Las flores del mal

Cultura · Giulio Meotti
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4 febrero 2014
Paladín de  los animales, gurú de lo ecológico, autor de fábulas. Así era Himmler, el asesino más políticamente correcto de la historia.

“¿Eres judío?”, pregunta Heinrich Himmler a un prisionero durante una visita al frente oriental en 1941. “Sí”. “¿Tus padres son judíos?”. “Sí”, continúa el chaval. “¿Tienes antepasados que no fueran judíos?”. “No”. “Entonces no puedo ayudarte”. El joven es fusilado ante la mirada del jerarca nazi. Así era Heinrich Himmler.

De Hitler se dice que era “magnético”. De Göring que era un valiente piloto. De Goebbels que era un demagogo extraordinario. De Heydrich que era un experto tirador, un excelente piloto y un músico óptimo. Pero nadie encontró nunca nada de especial en Himmler, ni un solo momento de carisma y humanidad en toda su existencia. Entre los grandes líderes nazis es el más brutal y el más anónimo. Aquel hombre con un currículum de delitos sin precedentes no mostraba signos característicos. Bajo, flácido, calvo, rechoncho, ojos vidriosos, mentón retraído, un apretón de manos indiferente, Himmler era uno del montón, monótono y pedante. Solo que su oficio era el mando de las SS y de la policía nazi, su tarea consistía en realizar la más terrible masacre de la historia. Sus rasgos son tan banales que en mayo de 1945 no lo identifican los soviéticos que lo detienen ni los ingleses que lo custodian. Ni siquiera se disfrazó: a Himmler le bastó con quitarse las gafas. Sin ellas, ya no era él. Como en un gag, Himmler era sus gafas. Tras ellas no había nada. Hasta hoy.

“Voy a Auschwitz. Besos, tu Heini”, escribe Himmler a su mujer, Margaret. “En los próximos días estaré en Lublin, Zamosc, Auschwitz, Lemberg y luego en la nueva sede. Tengo curiosidad por ver cómo funciona el teléfono. Saludos y besos. Tu papi”. Pocos días después parte para una inspección de dos días en Auschwitz para ver con sus propios ojos qué sucede con un transporte de judíos sometidos a la acción del pesticida Zyklon B. Cadáveres hinchados y azulados, hornos crematorios. Himmler da luz verde a la destrucción a gran escala del pueblo judío.

Estas son sólo dos de las extraordinarias cartas recuperadas en Israel y publicadas recientemente en el periódico alemán Die Welt. Documentos, correspondencia y fotografías del arquitecto del Holocausto. Al leer estas cartas y ver estas imágenes, los periódicos han destacado la “normalidad” del verdugo del Tercer Reich, el jefe de las SS, del programa de la eutanasia y de la aniquilación del pueblo judío.

Las cartas muestran a un Himmler atento a sus gastos personales, que vive sin lujos, a diferencia de casi todos los demás jerarcas, especialmente Göring. De las cartas emerge un Himmler “sobrio ejecutor de una visión del mundo”, como dice el historiador Michael Wildt. A sus ojos, el homicidio en masa era un paso necesario para cumplir la misión del Tercer Reich. “Estaré en un centro de ejecuciones para probar nuevos e interesantes métodos de fusilamiento”, escribe el jerarca a su mujer. Como comenta el Spiegel, “Himmler no tenía nada de banal, era inteligente, poseía una energía radiante, y una fantasía capaz de poner la ideología del nacional-socialismo en acción”. Las cartas confirman que Himmler no era un monstruo, no tenía nada de demoniaco, ni de sádico, no sentía placer por el sufrimiento de los demás (a menudo se sintió mal al asistir a las carnicerías). Pero tenía una misión y una ideología bien precisa. Pagana, eugenésica, ecologista, darwiniana, ultramoderna e hiper-ilustrada.

Estos últimos descubrimientos nos hablan de un hombre que se concebía a sí mismo, en palabras de Joachim Fest, “no como un asesino sino como un patrón de la ciencia”. Fue precisamente su mujer, la enfermera Margaret, apasionada por la homeopatía y el mesmerismo, quien le introdujo en la ciencia de lo biológico. Una fotografía le retrata recogiendo hierbas medicinales en el lago de Tegernsee, donde su mujer y su hija Gudrun le están esperando. Era junio de 1941. Este material increíble se encuentra en Tel Aviv, en una caja fuerte propiedad de la directora Vanessa Lapa, que ha realizado un documental sobre Himmler que se proyectará en la Berlinale.

Emerge el Himmler pionero de la alimentación ecológica y de la batalla contra el “Gm Food”, los alimentos genéticamente modificados, para combatir a favor de una “agricultura acorde con las leyes de la vida”. “Lo artificial está por todas partes”, escribe Himmler. “Por todas partes hay comida adulterada, llena de ingredientes que lo hacen más longeva y atractiva”.

Himmler era un ávido lector de Max Bircher-Benner y Ragnar Berg, los principales defensores de la comida ecológica, el primero fue además el inventor del famoso Muesli. Himmler se distingue como un fanático de la lucha contra los aditivos, los conservantes y colorantes, prohibió el uso del azúcar blanco refinado y de la miel artificial. Gran defensor de los remedios naturales, el jefe de las SS fue también un enemigo acérrimo de la vivisección y promovió campañas de protección del medio ambiente y de especies en peligro de extinción, como la ballena. Según Himmler, había que prohibir la vivisección con el objetivo de “despertar y reforzar el espíritu de compasión ante uno de los más altos valores morales del pueblo alemán”. Un Himmler orgulloso de definir a este pueblo como “el único del mundo que tiene una actitud decente hacia los animales”.

