Leopardi y Van Gogh: dos hombres con un mismo deseo

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15 octubre 2013
«No poder estar satisfecho por cosa terrena. Ni siquiera, por el mundo  entero. Considerar la inmensidad inabarcable del espacio, el número y la  mole de estrellas y encontrar que todo es poco, pequeño para la  capacidad del alma. Imaginar el número de mundos infinitos, y el  universo infinito y sentir que nuestro ánimo y nuestro deseo son más  grandes que el universo; y acusar siempre la insuficiencia y nulidad de  las cosas, y padecer carencia, vacío, y aburrimiento, paréceme el mayor  signo de grandeza y de nobleza que se puede ver en la naturaleza humana». (Giacomo Leopardi, Zilbadone) Vicent van Gogh, La noche estrellada (1889)

Vicent van Gogh, La noche estrellada (1889). Museo de Arte Moderno, Nueva York.

«No poder estar satisfecho por cosa terrena. Ni siquiera, por el mundo entero. Considerar la inmensidad inabarcable del espacio, el número y la mole de estrellas y encontrar que todo es poco, pequeño para la capacidad del alma. Imaginar el número de mundos infinitos, y el universo infinito y sentir que nuestro ánimo y nuestro deseo son más grandes que el universo; y acusar siempre la insuficiencia y nulidad de las cosas, y padecer carencia, vacío, y aburrimiento, paréceme el mayor signo de grandeza y de nobleza que se puede ver en la naturaleza humana». (Giacomo Leopardi, Zilbadone)

Mi profesor de Teoría del Arte, Guillermo Solana, decía que a diferencia de Gauguin, Van Gogh se resistía a pintar composiciones de tema cristiano de su propia invención; sin embargo, no renunció a copiar cuadros religiosos de Rembrandt o Delacroix, ni a introducir un simbolismo místico latente en sus retratos y paisajes. El tema de la noche estrellada le sirvió en este sentido. Ante todo, era un desafío a toda concepción estrictamente óptica y naturalista de la pintura; pues la oscuridad de la noche roza los límites de lo representable. Pero además, el nocturno podía expresar la superación del tiempo y el anhelo de eternidad. Van Gogh creía que la muerte podía ser sólo el umbral de otra vida, el comienzo de un viaje a las estrellas, donde se continuaría la existencia en su nivel superior (en sus cartas compara el cielo estrellado con un mapa con las ciudades a las que uno puede dirigirse). Este paisaje es una imagen de la muerte, pero no un memento mori pavoroso ni un apocalipsis donde el cielo se viene abajo, como a veces se ha interpretado. Van Gogh no quería pintar la noche en blanco y negro, como ausencia de color, sino con colores más intensos y exaltados que el día. Con tales colores pretendía conjurar el terror y ofrecer una imagen embellecida, eufemística, de la muerte como promesa de paz y vida eterna.

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