Conversaciones Cuba-EE.UU

Las banderas ondean juntas

Mundo · Manuel Marrero Ávila
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23 julio 2015
El pasado lunes 20 de julio, las banderas de Cuba y EE.UU. ondearon en Washington y La Habana, respectivamente, en las nuevas Embajadas abiertas por ambas naciones. Desde el 17 de diciembre del año pasado, cuando se hizo público el interés de negociar y restablecer relaciones, hasta la fecha, los gobiernos de ambos países han sostenido un interesante ciclo de conversaciones que concluye, en una primera etapa, con la apertura de sus Embajadas.

El pasado lunes 20 de julio, las banderas de Cuba y EE.UU. ondearon en Washington y La Habana, respectivamente, en las nuevas Embajadas abiertas por ambas naciones.

Desde el 17 de diciembre del año pasado, cuando se hizo público el interés de negociar y restablecer relaciones, hasta la fecha, los gobiernos de ambos países han sostenido un interesante ciclo de conversaciones que concluye, en una primera etapa, con la apertura de sus Embajadas.

La historia de enemistad entre Cuba y EE.UU. –liderada por Fidel Castro, autoproclamado como un acérrimo antiimperialista– dura ya más de 53 años y se evidenció de manera especial durante la guerra fría por la postura comunista pro soviética de Cuba, en oposición a la de sus vecinos del Norte; los beligerantes emplazamientos que el líder cubano y los presidentes norteamericanos se cruzaban prácticamente a diario; y también por la posición conflictiva asumida por numerosas organizaciones anticastristas de Florida respecto a la revolución cubana y sus líderes.

Otro aspecto no desechable ha sido el cerco económico que el Gigante del Norte hizo efectivo sobre la isla prácticamente desde los inicios de la revolución y que encuentra sus momentos más álgidos en octubre de 1960, cuando el Gobierno de EE.UU. prohíbe toda exportación a la isla y cancela la compra de azúcar que realizaba desde hacía décadas, y que se refuerza en 1992 y 1996 por las conocidas leyes Torricelli y Helms-Burton, respectivamente.

Otro panorama, sin embargo, camino a las actuales relaciones, se ha venido configurando sobre todo por los pasos y deseos que los nuevos presidentes cubano y norteamericano han ido mostrando. De este lado el presidente cubano ha hecho cambios en la economía de la isla tratando de descentralizar decisiones; promoviendo el sector productivo y de servicio a través de la gestión privada y cooperativa; moderando el lenguaje oficial respecto al quehacer del Gobierno norteamericano, sobre todo en relación con el utilizado por su hermano Fidel Castro, siempre tan frontal y agresivo; criticando numerosos errores en la implementación del socialismo cubano; y concediendo algunos espacios de libertad que durante años le fueron negados, entre otros. Mientras que su par Barack Obama, desde su llegada a la presidencia norteamericana, se propuso flexibilizar varias de las restricciones que promulga el bloqueo económico, permitiendo los viajes y envíos de remesas que habitualmente realizan a la isla los cubano-americanos que viven en EE.UU.; incrementando el flujo e intercambio por motivos culturales, deportivos y religiosos entre ambas naciones; y permitiendo que numerosas empresas norteamericanas puedan vender a Cuba alimentos, medicinas y bebidas, siempre y cuando se realice a través de compras en efectivo. Este último año, algunos pasos importantes, previos al establecimiento de las relaciones, fueron el haber excluido a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo (29 de mayo); la normativa que el Departamento de Estado de EE.UU. publica, de aplicación inmediata, permitiendo a sus ciudadanos importar algunos productos fabricados por empresarios cubanos (13 de febrero); los nuevos servicios e interconexión telefónica directa entre Cuba y EE.UU., suscrito por la firma estadounidense IDT y el monopolio estatal cubano ETECSA (11 de marzo); la misión comercial a La Habana realizada por el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo (20 de abril); las licencias emitidas para el servicio comercial de transbordadores de pasajeros entre EE.UU. y Cuba (5 de mayo) y la apertura de numerosos vuelos diarios a la isla entre los que se incluye la aerolínea American Airlines.

No es inexacto el dato, que salta a simple vista –más aún después de lo dicho por el vicepresidente norteamericano y el canciller cubano en el acto de apertura de la Embajada cubana en Washington– que en las conversaciones quienes han solicitado más son los cubanos y, por primera vez en tantos años, al menos hasta donde se deja ver, los norteamericanos no han condicionado las conversaciones y nuevas relaciones a temas conectados con la libertad y la violación de los derechos humanos en Cuba, cuestión esta que denota madurez política y sinceros deseos de paz en la región.

El éxito de este proceso que ahora ha comenzado de forma irreversible, sin embargo, dependerá en gran medida de los pasos que tome cada gobierno para estimular las reformas del otro. Para EE.UU. eso significa que Barack Obama tendrá que usar capital político para facilitar las propuestas de ley en el Congreso que levantarían sanciones contra la isla. Mientras tanto, Raúl Castro deberá igualmente promover reformas económicas más profundas y cambios políticos que sin duda resultarán muy estimulantes para el levantamiento del embargo y que al mismo tiempo pueden beneficiar al pueblo cubano.

Tampoco hay que desestimar, en estos momentos, que entre los grandes capitales de EE.UU. se están formando grupos de interés de sectores como el agrícola, el farmacéutico, el portuario y el de viajes que apoyarán a Obama y presionarán al Congreso norteamericano para que cristalice todos los acuerdos de reconciliación con la isla con tal de entrar ellos como nuevos inversores; pero habrá que esperar con cautela por cambios estructurales en Cuba que adecuen esta presencia a los estándares económicos y sociopolíticos del país y una modificación a la nueva Ley de Inversión extranjera que no excluya el interés y capital que existe en manos de cubanos que viven fuera de su tierra.

Muchas preguntas quedan inconclusas en espera de nuevas decisiones cuando el “ojo del huracán” pase por La Habana: ¿qué sucederá ahora que con anterioridad no haya ocurrido?, ¿podrá Cuba hacer frente, desde una infraestructura vertical, cansada y no muy creativa, al volumen de turistas, empresarios e inversionistas norteamericanos que pueden llegar a la isla?, ¿cuáles otros asuntos cubanos pueden ser incluidos en la agenda negociadora, además de los ya presentados en torno al bloqueo norteamericano sobre la isla, el cumplimiento de los acuerdos migratorios, la devolución del territorio que actualmente ocupa la base militar norteamericana de Guantánamo, y los temas en torno a la Ley de Ajuste cubano que concede tratamiento migratorio especial a los cubanos que llegan a EE.UU.?, ¿qué opinión merecen estos acuerdos amistosos, apretones de manos y sonrisas en relación al movimiento mundial de izquierda que siempre vio a Cuba como punta de lanza respecto al antiimperialismo?…

Lo innegable es –seamos ingenuos, optimistas o escépticos con lo que ha de pasar, porque en una de estas tres categorías clasificamos todos los cubanos– que estas conversaciones van clausurando una larga etapa de hostilidades entre ambos países. Está por ver, es un enigma para muchos, cómo llega al pueblo sencillo y necesitado de la isla un poco de aire fresco –y otras cosas más– que necesitamos para vivir. Algunos confían en la creación de una especie de Plan Marshall para Cuba y otros en la Ley del derrame socialista que asegura un crecimiento del estándar de la sociedad después de que el aparato del Estado vea saciado su crecimiento y expansión; pero ninguna de estas soluciones nos acercan a lo que, en verdad, todos queremos: prosperidad y tranquilidad, pronta, para Cuba.

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