Editorial

Lecciones de griego moderno

Editorial · Fernando de Haro
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25 enero 2015
La fonética es parecida a la del español o a la del italiano, incluso a la del francés. Aunque la tonalidad de las palabras resulte algo extraña siempre conviene tomar algunas lecciones de griego moderno, especialmente después de la victoria de Syriza. La suciedad y el caos de Atenas, la soledad del Partenón, lejano y abstraído en su colina blanca, y la abundancia de gatos no pueden ser un pretexto para no intentar aprender algo de las elecciones de este domingo. Grecia siempre es dulce a orillas del Mediterráneo, sobre todo cuando sus bahías se abren con forma de teatro.

La fonética es parecida a la del español o a la del italiano, incluso a la del francés. Aunque la tonalidad de las palabras resulte algo extraña siempre conviene tomar algunas lecciones de griego moderno, especialmente después de la victoria de Syriza. La suciedad y el caos de Atenas, la soledad del Partenón, lejano y abstraído en su colina blanca, y la abundancia de gatos no pueden ser un pretexto para no intentar aprender algo de las elecciones de este domingo. Grecia siempre es dulce a orillas del Mediterráneo, sobre todo cuando sus bahías se abren con forma de teatro.

El gobierno de Tsipras no va a representar con toda seguridad un cataclismo para el euro y para la Unión. El líder de Syriza no es un suicida. Sabe que una salida del euro o un choque frontal con Bruselas supondrían más sufrimiento para los griegos. Ha sido ese sufrimiento y no el entusiasmo lo que ha hecho posible su victoria. Tsipras tiene claro que no le han votado a él sino que han querido castigar al Pasok y a Nueva Democracia. En la capital comunitaria son también muy conscientes de que no se puede arruinar el proyecto común por los plazos de una deuda de 240.000 millones, una cantidad que todo el mundo sabe que Grecia no puede pagar y que, al fin y al cabo, es asumible con flexibilidad. Ya en un eurogrupo de noviembre de 2012 se plantearon medidas muy razonables para alargar los plazos y permitir un plan social de choque. Unos y otros se aprestan a negociar. Pero el caso griego ha lanzado tres advertencias que conviene tener en cuenta antes de que la desgracia sea mayor para el sur de Europa y para todo el Viejo Continente.

1.- La mejora de la economía no hace retroceder el populismo. Samarás exhibía un balance positivo: en 2014 el PIB casi creció un 1 por ciento, el paro descendió y, sin contar con el servicio de la deuda, se ha llegado al superávit. Ni esos éxitos le han servido a Nueva Democracia para ganar ni la seriedad del Pasok, cuando el país se derrumbaba, han impedido que los socialistas se conviertan en una fuerza marginal. Rajoy puede tomar nota. Es la política, la falta de política, la que hace crecer el sueño de las soluciones utópicas.

2.- La abstracción de las fórmulas de la troika han hecho un daño casi irreparable en las personas. El Fondo Monetario Internacional, Bruselas y el BCE han aplicado desde 2008, año en el que comienza la crisis, recetas ideológicamente coherentes pero destructivas. Afortunadamente la deflación nos ha hecho despertar. La rebelión de Draghi contra Merkel y su compra masiva de bonos pueden evitar que el daño sea mayor. Grecia ha sido la playa en la que las equivocaciones de Europa han golpeado más. Se equivocó Europa al dejarla entrar en el euro en un gesto de voluntarismo. Se equivocó Europa con el primer rescate (2010) y con el segundo (2011). Se equivocó al exigir más recorte de pensiones, más recorte sanitario, más disciplina fiscal. Ni siquiera cuando Samarás estaba empezando a sacar la cabeza se le dejó respirar. Es como si hubiera habido ensañamiento con los griegos por su gran pecado: ocultar un déficit del 12,7 por ciento en 2008. La moneda única, hija del marco, ha llevado demasiado lejos durante los últimos años el defecto paterno que absolutiza la disciplina fiscal como expresión máxima de la moral europea. Y Europa son los europeos, son las personas, antes que esa obsesión por la inflación que llevada al paroxismo es expresión del miedo burgués hacia el futuro.

3.- En ningún caso es bueno que ganen los populismos. Hay quien añora una gran catarsis. Quien piensa que Europa necesita una tragedia para despertar, para sacudirla, para que la modorra antropológica que nos domina dé paso a un momento de más lucidez y de más vivacidad. E incluso considera que algunos años de mal gobierno populista pueden ayudarnos a abandonar nuestra condición de niños mimados. No deja de ser una rémora del pensamiento marxista. Aumentar las contradicciones puede ser bueno para la revolución, pero no para la gente. Grecia no camina hacia el abismo pero perderá mucho tiempo bajo Syriza y lo último que nos hace falta es un Amanecer Dorado.

Europa, cuando es fiel a sus esencias, admite la imperfección política y fomenta la paciencia de la construcción lenta y cotidiana, distantes las dos de ese mal sueño que habla de un cielo tomado por asalto. A las afueras de Atenas, en la finca en la que Platón fundó la Academia, todavía se oyen sus críticas a la demagogia.

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