León XIV: El papa de la unidad y la paz

Mundo · Massimo Borghesi
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21 mayo 2025
En los discursos y homilías pronunciados hasta ahora por el papa León XIV se pueden encontrar las palabras clave de su pontificado. En el centro está la Resurrección.

En  la homilía pronunciada por León XIV en la plaza de San Pedro con motivo de la misa de investidura, la palabra unidad resonó varias veces. No es la primera vez. En los discursos posteriores a su elección, las palabras «unidad» y «paz» han vuelto a aparecer con frecuencia. Unidad y paz para la Iglesia, dividida entre conservadores y progresistas; unidad y paz para el mundo que se precipita hacia una tercera guerra mundial. Desde su primer discurso desde la Loggia delle benedizioni de San Pedro, su intención fundamental quedó clara.

León XIV comenzó con la afirmación: «¡La paz sea con todos vosotros! Queridos hermanos y hermanas, este es el primer saludo del Cristo Resucitado, el Buen Pastor, que dio su vida por el rebaño de Dios. Yo también deseo que este saludo de paz entre en vuestro corazón, llegue a vuestras familias, a todas las personas, dondequiera que estén, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz sea con vosotros! Esta es la paz de Cristo Resucitado, una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente».

La referencia al Cristo resucitado volvió a aparecer en el discurso al Colegio Cardenalicio del 10 de mayo. «Es el Resucitado, presente entre nosotros, quien protege y guía a la Iglesia y la sigue animando con esperanza, a través del amor derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5).

A vos os corresponde haceros oyentes dóciles de su voz y ministros fieles de sus designios de salvación, recordando que Dios ama comunicarse, más que en el estruendo del trueno y del terremoto, en «el susurro de una brisa suave» (1 Re 19,12) o, como traducen algunos, en una «voz sutil de silencio». Este es el encuentro importante, que no hay que perder, y al que hay que educar y acompañar a todo el santo Pueblo de Dios que nos ha sido confiado».

El tema se retoma en el discurso a los participantes en el Jubileo de las Iglesias Orientales del 14 de mayo. «Cristo ha resucitado. ¡Ha resucitado verdaderamente! Os saludo con las palabras que, en muchas regiones, el Oriente cristiano no se cansa de repetir en este tiempo pascual, profesando el núcleo central de la fe y de la esperanza. Y es hermoso veros aquí precisamente con motivo del Jubileo de la esperanza, de la que la resurrección de Jesús es el fundamento indestructible».

En diez días, el corazón del kerigma cristiano ha resonado en diversas ocasiones. No se trata de un detalle. Es evidente que en el centro del pontificado de León está la resurrección de Cristo.

El Jubileo de la esperanza encuentra en Cristo resucitado el don que la Iglesia puede y debe ofrecer a un mundo sombrío, sumido en continuos conflictos, incapaz de abrirse al sentido de la vida. El papa León retoma el Primear del papa Francisco —Cristo nos precede, siempre— y lo convierte en clave misionera: «Cristo nos precede. El mundo necesita su luz. La humanidad lo necesita como puente para alcanzar a Dios y su amor» (Primer saludo de León XIV, 8 de mayo de 25).

La Iglesia está llamada aquí a dar prioridad al anuncio, a la comunicación de Cristo resucitado como fuente de unidad, de paz, de justicia. Es lo que el Papa pidió a los cardenales en su encuentro con ellos. «Y en este sentido, quisiera que hoy renováramos juntos nuestra plena adhesión, en este camino, a la vía que desde hace décadas recorre la Iglesia universal siguiendo las huellas del Concilio Vaticano II».

El papa Francisco ha recordado y actualizado magistralmente sus contenidos en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, de la que quiero destacar algunas instancias fundamentales: el retorno al primado de Cristo en el anuncio (cf. n. 11); la conversión misionera de toda la comunidad cristiana (cf. n. 9); el crecimiento en la colegialidad y la sinodalidad (cf. n. 33); la atención al sensus fidei (cf. nn. 119-120), especialmente en sus formas más propias e inclusivas, como la piedad popular (cf. n. 123); el cuidado amoroso de los últimos, de los descartados (cf. n. 53); el diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo en sus diversas componentes y realidades (cf. n. 84; Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 1-2).

Retomando literalmente Evangelii gaudium, el manifiesto del pontificado de Francisco, el Papa ha querido subrayar ante los cardenales una continuidad no formal con su predecesor. León XIV es, en lo más profundo, un hijo del papa Francisco que, con los cargos que le ha conferido, le ha preparado en cierto modo el camino para el ministerio petrino.

