Líbano: otra guerra irracional
Es uno de los nuestros. Es un político de los nuestros, un religioso de los nuestros, un país de los nuestros. Y por eso hay que estar con él. Hay que mantener la unidad del grupo. Sea como sea, unidad. Aunque haya que sacrificar la complejidad de la realidad, aunque haya que sacrificar la verdad. Hay que suspender el ejercicio crítico de la razón para hacer más fuertes los mecanismos de autodefensa social.
En este caso estoy hablando de Israel. Decimos: es la única democracia de Oriente Próximo (cada vez menos respetuosa con las instituciones), defiende los valores occidentales (¿Gaza?), es un muro de contención contra el mundo árabe, el mundo árabe es mayoritariamente musulmán, el islam alimenta el terrorismo, los judíos fueron víctimas de la Shoah, Europa sigue en deuda con ellos, volvieron a ser víctimas en los atentados del pasado 7 de octubre, están legitimados para hacer todo lo que les parezca necesario para defenderse, conclusión: hay que estar con el Gobierno de Netanyahu. ¡Basta de esquemas raquíticos, de simplificaciones, de censuras a la inteligencia! Por nuestro bien, por el bien de Oriente Próximo y por el bien de Israel. La víctima no está legitimada, por mucho que haya sufrido, a convertirse en victimario (giustiziere).
¿Antisemitismo? Sostener que Netanyahu se ha convertido en un enemigo peligroso de la seguridad de Israel no es antisemitismo. ¿Es Haaretz, uno de los diarios de referencia del país, un periódico antisemita por criticar a su primer ministro?
Netanyahu, ya ha pasado un año, no ha ganado la guerra que emprendió contra Hamas en Gaza. Después de haber provocado más de 40.000 muertos, de haber condenado a más de dos millones de civiles al hambre y la enfermedad, no ha derrotado a los islamistas de Hamas, no ha conseguido liberar a los secuestrados que siguen con vida. El actual Gobierno no puede ganar la guerra tal y como la ha planteado. Cuando se creó el Estado de Israel, David Ben-Gurion estableció un principio fundamental: las guerras tenían que ser cortas. La de Gaza no lo es.
Y ahora Netanyahu abre el frente del Líbano en contra de la doctrina tradicional sobre seguridad de su país y sin una hoja de ruta clara. Bombardea zonas residenciales, ataca infraestructuras, deja centenares de muertos, lleva a cabo ejecuciones extrajudiciales. Todo en nombre de su supervivencia. El riesgo es grande. Las tropas no están ni frescas ni tienen la misma capacidad de combate que hace doce meses. Tel Aviv, el verdadero centro económico y social del país, está muy cerca de la frontera sur del Líbano desde donde opera Hezbolá.
Netanyahu no quiere acordarse de las consecuencias nefastas de las tres guerras anteriores: 1978, 1982 y 2006. Israel tuvo que abandonar el país vecino sin haber conseguido prácticamente nada, dejando tras de sí un rastro de destrucción y un rencor que ha alimentado el radicalismo. Hezbolá atraviesa un momento de mucha debilidad. La milicia pro-iraní está golpeada, puesta en duda por algunos de sus fundadores, cuestionada y criticada por muchos libaneses, ridiculizada por detractores árabes e incluso en poca sintonía con Irán, su gran valedor. En el último año, a pesar de las declaraciones incendiarias de su líder, Nasrallah, Hezbolá, no ha tenido una respuesta especialmente agresiva en apoyo de Hamas. ¿Qué podría darle fuerza? Presentarse como la necesaria fuerza de resistencia.
La razón, también la razón política y geoestratégica, necesita liberarse de los mecanismos de autodefensa de grupo, para hacerse cargo de la rica complejidad de la realidad. No buscar esa liberación tiene consecuencias nefastas.
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