Líbano desarmado y desarmante

El Líbano al que viaja León XIV no está en guerra, pero tampoco está pacificado. Es el país de Medio Oriente donde, en términos proporcionales, viven más cristianos y donde tienen más peso político y social. Pero no está del todo claro qué significa ser cristiano en el Líbano. Tampoco está claro que el Líbano sea un país tal y como lo entendemos los occidentales, con un Estado soberano que tiene el control del territorio y el monopolio del uso de la fuerza. Líbano es un laboratorio de convivencia, un mundo pequeño, fascinante y amenazado, una tierra en la que se pone a prueba la utilidad de lo que el Papa llama la “paz desarmante y desarmada”.
Cuando León XIV aterrice en el aeropuerto de Beirut el próximo 30 de noviembre estará a cinco minutos en coche del barrio de Dahieh. Es una república dentro de la república controlada por Hezbolá, el grupo terrorista pero también el partido político chiita que no se ha desarmado. El desarme de la milicia estaba incluido en el alto el fuego de noviembre de 2024. Pero en Dahieh no entra el ejército ni la policía. Es un ejemplo de la debilidad del gobierno libanés que no puede imponer el orden, que tiene a miembros de Hezbolá infiltrados en todas las instituciones, también en los servicios de seguridad.
El Papa, cuando visite el monasterio de San Marón, donde está enterrado San Charbel, estará a una hora en coche de la frontera sur del país y de sus pequeños pueblos donde conviven cristianos y chiitas, pueblos que siguen siendo bombardeados porque Israel tampoco cumple con el acuerdo de alto el fuego.
¿Qué papel juegan los cristianos en ese Líbano que desde hace 50 años intenta ser una casa común y no un botín para sirios, chiitas o israelíes?
El Líbano de los siglos XVII y XVIII era el Monte Líbano, el que ocupa el centro costero del actual país, una tierra de drusos y cristianos. Cuando se estableció el mandato francés, tras la I Guerra Mundial, se creó el Gran Líbano -similar al actual-, que incorporó a la población musulmana del sur y del norte. Hace mucho tiempo que no se hace un censo, pero en este momento los cristianos representan entre un 20 y un 30 por ciento de la población.
Los franceses hicieron en el Líbano durante su mandato una gran excepción con su modelo de laicidad. Los libaneses no fueron políticamente ciudadanos a secas, fueron cristianos libaneses, sunníes o chiitas libaneses: pertenecían a una determinada confesión religiosa y esa era su forma de pertenencia al Líbano desde el punto de vista del derecho público. Era un modelo heredado de los turcos que se ratificó tras la independencia y que supone un reparto del poder político por cuotas: una especie de confederación confesional en la que la identidad común del país tiende con facilidad a desaparecer. En el Líbano eres cristiano desde el punto de vista jurídico, político y social por nacimiento, no por una opción personal. El jefe religioso de cada confesión acaba siendo el jefe político de la misma. Y a los políticos de cada confesión con frecuencia se les tolera todo por su papel de “defensores de la comunidad” frente a “los otros”. La corrupción prolifera. Los políticos sean sunníes, chiitas o cristianos en demasiadas ocasiones utilizan en su provecho a la comunidad religiosa que representan.
El sistema de reparto de cuotas de poder parece una buena solución para garantizar la tutela de las diferentes minorías. ¿Por qué no adoptar en Occidente una solución similar? ¿Por qué no garantizar a cada una de las identidades religiosas, raciales, ideológicas o de cualquier tipo una cuota de poder para evitar que la mayoría aplaste a la minoría? Nos parecería ridículo y peligroso que una solución de ese tipo fuese consagrada en una constitución. No se construye una comunidad nacional si cada uno se dedica solo y primordialmente a defender lo suyo. Pero a muchos no les parece ridículo que la presencia católica tenga como objetivo garantizar una cuota de poder para defender el perímetro de un espacio diferenciado y seguro.
El sistema de cuotas y la guerra civil que sufrió el Líbano entre 1975 y 1990 ha tentado a los cristianos a convertirse exclusivamente en un grupo identitario, siempre a la defensiva, obsesionado con unos números que decrecen constantemente por la migración y el descenso de la natalidad.
León XIV no se va a encontrar solo con un cristianismo identitario, se va a encontrar con el cristianismo de la fe. Fuera de Beirut, los únicos pueblos de población mixta son aquellos donde hay cristianos. Solo los bautizados están dispuestos a convivir con personas de otras confesiones. Durante la guerra de 2024 los cristianos acogieron en sus casas, dieron de comer, auxiliaron a los chiitas que eran, en principio, sus enemigos. Ese es el cristianismo de la fe, el que se expresa con la fuerza de la paz “desarmante y desarmada”, el que construye un país para todos.
Un viejo profesor me decía en mi último viaje a Beirut: “somos minoría, ¿y qué? Lo importante no son los números, lo importante es qué significa ser cristiano”. Una joven profesora me añadía: “no se trata de estar a la defensiva, por definición nuestra tradición nos invita a ser creativos. La tradición cristiana sin creatividad no es cristiana porque nuestra tradición es una persona, es Jesucristo”. Líbano desarmado, así se titula mi última película.

Lunes 24 de noviembre 19:30 h
Aula Magna, Facultad de Ciencias Económicas.
C. de Juliá Romea, 23, Chamberí, 28003, Madrid
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