Lejos de los hombres. El huésped de Albert Camus

Cultura · Cristina Tatu
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20 octubre 2015
Recientemente, los admiradores de Viggo Mortensen han tenido la alegría de encontrarlo de nuevo en las grandes pantallas en Lejos de los hombres, una cinta dirigida por David Oelhoffen. Esta película está libremente inspirada en el relato El huésped de Albert Camus, uno de los escritos que componen El exilio y el reino (1957), última obra publicada en vida del autor.

Recientemente, los admiradores de Viggo Mortensen han tenido la alegría de encontrarlo de nuevo en las grandes pantallas en Lejos de los hombres, una cinta dirigida por David Oelhoffen. Esta película está libremente inspirada en el relato El huésped de Albert Camus, uno de los escritos que componen El exilio y el reino (1957), última obra publicada en vida del autor. El exilio y el reino reúne seis maravillosos relatos: La mujer adúltera, El renegado o un espíritu confuso, Los mudos, El huésped, Jonás o el artista trabajando y La piedra que crece. Todos ellos evocan varios temas relevantes para Camus como la condición humana, la solidaridad y la fraternidad entre los hombres y el deseo de infinito anclado en lo más profundo de cada persona.

El relato El huésped, que Camus pensó inicialmente en llamar Caín, fue finalizado en 1954, ubicando así la historia en el principio de la Guerra de Independencia de Argelia. Descubrimos a Daru, un maestro rural francés que se ve obligado a entregar a la policía al Árabe, un criminal acusado de haber matado a su primo. La obra abre con una fuerte tormenta de nieve que llega sin transición tras una larga hambruna a causa de la sequía y que impide asistir a clase a los alumnos de los diferentes pueblos del desierto.

Daru, «que vivía casi como un monje en aquella escuela perdida», ve por la ventana a dos hombres que suben una colina. Una vez fuera, reconoce al viejo gendarme Balducci acompañado por el maniatado Árabe y los acoge inmediatamente. Poco después, Camus elige, con gran efecto, detenerse en la descripción del Árabe; su «aspecto, a la vez inquieto y rebelde» impresiona a Daru, quien mira fijamente al primero. En esta observación se puede ya percibir la afirmación del ser que el profesor tiene ante sí, quien llega a arrodillarse junto al prisionero para desatarle las manos.

La atención del lector queda, a continuación, marcada por la generosidad, el respeto y, ante todo, la hospitalidad de Daru; una hospitalidad incondicional de hombre a hombre. No sin dolor e incomprensión por el acto bárbaro que ha cometido, Daru mira al Árabe por aquello que es: un hombre necesitado. Para Camus, el hombre no está, de antemano, determinado por su historia. Y así, la actitud del maestro sorprende a su huésped y genera confianza en él.

Al día siguiente, Daru emprende la misión que le ha encomendado Balducci. Tras una marcha de dos horas, Daru da al Árabe un paquete con dátiles, pan, azúcar y mil francos, y le indica dos direcciones: la ruta que lleva al pueblo de Tinguit, donde las autoridades policiales le esperan, y la pista que conduce a través de los prados y los primeros campos nómadas: «Te acogerán y te darán refugio, según sus leyes».

Daru no obliga al Árabe a elegir un camino en particular, lo deja a su elección, no busca ejercer sobre él ningún poder. Por otra parte, es con profunda pena, «con el corazón en un puño», que lo descubre dirigiéndose lentamente hacia la prisión.

Finalmente, una vez de vuelta a la escuela, la mirada de Daru se dirige al horizonte de esa tierra que él amaba tanto, hacia «el cielo, la meseta (…) y las tierras invisibles que se extendían hasta el mar», hacia esos espacios que, incluso en pleno exilio, son el eco mismo del reino; una bocanada de aire fresco que se convierte en un tema recurrente en toda la obra camusiana. Como dirá el escritor en una entrevista publicada en la Revue du Caire en 1948: «He nacido pobre, bajo un cielo feliz, en una naturaleza con la que uno siente una adhesión, no en hostilidad (…), la plenitud».

Como Daru, todo los demás personajes de El exilio y el reino se encuentran, a su manera, en camino hacia el exilio. No pueden callar este spleen, esta nostalgia y búsqueda de absoluto que, de manera siempre imprevista, despierta su humanidad y les permite volver a empezar. Cada uno de ellos parece querer decirnos que jamás estamos lejos del reino, incluso en pleno exilio; o en palabras del propio Camus: «En mitad del invierno, finalmente descubrí que había en mí un verano invencible» (El Verano, Retorno a Tipasa).

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