Las minorías religiosas y la campaña electoral. Hablamos de Canadá

Mundo · Lucas de Haro, Vancouver
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8 septiembre 2015
Canadá se prepara para sus próximas elecciones federales el 19 de octubre. No nos vamos a engañar, esta campaña no tiene la repercusión mediática que nos gastamos en España. Sin embargo, las cosas son mucho más interesantes de lo que un europeo del sur se podría esperar de un periodo electoral a la canadiense; hay poco espectáculo, pero muchos contenidos.

Canadá se prepara para sus próximas elecciones federales el 19 de octubre. No nos vamos a engañar, esta campaña no tiene la repercusión mediática que nos gastamos en España. Sin embargo, las cosas son mucho más interesantes de lo que un europeo del sur se podría esperar de un periodo electoral a la canadiense; hay poco espectáculo, pero muchos contenidos.

Las federales, o generales, elegirán a los miembros del Parlamento y, de la lista más votada, saldrá el nuevo primer ministro canadiense. Los tres grandes partidos: Conservadores, Liberales y NDP (New Democratic Party, la evolución de la versión norteamericana del partido laborista) luchan por lo que, casi con toda seguridad, será un gobierno en minoría.

A principios de agosto, el primer ministro canadiense y candidato del Partido Conservador, Stephen Harper, fijó la fecha de la cita electoral con 11 semanas de adelanto. Una campaña larga que debería suponer una ventaja para su partido que cuenta con mayores recursos económicos. Agosto ha estado determinado por el “caso Duffy”, un presunto escándalo de soborno político (90.000 dólares) que involucra al antiguo jefe de gabinete de Harper. Sin embargo, los focos han variado recientemente de dirección para centrarse en, como de costumbre, la economía. La crisis en China, segunda balanza comercial para Canadá, y la duradera guerra de los precios del petróleo han provocado que el primer semestre de 2015 se cerrara en recesión.

Las alternativas a Harper son: Justin Trudeau (liberal) y Thomas Mulcair (NDP). Justin es el hijo del antiguo primer ministro Pierre Trudeau, admirado por muchos por liderar en las décadas de los 70 y 80 las políticas que transformaban definitivamente a Canadá en un país moderno, rompiendo con la dependencia de Reino Unido y alejándose de la conexión de identidad con Estados Unidos. Trudeau padre también es recordado, entre otras muchas cosas, por su reacción militar a los secuestros de políticos cometidos por los independentistas de Quebec en 1970. La calle –o al menos parte de ella– sugiere que Justin Trudeau es más hijo de su madre que de su padre, lo que viene a decir que es un niño bien al que le falta preparación y determinación política.

Mulcair, actual jefe de la oposición, se presenta como un líder maduro, un Harper de izquierdas para algunos de sus simpatizantes. Su programa económico, altamente intervencionista, propone una subida sustancial de impuestos y subsidios sociales. El alza del NDP tiene mucho que ver con el agotamiento de Harper (en el poder desde 2006) y la crisis del crudo; esta última les permitió destronar, la pasada primavera, al gobierno conservador de Alberta tras más de cuarenta años en el poder.

Stephen Harper llega a las federales ensuciado por el caso Duffy, ante un electorado irritado por la propuesta de ley C-51 (que permitiría mayor acción en la lucha contra el terrorismo y una mengua de las libertades individuales), atacado en el parlamento por su apoyo a la guerra contra el ISIS y con una economía en el filo de la navaja tras haber sido la envidia de Occidente por su crecimiento durante la crisis de 2008 y los años sucesivos.

Y en éstas, las minorías religiosas empezaron a ocupar parte del debate electoral. Días antes de que explotara la crisis migratoria en Europa, el líder conservador anunciaba un incremento de fondos para apoyar a las minorías religiosas perseguidas en Oriente Medio, lo hacía subrayando que los valores de respeto, diversidad y libertad tan relevantes para los canadienses no se han de dar por descontado y deben protegerse. Días después, Trudeau ocupaba los titulares de la prensa tras intervenir ante la Conferencia Islámica para criticar la propuesta de ley C-24, que permitiría revocar la ciudadanía canadiense a personas con doble nacionalidad y condenados por terrorismo u otros delitos relacionados con la seguridad nacional.

La terrible imagen de Alan (que no Aylan) Kurdi ha sacudido la conciencia de cada una de las personas que la ha visto. La familia Kurdi había pedio asilo político en Canadá para reencontrase con sus parientes emigrados a Coquitlam, ciudad situada a las afueras de Vancouver. La prensa canadiense ha hecho valer esta cercanía para pedir al gobierno conservador una mayor generosidad en la acogida de refugiados. Sorprendentemente, a la vez que se reclama más acción ante la crisis humanitaria, los periodistas reconocen y alaban la labor hecha hasta ahora por el Gobierno, que entronca con la sustancial tradición de migración que caracteriza a Canadá; un país esencialmente multiétnico donde la palabra emigrante no tiene ninguna de las connotaciones habituales en Europa.

Los grandes temas electorales corren en paralelo a otras cuestiones que se discuten a nivel provincial (equivalente a los estados estadounidenses) y en las cortes. Aquí destacan la despenalización de la eutanasia, la alegalidad del aborto y los conflictos en torno a la libertad de enseñanza.

En este panorama no apto para simplificaciones, Stephen Harper afronta la dificultad añadida del desgaste personal tras casi diez años seguidos a los mandos de Ottawa. Quizá un cambio en el liderazgo del partido hubiese permitido afrontar las cuestiones relacionadas con la seguridad nacional de manera menos hermética y hubiera favorecido una mayor reacción ante la aprobación de la eutanasia. Jason Kenney, conocido para algunos en Europa por su intervención en el Meeting de Rímini en 2013, habría sonado como una alternativa válida.

La guerra decretada por el ISIS, su consecuente crisis migratoria y los recientes debates relacionados con el derecho a la muerte asistida, han puesto de manifiesto que hay una política que entiende el multiculturalismo canadiense como la afirmación y sustento de todas las creencias e identidades y otra que favorece la disolución de las mismas. El voto de octubre se guiará, mayoritariamente, por vectores económicos y políticos que acarrearán, entre sus múltiples efectos secundarios, un potencial impacto a la mejor versión del multiculturalismo.

A seis semanas de la votación, el NDP lidera las encuestas con menos de cinco puntos de diferencia sobre Liberales y Conservadores. El final de campaña promete ser interesante.

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