El más celoso asesino de niños de la historia escribió incluso un libro de fábulas, donde no se mataba a los ratones que aparecían en las casas alemanas, se les llevaba a un tribunal para que fueran procesados y “tratados con humanidad”. Por voluntad de Himmler se aprobaron directivas para el transporte de animales, se celebraron en Berlín conferencias internacionales sobre la protección de los animales y se promulgó una normativa sobre la matanza de peces y otros animales a sangre fría. Una vez Himmler le preguntó a su médico, que era cazador: “¿Cómo puedes tú, doctor Kersten, disfrutar disparando, desde un escondite, a criaturas indefensas que vagan por el bosque, incapaces de protegerse y sin ningún tipo de sospecha? Es un auténtico delito. La naturaleza es tremendamente hermosa y todos los animales tienen derecho a vivir”. Entretanto, las cacerías de Himmler proseguían y se batían sobre los judíos de los bosques de Polonia y Ucrania.

Un ensayo de dos investigadores americanos, Arnold Arluke de la Northeastern University de Boston y Boria Sax de la Pace University de Nueva York, llegó a la conclusión de que “el Holocausto fue causado por el miedo a la contaminación genética del pueblo alemán que los nazis consideraban único por su relación privilegiada y empática con los animales”. Himmler decidió prohibir también los sacrificios rituales judíos que no permitían anestesiar al animal. Estigmatizaba la tradición kasher porque se oponía “a la refinada sensibilidad de la sociedad alemana”, y suponía además “un sufrimiento inútil”.

Salvacionista, Himmler odiaba también el tabaco, que definía como “una masturbación pulmonar”. El Reichsführer que incitaba a sus soldados a no tener piedad de una fila de mujeres y niños que había que fusilar, prohibió fumar no sólo entre sus SS sino también en muchos lugares de trabajo, en los despachos gubernamentales, en los hospitales y en los trenes y autobuses de la ciudad. Nadie fumaba nunca en presencia del soberano de los campos de concentración.

Himmler recomendaba desayunos a base de puerros crudos y agua mineral, y dedicó parte de su actividad al “problema de las papas hervidas”, financiando incluso investigaciones sobre el tema. Emerge también una pasión por los baños en paja de avena. Himmler preparó un menú especial para el pueblo alemán: el café de la mañana era sustituido por leche y puré de cereales; en la mesa, en vez de vino o cerveza, había que beber agua mineral; para las comidas había que calcular minuciosamente los cómputos de vitaminas y calorías prescritas por eugenésicas  de su confianza. A Himmler le encantaban los cervatillos y definía la caza como “un delito a sangre fría contra seres inocentes”. La misma persona que patrocina en los campos de exterminio a médicos criminales para que experimenten con humanos.

El jefe de las SS era ante todo un criador de pollos. Un destino que comparte con otros ingenieros de la “solución final”: Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz, tenía un negocio de carnicería; Willi Mentz, guardián en Treblinka, se había dedicado a la ganadería vacuna; Kurt Franz, último comandante de Treblinka, había sido carnicero, como Karl Frenzel, “fogonero” primero en Hadamar y luego en Sobibor.

En Waldtrudering los Himmler se establecieron con su perro, sus pollos, sus conejos y con un cerdo. “Las gallinas ponen poco”, le escribe Margaret a Himmler. “Apenas dos huevos al día”. La familia Himmler, al final de la guerra, soñaba con abrir una gran industria de crianza de huevos ecológicos. El estratega del exterminio adoraba los atardeceres, pero sobre todo las flores. Llegando incluso a ordenar la producción de hierbas medicinales y miel orgánica en el campo de concentración de Dachau, donde el doctor Fahrenkamp dirigía una suerte de paraíso verde en medio del lager.

El Instituto alemán para la nutrición y la alimentación organizó una red de cultivos dentro de los campos de concentración de Polonia y Checoslovaquia. En Dachau dirigía la plantación el botánico austriaco Emmerich Zederbauer, que coordinaba un equipo de médicos, farmacéuticos y técnicos de laboratorio. En Auschwitz, en cambio, Himmler ordenó cultivar una planta especial del este, la kok-saghyz, por sus especiales poderes curativos. En una red de veinte campos de concentración, Himmler organizó el mayor cultivo europeo de hierbas medicinales.

Himmler solía comparar su trabajo de seleccionador de grupos étnicos, discapacitados y judíos, con el de un botánico: “Lo afrontamos como un horticultor que trata de reproducir una vieja variedad que ha sido adulterada y envilecida. Partimos de criterios de selección de las plantas y luego procedemos, con mucha determinación, a eliminar a los hombres que entendemos que no podemos utilizar”.

Un equipo especial a las órdenes de Himmler declaró la guerra contra la impatiens parviflora, una flor juzgada como “extraña” en los campos alemanes. El jefe de las SS también soñaba con “crear una inmensa zona natural de flora y fauna en Polonia”. Incluso prohibió usar flores artificiales en los funerales y se empeñó en hacer de Alemania el primer país europeo con reservas naturales. Las cartas de Himmler a su mujer están llenas de referencias florales, algo que le obsesionaba. En una misiva, Himmler le dice que le ha enviado 150 tulipanes desde Holanda: “De un color, de dos colores, no los encuentras así en Alemania”. Sus órdenes de aniquilación de pueblos y poblaciones, los firmaba el orgulloso Reichsführer con lápices naturales. De madera, y de plástico.

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