Las tijeras de Soraya y la trampa de Bono

En el momento en el que se hizo el anuncio, mediados de noviembre, sólo había algunas primeras ideas. Otro diputado del PP también muy cercano a Rajoy ni corto ni perezoso decidió filtrar a un periódico nacional los primeros borradores. En la originaria exposición de motivos se hacían interesantes afirmaciones. Se decía, por ejemplo, que "la sociedad debe valorar la maternidad como un bien social y los poderes públicos han de impulsar todas las medidas que sean posibles en coherencia con este principio". El borrador, en la línea de la ley valenciana, incluía dos partes bien diferenciadas. Una de carácter más cultural, más programática, en la que al embrión se le considera persona capaz de generar ciertos derechos sociales. Y otra más práctica en la que se incluían las facilidades para las madres: baja prenatal; aumento de la baja por maternidad; medidas especiales de apoyo para las menores embarazas, incluidas facilidades para que puedan continuar sus estudios; obligaciones para el padre y algunos mecanismos jurídicos e institucionales para que las ayudas sean realmente efectivas. En la filtración se decía que el proyecto del PP incluía la posibilidad de adoptar embriones o adoptar el feto. Es una idea que han acariciado algunos exponentes del movimiento pro vida que no parece viable jurídicamente ni recomendable según los expertos en adopción. Los primeros borradores del proyecto apostaban por algo así como una pre-adopción en los últimos momentos del embarazo. La cuestión estaba pendiente de un examen más detallado.
A Soraya la filtración no le gustó lo más mínimo. Si ya estaba molesta con el modo en el que se había gestado el proyecto, que apareciera en los papeles la posible adopción del no nacido acabó por enfadarla de verdad. Y decidió que las cosas tenían que volver al cauce habitual. Soraya ha cogido la tijera y ha empezado a recortar todo lo que es declaración programática en el texto. El grupo popular está muy lejos del acuerdo sobre qué postura adoptar ante el aborto. Soraya, como muchos de sus más fieles, no estaba nada convencida cuando, comenzaron los trabajos de la subcomisión de Igualdad, de que éste fuera un tema en el que hubiera que empeñarse. Pero se han visto arrastrados por el desarrollo de los trabajos preliminares, por un rechazo de la opinión pública del 60 por ciento, por un nuevo movimiento a favor de la vida con una gran implantación social y con un mensaje positivo.
Hasta ahora el Gobierno se lo ha puesto fácil. No ha querido modificar el aspecto más "antipático": el aborto de menores sin consentimiento paterno. El PNV anunció el apoyo de la ley pero se puso estupendo y habló de corregir ese extremo. Pero la enmienda en la que trabajan los nacionalistas vascos deja la cosa en poco: se exigirá el consentimiento paterno siempre que no haya "conflicto familiar". ¿Qué joven no vive en conflicto familiar permanente? En cualquier caso, si Soraya y sus fieles se pasan con la tijera habrán desaprovechado una excelente ocasión de darle forma política a un nuevo estado de opinión.
Al marianismo a veces le sobran complejos y apriorismo ideológico, y le falta instinto político. La erosión que está sufriendo el Gobierno por la nueva regulación del aborto es mayor cuanto más positivo es el movimiento pro-life, cuanto más capaz es de aportar al debate público experiencias, obras e iniciativas en las que la vida es afirmada por el significado que tiene. El presidente del Congreso, José Bono, intenta en las últimas semanas cegar esa corriente de aire fresco que ha entrado en el debate público español con una polémica clerical. Nos quiere hacer creer que el problema del aborto coincide con su "catolicismo problemático", sincero o fingido, y con la comunión que se le niega por votar a favor de la ley. El viejo zorro, siempre dispuesto a exhibir su fe heterodoxa cuando es políticamente rentable, ha urdido una trampa que quiere echar a perder el avance logrado.