Líbranos de la mujer de Lot

Mundo · José Luis Restán
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28 diciembre 2011
Ahora sí quiere decirnos su programa. "El gran tema de este año, como también de los siguientes, es cómo anunciar el Evangelio. ¿De qué manera la fe, en cuanto fuerza viva y vital, puede llegar a ser hoy realidad?". Parémonos un momento. ¡El Papa se pregunta cómo la fe puede llegar a ser hoy realidad! Y si se lo pregunta es porque muchas veces es sólo realidad... virtual. Incluso entre los creyentes, hablar de realidad suele referirse a lo contante y sonante. La fe puede ser algo venerable, desde luego, pero en el fondo es "otra cosa", algo que a fin de cuentas no está en la realidad dura y cortante de cada día. Algo como la espuma, que hace bonito pero no alimenta.     

¿Cómo puede la fe hacerse hoy realidad, fuerza vital en la historia dramática de estos días? Esa es la pregunta que Benedicto XVI planta hoy en el campo de la Iglesia. Reconoce que en nuestra sociedad (que denostamos demasiado y amamos demasiado poco) "no están en discusión algunos valores como la solidaridad, el compromiso por los demás, la responsabilidad por los pobres y los que sufren", pero advierte que falta la fuerza que los motive, capaz de sostener renuncias y sacrificios. "¿Dónde está la luz que pueda iluminar nuestro conocimiento…? ¿Dónde está la fuerza que lleva hacia lo alto nuestra voluntad?" Estas son las preguntas a las que debe responder nuestro anuncio del Evangelio, la nueva evangelización. Y remata el Papa: "para que el mensaje llegue a ser acontecimiento y el anuncio se convierta en vida".

Me pregunto si tomamos conciencia del desafío que nos lanza Benedicto XVI. Por un lado afirma que sólo lo divino salva lo humano. Nuestros buenos deseos, nuestras inquietudes, nuestras virtudes cívicas, necesitan un fuego profundo que los alimente y sostenga, que impida su decadencia, que les dé un horizonte más grande. La razón y la libertad, los grandes valores que la modernidad pretendió exaltar, ven hoy dramáticamente reducido su arco: una razón empirista y funcional que ya no se  pregunta por el destino, por el bien y el mal; una libertad esclava de los instintos y de los señuelos publicitarios, entregada al vacío. Pero la intuición era buena, es preciso salvar la razón y la libertad: ¿dónde está la luz que abra nuestro entendimiento, dónde la fuerza para adherirnos a la verdad aunque cueste? Aquí la fe sale al encuentro de lo humano en carne viva.

Por eso la única reforma verdaderamente necesaria se llama conversión, y esto no es salirse por la tangente, es ir directo al corazón. "Hay una infinidad de discusiones sobre lo que se debe hacer", dice Benedicto XVI, y ciertamente, es necesario hacer muchas cosas. Pero el núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de la fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces". Fue el núcleo de su mensaje a los católicos alemanes en su memorable visita de septiembre.

La palabra clave de todo este programa se llama testimonio, como recordaba también hace pocos días al Consejo Pontificio para los laicos. No sólo buenos ejemplos, no sólo recta doctrina: testimonio. Una vida cambiada y ofrecida, con sus razones y sus gestos públicos, con su capacidad de afrontar cada día la realidad tal cual es. Una vida que se conmueve por el deseo profundo de cada hombre, por el horizonte que apunta y por la debilidad en que se mueve. Testimonio a campo abierto, sin trincheras, capaz de medirse con las angustias y las preguntas de esta hora. Y el primero que así lo hace es el Sucesor de Pedro. 

En otro pasaje de su discurso a la Curia Benedicto XVI evoca la historia de la mujer de Lot, convertida en estatua de sal por mirar hacia atrás, centrada en su propia medida, en su propio proyecto, sin atender a la provocación que le venía de Dios. También nosotros podemos convertirnos en estatuas de sal, pendientes de nuestras cuitas a izquierda y derecha, pendientes de nuestros planes, de nuestras quejas infinitas o de la recta administración. Y así la fe que vivimos y comunicamos no llega a ser realidad. No es la primera vez que sucede, aunque por fortuna, el Amo de la viña se encarga de suscitar nuevos hijos con un corazón sencillo y dispuesto. Así es y así será. Feliz año nuevo.

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