Libertad creativa, convivencia y solidaridad frente a nacionalismo (I)

España · Ángel Santué
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19 noviembre 2012
Estamos aquí y ahora, como personas, tomadas una a una, que nacen en una comunidad familiar, se hacen en otra laboral, a la que añaden esferas de otras relaciones durante la vida, hasta que finalmente, morimos. La realidad del mundo, el mundo en sí mismo, no es fruto de la casualidad ni de la necesidad, pero se puede actuar sobre él y en él. Como personas comprometidas debemos hacer que el mundo y la realidad respondan al siguiente proyecto respetuoso con el hombre: vivir como una familia, y si uno es creyente, tratar de hacerlo en un plano de trascendencia. Así, en el caso particular del cristiano éste está llamado a que su patria verdadera no esté en este mundo, aunque deba estar él físicamente en este mundo (a fin de cuentas, creemos en que Dios se encarnó, murió en este mundo y resucitó para el otro). Es difícil, ciertamente, para el tecno-hombre del siglo XXI tomar plena autoconciencia de sí mismo, de que no fue y de que no será físicamente, pero que tiene alma.

Al ser la relación por tanto con lo infinito una aspiración de orden superior y trascendente que es deseo dentro del corazón del hombre, solo lo Absoluto alcanza una categoría moral de exigencia, hacia la cuál conviene dirigir el curso de nuestra vida, acciones, creaciones, pensamientos, deseos, ilusiones. Todo aquello que limite el progreso humano (de cada hombre y de cada mujer), en este camino de ir tomando conciencia al tiempo de sí mismo, y de la realidad en la que se encuentra y trata de interpretar con lentes humanas (ideología, prejuicios,..), sitúa al hombre y a la mujer en un conflicto existencial, que tiende a absolutizar aquello que no es lo absoluto y a justificar lo que de otro modo jamás se justificaría por los efectos colaterales que se podría ocasionar.

Al separarnos de la búsqueda más interna de nuestro significado en este mundo, y sobre todo, abandonando el resguardo que nos proporciona tratar de buscar respuestas que nos hacen más personas, como son tratar de responder a las preguntas esenciales al hombre como son el qué soy, desde cuando, hasta cuando, por qué yo, por qué no yo, para qué, etc,., hemos caído en la "trampa de la realidad", que la sitúa a ésta por encima de nosotros mismos, pues hemos dejado de tratar de relacionar la realidad con la persona, pero sí con la idea que tiene la persona sobre la realidad, en un proceso lejano y diferente al que justifica tomar conciencia de la realidad (para tomar conciencia de uno mismo).

Para vivir como una familia (convivir), bajo la mirada del Creador, es necesario respetar hasta lo más sagrado la libertad humana, que es una libertad en movimiento, creativa y ordenada a lo infinito. El nacionalismo, que antepone el pueblo a la libertad creativa de la sociedad civil, la unidad frente a la convivencia, tiende a ocupar un espacio de orden trascendente que a diferencia de Dios, anula al hombre, siendo evidente que el hombre para sentirse integrado en una comunidad política por decisión, debe tener el derecho a salirse de ella, pues de lo contrario, ¿no sería esto un tipo moderno de esclavitud y un viejo tipo de totalitarismo? Esto lo permite el derecho a la libertad religiosa, pero no el nacionalismo, de modo que vemos que el espacio usurpado a lo que es de signo superior, trascendente y sagrado, cercena la libertad del hombre de decir no.  

Y reflejo de esa libertad es la subsidiariedad, que es ante todo una ayuda a la persona, a través de la autonomía de los cuerpos intermedios. Se puede entender partiendo de la relación persona y estado, de modo que éste sólo entraría a ayudar cuando la persona y los sujetos solos no fuesen capaces de valerse por sí mismos, buscando siempre no quedarse en un mero asistencialismo paternalista, sino en un movimiento emancipador de la potencia y de la libertad creativa del hombre y los cuerpos sociales.

Aplicado a la gobernanza mundial o de un estado en particular, la subsidiariedad respeta, no ya la dignidad de las personas, sino que orienta al entramado institucional hacia la colaboración recíproca y la solidaridad más efectiva, que es la que emancipa y da autoconciencia. Esta autoconciencia, que es primer paso hacia la plena libertad creativa de la persona y de las comunidades que integran estas, se une entonces a la idea de dignidad.

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