos a comprender cómo se accede a la verdad, cómo se descubre y cómo se cuenta.
Trump vuelve a ser presidente y Zuckerberg ha decidido que Meta, es decir Facebook e Instagram, tiene que volver a ser como era al principio. El Facebook de 2025 debe ser como la X (antes Twitter) de Elon Musk, el hombre que susurra en el oído de Trump. En 2016 Zuckerberg estableció un programa para combatir la desinformación en sus redes sociales. Era un sistema con el que la compañía verificaba el contenido de los mensajes. En realidad la fórmula funcionaba poco y mal pero le servía para mostrar un perfil más moderado. Ha decidido suprimirla. La X de Elon Musk no supervisa contenidos. Él mismo difunde falsedades como las de que el primer ministro del Reino Unido “fue profundamente cómplice de las violaciones masivas a cambio de votos» cuando era fiscal. Con “violaciones masivas” se refiere a una red de explotación sexual que Starmer no habría sido perseguido de forma adecuada a finales de los años 90.
Hay dos modelos para afrontar el reto de las noticias falsas difundidas por redes sociales. El modelo estadounidense apuesta por la autorregulación de las empresas. No ha funcionado. Las mentiras, sobre todo si confirman prejuicios y alimentan el malestar, generan más tráfico y más viralidad, es decir más dinero. Son más rentables que la verdad. El otro modelo es el europeo que apuesta por un regulación exterior. La UE aprobó en el verano de 2023 la ley de Servicios Digitales. Es un buen intento pero ya se ha quedado vieja.
La libertad de expresión ampara a Musk cuando llama «tonto» al canciller alemán, Olaf Scholz y cuando considera un «tirano antidemocrático» al presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier. Tiene libertad para apoyar a Alice Weidel, líder del partido alemán ADF. No se puede defender la democracia dinamitando uno de sus pilares: la libertad de expresión. Las mentiras que difunde cuando las firma él mismo no son una amenaza para la democracia porque no tiene credibilidad informativa. El daño lo hace cuando el algoritmo de X utiliza un criterio absolutamente sesgado para difundir los contenidos falsos y no explica cómo funciona ese algoritmo.
Por eso hacen falta más periodistas, más protagonistas de la vida pública, más pensadores, más maestros, más referentes que “digan la verdad”. Pero aquí es donde surge el verdadero problema. Los periodistas pensamos, los intelectuales, los referentes religiosos, los educadores piensan a menudo que “decir la verdad” es proclamar una definición, afirmar un enunciado. Como aseguraba hace unos días, PierAngelo Sequeri en Avvenire, “tanto la democracia civil como la fraternidad eclesial tienen sus puntos vulnerables. Y la actualidad muestra claramente su potencial inclinación a la contradicción. Tal vez pensamos que bastaba la definición. Error”.
El error es pensar que para hacer frente a la desinformación basta definir lo que sea la verdad en cada caso y “darla a conocer”.
Es difícil encontrar a alguien que a estas alturas no vincule de un modo radical libertad y verdad. La democracia y la madurez personal exigen que cualquier acceso a la verdad sea a través de la libertad. Pero hay muchos que están convencidos de que los periodistas, los referentes religiosos y morales, tienen que ser una especie de “mediadores”. Son ellos los que facilitan el acceso a una verdad que para los ciudadanos o los fieles es inasequible. Esta mentalidad no permite hacer frente al reto de la desinformación, porque genera sujetos dependientes de “un poder bueno” que se opone al “poder malo”. Poder a fin de cuentas. La libertad no es solo esencial en la aceptación de la verdad, la libertad es esencial en su descubrimiento. De otro modo siempre es externa a la persona y, en lugar de fortalecerla, la hace más débil.
Es necesario regular las redes sociales pero, afortunadamente, nadie puede privarnos de la aventura de descubrir qué tipo de conocimiento nos permite experimentar la realidad del mundo y de nuestra vida de un modo más intenso, más crítico, más libre, más completo, más abierto, más concreto, más universal. Son los rasgos de una verdad descubierta personalmente. En ese proceso, el papel del periodista y del “mediador “es mucho más modesto de lo que se suele pensar. No puede sustituir a la audiencia.
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