Laudato Si`, el recurso de la razón
Se han cumplido cinco años de la publicación de la Laudato Si’ del papa Francisco. Pero ni siquiera este aniversario ha dado a esta encíclica la importancia que merece, sobre todo teniendo en cuenta que justo estos días se está reflexionando mucho sobre cómo volver a empezar después de la pandemia, tratando de corregir los defectos del modelo económico, social y medioambiental en que vivimos.
La Laudato Si’ es un concentrado de apuntes, ejemplos, reflexiones, valoraciones que ayudan a mirar con una mirada global y profunda las dinámicas que determinan nuestro tiempo.
¿Por qué entonces se descuida con tanta despreocupación?
Porque tomarla en consideración como merece resultaría embarazoso. Al menos en ciertos casos.
El primero es la el radical estado de acusación al que se somete al sistema de desarrollo financiero. Citaré algunos de los pasajes a propósito de esto en la encíclica. “Los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente”. “La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano. Las finanzas ahogan a la economía real”. “No es una cuestión de teorías económicas, que quizás nadie se atreve hoy a defender, sino de su instalación en el desarrollo fáctico de la economía”.
Para quien pensara todavía que la Laudato Si’ es un manifiesto ecologista, estos párrafos, elegidos entre los muchos del mismo todo, muestran que la verdadera clave de esta encíclica es una visión global y unitaria que tiene en cuenta todos los aspectos implicados como fenómenos conectados entre sí. Los problemas sociales, económicos, ambientales son al mismo tiempo causa y efecto unos de otros.
La segunda razón por la que la Laudato Si’ puede resultar “incómoda” se refiere en cambio a los se dan cuenta perfectamente de que las cosas tal como están no funcionan pero consideran que el problema son los seres humanos. Desde hace tiempo se respira una crítica cada vez más extendida al antropocentrismo en clave culpabilista-apocalíptica.
Se ha acuñado un término, antropoceno, para indicar el impacto negativo que el homo sapiens ha causado al planeta Tierra con su presencia depredadora y destructiva.
La Laudato Si’ también puede sonar a decepción para esa parte del ambientalismo que se apoya en el sentido de culpa más que en el de la responsabilidad, más en la hiper-reglamentación que en la educación y en la confianza. Porque es precisamente una idea positiva del hombre, racional y relacional, la que el papa Francisco propone en cambio.
Por otro lado, deberíamos dejar de pensar en el planeta como si al planeta le interesara lo que piensa el hombre. Es al hombre a quien le interesa si se puede habitar y cómo.
En la Laudato Si’ se subraya el íntimo vínculo que existe entre el hombre y todos los demás seres vivos. Un vínculo misterioso pero que fundamenta nuestra racionalidad. Que el hombre deba dar un paso atrás, volver a una civilización preindustrial, está fuera de toda discusión. No hay ni rastro de algo que ni siquiera llegue a parecerse a un declive feliz, al contrario hay páginas fundamentales sobre la dignidad del trabajo, el desarrollo y la economía real. La racionalidad económica es lo contrario de la optimización de beneficios.
Un hombre racional y relacional no solo debe dar un paso atrás, sino que debe poner aún más en juego su responsabilidad al gobernar procesos y delegarlos a tecno-estructuras que, como pilotos automáticos, perpetúan la ley de la selva, donde solo gana el más fuerte.
El redescubrimiento de la experiencia de una nueva racionalidad económica consiste en vivir intensamente lo real en lo cotidiano y en lo concreto. Un hombre es racional en economía cuando persigue un beneficio que mejora sus condiciones de vida, les asegura un futuro mejor en núcleos familiares y de amistad donde puede vivir sus afectos, educarse, trabajar en condiciones no humillantes, disfrutar del desarrollo.
Es bueno que el hombre esté en el centro del mundo, pero solo si vive su naturaleza de ser relacional, que vive el mundo como una morada humana y por tanto la respeta, la custodia, la mejora, la ama en todos sus aspectos como una “casa común”.
Sobre todo deja a un lado toda ideología. De hecho, en la encíclica no encontramos recetas que seguir sino notas para reflexionar. Se invita a crecer y ponderar, paso a paso, superando ideologías y maximalismos. Sugerencias aún más importantes ahora, cuando hará falta confianza para remangarse y reconstruir, pero también cuando haya que presupuestar diversos intereses. Por ejemplo, para que la economía vuelva a empezar será inevitable que la contaminación siga creciendo mientras no se encuentren energías distintas. Lo mismo pasa con el plástico, no se podrán cerrar de un día para otro las empresas que lo producen, habrá que darles tiempo para reconvertir su actividad. Una política de pequeños pasos, dados de manera racional y pragmática.
El Papa reclama también a la centralidad del encuentro, físico, no solo virtual, como corazón de la convivencia y de la civilización.
Ahora podríamos decir que suena profético, después de la larga cuarentena que hemos vivido debido a la pandemia, lo que leemos al respecto del uso de los nuevos instrumentos de comunicación. “Los medios actuales permiten que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la abrumadora oferta de estos productos, se desarrolle una profunda y melancólica insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento”.
Esta es, en mi opinión, la novedad metodológica más importante que la ecología integral, contenida en la encíclica, sugiere al mundo social y económico: el encuentro entre hombres que razonan y argumentan sobre sí mismos. Es una revolución que tiene lugar no con nuevos esquemas ideológicos, ni con un empirismo sin razones, sino con el encuentro en lo pequeño de la vida cotidiana y en lo grande de los Estados, la convivencia en cuerpos intermedios, la educación en el bien común, una formación que redima de la ignorancia, una creatividad por parte de los que innovan, y con el trabajo de todos, un desarrollo auténtico e integral.
Por otra parte, hasta la ONU con sus 17 objetivos de economía sostenible anima a este cambio y la encíclica, en este sentido, representa un pensamiento orgánico que permite leerlos de manera unitaria.
Doscientos directivos de importantes multinacionales norteamericanas han firmado un documento para apoyar su responsabilidad no solo ante los accionistas sino también ante los clientes, trabajadores, proveedores y comunidades donde sus empresas actúan. Demuestran así que la partida entre una economía basada en el encuentro entre los hombres y una racionalidad distinta y sus enemigos al menos ha comenzado. El próximo encuentro mundial sobre economía promovido por Francisco en Asís ofrecerá nuevos testimonios.