Las lágrimas de Cameron ocultan la arrogancia londinense

Mundo · Paolo Gulisano
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12 septiembre 2014
Durante meses, el referéndum por la independencia de Escocia ha sido ignorado al otro lado del Muro de Adriano. The Economist lo ha calificado como el sueño de algún nostálgico en busca de la libertad perdida en 1707. Pero cuando los últimos sondeos han mostrado que la independencia podría hacerse realidad el próximo 18 de septiembre, Londres ha entrado en estado de shock.

Durante meses, el referéndum por la independencia de Escocia ha sido ignorado al otro lado del Muro de Adriano. The Economist lo ha calificado como el sueño de algún nostálgico en busca de la libertad perdida en 1707. Pero cuando los últimos sondeos han mostrado que la independencia podría hacerse realidad el próximo 18 de septiembre, Londres ha entrado en estado de shock.

Podría decirse que el pánico se está difundiendo en los ambientes gubernamentales. Además, hay quien espera una intervención directa de la soberana, un llamamiento a la unidad, un discurso histórico de la reina pidiendo a sus súbditos escoceses que no dejen el Reino Unido. Afortunadamente, Isabel, de madre escocesa, calla, al menos por ahora. Pero a pocos días del voto, el clima en Londres es febril.

Inmediatamente se ha movido Gordon Brown, viejo protagonista del aparato laborista, escocés de sentimientos unionistas. Se ha lanzado a hacer una serie de promesas: no os separéis –ha dicho a los escoceses–, os garantizamos el impulso de la devolution y todo tipo de libertades con tal de que no os vayáis de la unión.

Durante meses, el único argumento que los unionistas han utilizado es el económico, que parecía más que suficiente para derrotar a las instancias independentistas: sin nosotros, sin la Banca de Inglaterra, sin la libra esterlina, sin el sistema económico-financiero británico, no iréis a ninguna parte, seréis más pobres. Un teorema que ha sido cuidadosamente desmantelado por los expertos del Scottish National Party: la independencia de Escocia traerá todo tipo de beneficios.

Hace unos días el primer ministro Cameron recurrió a un movimiento inesperado, puramente emotivo. Toda una sorpresa: algunos veían este referéndum como un desafío entre la fría y racional Inglaterra y la pasional y romántica Escocia. Cameron voló a Edimburgo, luciendo corbata púrpura, el color del cardo, símbolo de Escocia, para pronunciar un discurso apasionado pidiendo a los escoceses que votaran no.

“Una Escocia independiente me destrozaría el corazón”, dijo, llegando hasta el punto de ironizar sobre su propio partido: no hay que votar sí solo por despecho, para dar una patada en el trasero a los malditos conservadores. De hecho, Escocia siempre ha sido una realidad muy poco conservadora, siempre ha votado masivamente al laborismo, al que ha proporcionado militantes, dirigentes, equipos, dando en abundancia y recibiendo en cambio siempre muy poco de Londres. Este es otro de los motivos del ascenso imparable del SNP: los escoceses están hartos, en pocos años de gobierno regional de los independentistas ya han encontrado razones suficientes para pedir un cambio radical.

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