Les amours enfantines

Por fin, un buen día, de improviso, dos amigos se miran: "Las pupilas de ella eran de una luminosidad solar, y por su boca pasaban los sentimientos como suaves sombras en los prados. Antero naufragó en toda aquella luz y por un instante tuvo la sensación de que quizás habría sido mejor no existir, porque dolía demasiado; y la miró como si implorase la muerte. Edda Marty parpadeó como para alejar de sí aquella mirada, y con unos ojos más dulces, en que refulgían bellas briznas de oro, y con la voz un poco silbante, ruborizándose, lo invitó a dar un paseo" (19). Et in arcadia ego: en medio del esplendor amoroso se agazapa la muerte.
A ese primer paseo le siguen otros muchos: "Sabían que era necesario un descanso, una pausa en su extenuante deseo; y, en efecto, al día siguiente se ponían de buena gana a caminar, esforzándose en volver al espontáneo proceder y las conversaciones de cuando eran simplemente dos compañeros de instituto en buena armonía que paseaban alegremente juntos; pero una ocasión que les ofreciera el taimado camino, una palabra dicha con pasión, a veces un simple cruce de miradas, los sumía de nuevo en el ansia amorosa; y entonces los besos tenían un dulce y fuerte sabor a ira y a sangre" (46). Eros y tánatos se funden y confunden en la amorosa descripción de las pasiones primordiales. Entonces, por detrás del escenario, aparecen, como dos inmensas luces negras, el secreto ("Y había que esconder todo eso, lograr que nadie lo advirtiera", 47) y, lo que resulta aún mucho más oscuro, la nada muestra su inquietante rostro: "Maravillosa correspondencia hecha de nada y llena de significados, emociones y resonancias (46).