Lenguaje y realidad, en conflicto al hablar del aborto
No descubrimos nada nuevo al advertir cómo desde la política se pervierte el lenguaje. Lo vemos todos los días en las intervenciones de los dirigentes de todos los partidos. Recordamos la insistencia por parte del Ejecutivo de evitar el sustantivo crisis al referirse a la situación económica antes de las elecciones generales. Estancamiento, desaceleración, parón en la economía, hace poco más de un año términos que se multiplicaban conforme se acercaba el 9 de marzo.
Es más significativa la perversión de la lengua cuando se abordan temas que afectan a algo tan consustancial al hombre como es su propia vida. Tanto el aborto como la eutanasia son sus ejemplos más significativos. Al primero se designa ahora como IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo). A la segunda se la llama muerte digna.
La comparecencia de Aído para presentar las conclusiones de sus expertos fue este jueves un escaparate perfecto de la manipulación lingüística a la que nos referimos. "No se pueden seguir criterios fundamentalistas al regular el aborto", fueron las primeras palabras de la ministra para desautorizar las críticas. Hay aborto libre hasta las 14 semanas a partir de los 16 años sin necesidad de autorización de padres o tutores. Hasta las 22 semanas si hay peligro para la embarazada o el feto presenta anomalías. ¿Y a partir de la semana 22? Ya no le llamamos aborto. A partir de ahora pasa a convertirse en un parto inducido en el entorno de la medicina perinatal. No debe haber límites al aborto ante un feto no viable, otro nuevo eufemismo.
El mensaje sobre las bondades del aborto le funcionará mejor al Gobierno cuanto más capaz sea de alterar la percepción del drama que supone. Decía Hannah Arendt que la propaganda -en su caso la totalitaria- atenta de forma vergonzosa contra el sentido común sólo donde el sentido común ha perdido su validez. La fuerza de la ideología, sostiene la autora, reside en la capacidad de aislar del mundo real. La alteración del lenguaje es el primer paso para ese aislamiento, una separación que sólo una compañía que ame y afirme la vida puede romper.