Esto no significa que tendremos un Papa que repita al anterior. Al contrario, León XIV ya ha demostrado su originalidad, que depende no solo de su carácter, sino también de su formación agustiniana y no ignaciana. No obstante, hay un modelo que se repite en León y que constituye una valiosa herencia de Francisco: el de la Iglesia como coincidentia oppositorum, como conciliación de los opuestos.

Era el modelo que Bergoglio extraía de su estudio de Romano Guardini y que, como muestro en mi libro Jorge Mario Bergoglio. Una biografía intelectual. Dialéctica y mística (Jaca Book 2017), constituye el corazón de una parte importante del pensamiento católico entre los siglos XIX y XX.

Así lo intuyó a su manera Vito Mancuso, quien, en un artículo publicado en La Stampa el 11 de mayo, escribe: «No es difícil explicar por qué el papa León XIV me hizo pensar desde el primer momento en la complexio oppositorum: es estadounidense, pero también europeo por los orígenes de sus padres; es norteamericano, pero también sudamericano por todos los años que pasó en Perú; tiene formación teológica, pero también matemática; tiene el rigor del canonista por su doctorado en Derecho Canónico, pero ha sido un intérprete de la Iglesia de la misericordia del papa Francisco; ha sido cardenal de la curia, pero también sacerdote misionero en contacto con los más humildes.

Sin embargo, estas acertadas consideraciones son contrarrestadas por el autor con valoraciones críticas que dependen de un modelo arriano y neognóstico según el cual «la verdadera diferencia no está entre los que creen y los que no creen, sino entre los que piensan y los que no piensan».

En realidad, la sugerente imagen que transmite la figura del nuevo Papa proviene de la unión, en su persona y ahora en su cargo, de polos diferentes. Es el primer Papa norteamericano que, al mismo tiempo, puede reivindicar la doble nacionalidad, ya que fue misionero durante mucho tiempo en Perú, en América Latina. Es la figura ideal para recomponer la fractura eclesial y social entre los dos continentes que Francisco no había logrado colmar. Al mismo tiempo, se presenta como alguien que, firme en la doctrina y avanzado en el terreno social, puede sanar o al menos atenuar el contraste entre conservadores y progresistas que caracteriza a la Iglesia actual.

Por eso fue elegido tan rápidamente en el cónclave y fue acogido por el pueblo cristiano con alegría y grandes expectativas. En un momento convulso, el rostro sereno del Papa, que invita a no tener miedo, su invitación a la paz y al diálogo, la invitación «a acoger, como esta plaza, con los brazos abiertos a todos, a todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor» (primer saludo de León XIV), ha aparecido como un rayo de luz. En el mundo maniqueo, el Pastor que reúne a las ovejas dispersas es el Pastor de la paz. Haciéndose eco del grito de Francisco, León ha dejado claro que el tema de la paz estará en el centro de su pontificado.

Dirigiéndose a los participantes en el Jubileo de las Iglesias Orientales, dijo: «La paz de Cristo no es el silencio sepulcral después del conflicto, no es el resultado de la opresión, sino un don que mira a las personas y reactiva su vida. Recemos por esta paz, que es reconciliación, perdón, valor para pasar página y empezar de nuevo. Para que esta paz se difunda, emplearé todos mis esfuerzos.

La Santa Sede está a vuestra disposición para que los enemigos se encuentren y se miren a los ojos, para que a los pueblos se les devuelva la esperanza y se les restituya la dignidad que merecen, la dignidad de la paz. Los pueblos quieren la paz y yo, con el corazón en la mano, digo a los responsables de los pueblos: ¡encontremos, dialoguemos, negociemos!

La guerra nunca es inevitable, las armas pueden y deben callar, porque no resuelven los problemas, sino que los aumentan; porque pasarán a la historia quienes siembran la paz, no quienes cosechan víctimas; porque los demás no son ante todo enemigos, sino seres humanos: no son malos a quienes odiar, sino personas con quienes hablar. Rechacemos las visiones maniqueas típicas de los discursos violentos, que dividen el mundo entre buenos y malos».

La paz es una de las «tres palabras clave», «pilares de la acción misionera de la Iglesia», que el Papa ha recordado ante el Cuerpo Diplomático. Las otras son la justicia y la verdad. La Iglesia está llamada a comprometerse con la paz, la justicia y la verdad. Esto significa que se mueve en la estela de esa polaridad que Pablo VI había señalado en su Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi de 1975: la que existe entre evangelización y promoción humana.

