Libertad de educación, apertura a la razón

Mundo · Giorgio Vittadini
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12 septiembre 2017
En el estupendo libro de Marco Bersanelli, titulado ´El gran espectáculo del cielo´, se narra la historia de las relaciones entre Albert Einstein, descubridor de la teoría de la relatividad general, y George Lemaître, sacerdote y estudioso muy importante, aunque menos conocido fuera del ámbito de los especialistas. Lemaître avanzó tres hipótesis sobre la estructura del cosmos: su origen con el big bang, su expansión y la llamada constante cosmológica, hoy aceptadas como verdaderas por toda la comunidad científica. El hecho es que Einstein no solo rechazó al inicio las tres hipótesis sino que trató a Lemaître con suficiencia. Pero con el paso de los años se convenció de la primera tesis, y se hizo amigo de Lemaître, aunque nunca llegó a aceptar las otras dos.

En el estupendo libro de Marco Bersanelli, titulado ´El gran espectáculo del cielo´, se narra la historia de las relaciones entre Albert Einstein, descubridor de la teoría de la relatividad general, y George Lemaître, sacerdote y estudioso muy importante, aunque menos conocido fuera del ámbito de los especialistas. Lemaître avanzó tres hipótesis sobre la estructura del cosmos: su origen con el big bang, su expansión y la llamada constante cosmológica, hoy aceptadas como verdaderas por toda la comunidad científica. El hecho es que Einstein no solo rechazó al inicio las tres hipótesis sino que trató a Lemaître con suficiencia. Pero con el paso de los años se convenció de la primera tesis, y se hizo amigo de Lemaître, aunque nunca llegó a aceptar las otras dos.

Ni siquiera Einstein, hombre con amplitud de miras y de gran humanidad, fue inmune al riesgo de caer en prejuicios cerrados. No son raras estas situaciones en el mundo científico. Pasteur también fue ferozmente contestado por los científicos de su tiempo, que tenían miedo a perder sus privilegios si las teorías que defendían se veían confutadas. Delante de propuestas nuevas, un científico no puede preocuparse de defender su ´patria´, sino que debe ser en cierto modo ´apátrida´: abrirse a la novedad y verificar a quién dan la razón los hechos. Eso no significa renunciar a la propia tradición, sino someterla a crítica sin ahorrarse nada para ver si vale en el presente. Este enfoque realista, en el ámbito educativo, lo sugieren muchos libros de Luigi Giussani contra dos extremismos ideológicos opuestos: el empirista-relativista, que no tiene valores ni principios; y el idealista, que defiende a priori la propia convicción contra la evidencia.

Dice Giussani en ´Educar es un riesgo´: «Nosotros insistimos en una educación crítica: el muchacho recibe el pasado a través de una vivencia presente en la que está implicado, que le propone ese pasado y le proporciona sus razones; pero él debe tomar ese pasado y esas razones, ponérselas delante, compararlas con su corazón y decir: ´es verdad´, ´no es verdad´ o ´dudo´».

Un enfoque así no pone en discusión el propio credo ni los propios ideales. No se trata de poner en discusión dogmas ni pertenencias, ni verdades morales, sino ver cómo respecto al mundo de lo cognoscible, siempre en movimiento, nunca igual a sí mismo, se puede tener en cuenta todo. No se puede juzgar una afirmación extrapolándola del contexto al que se refiere si no queremos ser incorrectos o incluso facciosos.

Un ambiente típico en el que esto sucede es el mundo de la escuela, privada o pública, donde profesores y alumnos están llamados a aprender aspectos distintos de la realidad. Puesto que nadie desconoce la importancia de tener y defender una posición ideal, intentemos ejemplificar qué quiere decir, por un lado, una puesta en discusión crítica de la propia tradición en el diálogo con el otro y, por otro lado, una posición de cerrazón. Partamos justamente de la ciencia. La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha visto que ligar la concepción del mundo a una determinada visión cosmológica era un grave error y fue precisamente un diálogo entre Pío XII y Lemaître lo que llevó al pontífice a la formulación según la cual Dios ´crea, conserva, gobierna todo lo que existe hoy como el alba de la creación´. Una posición que abre a la libre búsqueda, entendida como complementaria a la fe y no en oposición a ella. ¡Cuánto ha ganado la Iglesia escuchando la contribución de los que en un tiempo consideró enemigos!

Lo mismo vale para una relectura histórica. Pensemos en la petición de perdón de Juan Pablo II respecto a los intentos hegemónicos de la Iglesia a lo largo de los siglos (guerras de religión, cismas, persecución de los judíos, apoyo al colonialismo, discriminación étnica y sexual, aquiescencia con las injusticias sociales). La identidad de la Iglesia se ha manifestado más grande y libre con esta capacidad para cambiar de idea, a diferencia de los que, partiendo de otras convicciones, no han tenido el coraje de poner en discusión por ejemplo el estalinismo o el maoísmo después de torturas y asesinatos contra millones de disidentes.

Escuchar al otro puede llevar a un encuentro fecundo para ambas partes, como hicieron el presidente italiano Giorgio Napolitano y Benedicto XVI con el Risorgimento después de 150 años. El Papa recordó la contribución de católicos como Alessandro Manzoni y Massimo D`Azeglio, y el presidente refutó el dogma liberal-masónico según el cual los católicos no habían contribuido en nada a la construcción de la nación. Sobre estas bases nació la exposición del Meeting de Rímini ´150 años de subsidiariedad´, que arrojó luz sobre la contribución del movimiento católico al progreso de la nación unida, también en política. Toda una revisión histórica en comparación con lo que todavía se enseña en muchas escuelas.

Quien tiene una identidad y una tradición no teme poner en discusión aquello en lo que cree. Por eso es un bien que la escuela se abra a la crítica y al diálogo de verdad, valorando cada cosa y obteniendo su valor. Hay por descubrir un modo nuevo de enseñar, como el de Martina Saltamacchia, que ha tenido que explicar las cruzadas en la universidad de Nebraska: prejuicio total, interés cero. En vez de defender sus verdades, ella propuso a los alumnos que se identificaran con los diversos personajes históricos (Ricardo Corazón del León, el Saladino, el Papa), leyendo, viendo películas y luego haciendo una representación según su interpretación crítica. La clase se transformó, los estudiantes se interesaron muchísimo, el debate y el deseo de profundizar no se agotaban nunca, y salió a la luz una interpretación de las cruzadas que no era ni de lejos tan demoledora como se podría prever. En tres años el curso despertó tanto interés que Saltamacchia ganó el premio al mejor ejemplo de didáctica en toda la universidad. ¿Acaso no nos gustaría que fuera así en todas partes?

Los que llevan décadas luchando por la libertad de educación conocen la necesidad de ese paciente diálogo basado en el uso de la razón, dentro del cual puede suceder –como pasó en el Meeting– que un exministro de izquierdas liquide el “dogma” de la escuela estatal declarando que la paridad educativa es un derecho constitucional.

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