Las sesiones

La lectura final que el film propone es que la experiencia de amar y sentirse amado no tiene porqué ser sexual: para O´Brien el "amor de su vida" es Susan, con la que no mantiene relaciones sexuales. Sin embargo toda la película es una ilustración de lo contrario: sin sexo no se puede ser verdaderamente hombre. A través de las cuatro o cinco sesiones que el postrado protagonista mantiene con la terapeuta, asistimos a un tedioso proceso de actividad sexual deficiente, muy exhibicionista y agónico. La terapeuta es un personaje poco atractivo, ya que se gana la vida acostándose con minusválidos por razones terapéuticas. Más llamativa es la indolencia de su marido ante esa profesión de dudosa honorabilidad. Pero lo más sorprendente es el Padre Brendan, sacerdote católico que le anima y apoya en su decisión de tener sexo con una desconocida. Todas las tardes, después de cada sesión, el párroco escucha con interés los pelos y señales del coito del día, y felicita a O´Brien por los resultados obtenidos. O'Brien se declara creyente, aunque sólo tiene con Dios una relación de rencor. Por su parte la terapeuta declara que fue católica y que se alejó de la Iglesia por la moral sexual de esta. En ese sentido, el Padre Brendan se postula implícitamente como el representante de una nueva moral católica, supuestamente abierta y tolerante en temas de sexualidad. Lo cual, por otra parte, no deja de ser un reflejo de la situación errática en la que viven muchos católicos estadounidenses.
El resultado de este cruce de extravagancias es una película sin fuelle, aburrida, con la que cuesta empatizar. El pobre O'Brien, a fin de cuentas, es el personaje más fácil de ser comprendido, también por la excelente interpretación de John Hawkes. Pero tanto el sacerdote como la terapeuta llevan la historia a un terreno surrealista, delirante que hacen que el edificio dramático se venga abajo.