Es la exhortación que tanto importaba al papa Francisco, precisamente por su admirable capacidad de distinguir y unir dos momentos fundamentales: el Anuncio y su fecundidad histórica, la paz de Cristo y la paz de los hombres. Esta síntesis está en el centro del pontificado del actual Papa, guardián de la verdad doctrinal y, al mismo tiempo, abierto y decidido en el terreno de la justicia social, de los pobres, de los inmigrantes. Tu nombre es León, en homenaje al gran León XIII, el papa de la Rerum novarum, la primera gran encíclica dedicada a la cuestión social. Tú mismo lo recuerdas en tu discurso a los cardenales.

Después de decir que querías seguir la estela del Concilio Vaticano II y de la Evangelii gaudium, el Papa afirma: «Precisamente sintiéndome llamado a continuar en esta estela, he pensado en tomar el nombre de León XIV.

Son varias las razones, pero principalmente porque el papa León XIII, con la histórica encíclica Rerum novarum, abordó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial; y hoy la Iglesia ofrece a todos su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los avances de la inteligencia artificial, que plantean nuevos retos para la defensa de la dignidad humana, la justicia y el trabajo».

La referencia a León XIII no se agota, por otra parte, en la cuestión social. En el encuentro con los participantes de las Iglesias orientales, cita al «Papa León XIII, que fue el primero en dedicar un documento específico a la dignidad de vuestras Iglesias, dada ante todo por el hecho de que «la obra de la redención humana comenzó en Oriente» (cf. Lett. ap. Orientalium dignitas, 30 de noviembre de 1894)». El nombre de León XIII vuelve a aparecer, por tanto, en varias ocasiones.

Sin embargo, no era obvio referirse a él en el apelativo. El cardenal Filoni reveló a Il Fatto Quotidiano que estaba «sentado cerca del papa electo: pensó en llamarse Agustín» (14 de mayo de 2025). No obstante, la elección recayó finalmente en León. Con ello, el escenario de la complexio oppositorum se amplía aún más. León XIII no es, en efecto, solo el papa de la Rerum novarum, sino también de la Aeterni Patris, la encíclica de 1879 que ponía el estudio de la teología y la teología bajo las alas de santo Tomás de Aquino. Ahora Robert Francis Prevost es agustino. «Soy hijo de san Agustín», dijo desde la Logia de San Pedro.

Un hijo de Agustín que estudió y se doctoró en Derecho Canónico en 1987 en la Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino («Angelicum») de Roma. Esto es singular dada la distancia que separa, en la era moderna, el agustinismo y el tomismo. También en esto, la historia personal del papa León demuestra encarnar la complexio oppositorum católica. Por un lado, tenemos el primado agustiniano de la gracia y, por otro, el sentido histórico-jurídico que la Iglesia exige de su inmersión en la historia. La gracia y la naturaleza son los dos focos de una elipse, de una tensión fecunda que debe permanecer siempre abierta para seguir viva.

Es hermoso que, en un momento en el que el cristianismo corre el riesgo de ser ahora pelagiano, ahora gnóstico, como observaba el papa Francisco en Gaudete et exsultate, el realismo escolástico esté guiado por la primeria agustiniana de la gracia. El papa León parece más reservado que su predecesor, menos inclinado al contacto inmediato con las multitudes, prerrogativa que también había caracterizado a Juan Pablo II. En esto se parece más a Pablo VI y a Benedicto XVI.

Sin embargo, el corazón de su pontificado parece estar plenamente centrado en lo que hoy es urgente: la propuesta nueva y persuasiva de la belleza del Evangelio. Cristo, el Cristo resucitado, no el «superhombre» del mundo mediático, es el sol, mientras que la Iglesia es la luna que vive de la luz reflejada. Por eso, en correspondencia con la dialéctica ignaciana de lo grande y lo pequeño tantas veces evocada por Francisco, quienquiera que ejerza la autoridad en la Iglesia debe «desaparecer para que Cristo permanezca, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado» (homilía, 9 de mayo de 2025).

Por eso no tendremos un Papa protagonista, en el sentido mediático. Pero tendremos un Papa que no se echará atrás ante las graves decisiones que hoy imponen a la Iglesia estar en el centro de los conflictos, lugar de conciliación de las partes en lucha, hospital de campaña para los heridos de la historia.

 

Artículo publicado en Ilsussidiario.net


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