Las 6 a.m. y Ricitos de Oro

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11 junio 2014
Seguimos viviendo como si fuera de noche, pero en realidad el sol anuncia el nuevo día. La discoteca enciende las luces. Nos echan. George sigue en la barra con Sandy.

Seguimos viviendo como si fuera de noche, pero en realidad el sol anuncia el nuevo día. La discoteca enciende las luces. Nos echan. George sigue en la barra con Sandy. La última copa. Intento salir fuera de ahí. Todos nos dirigimos hacia la salida y se empieza a crear un tapón. Las mujeres rodean el ropero y generan un mayor atasco aún. El humo hace daño a mis ojos. Siempre se me olvida que no estoy hecho para las salidas nocturnas. Pero a George nunca le puedo decir que no cuando me propone algo.

Él sigue dentro. Me quedo fuera esperando y no sé muy bien qué hacer. Hay personas comprando perritos calientes al chino que ha olido un negocio en aprovecharse del hambre que da la madrugada y el apetito que da el alcohol. Varias chicas llaman un taxi entre gritos y risas y se suben en él. Un par de amigos se fuman un porro. Un señor pasea a su perro en el parque de enfrente. Entonces la veo a ella.

Camina a varios pasos detrás de alguien. Es muy guapa. Su cabello, corto y rizado, me recuerda al de Ricitos de Oro, esa niña de los cuentos que me leía mi madre antes de acostarme algunas noche.

Pero ella no sonríe. Tiene la mirada perdida. Parece como si no quisiera seguir a aquel chico. Entonces me ve.

Se queda parada. Tiene unos ojos preciosos. Oscuros como la noche y brillantes como el sol. Nostálgicos como la luna.

Mi corazón da un vuelco. Parece que el suyo también.

Sólo existimos ella y yo. ¿Y si se diera la vuelta y se acercara a mí? ¿Y si el destino la ha puesto ahí para mí?

Nunca me había pasado algo así. Me voy a acercar.

– ¡Venga!

Despierto y veo al hombre al que Ricitos de Oro estaba siguiendo hasta que ha dado conmigo. Ella se gira, dándome la espalda, y le sigue. Como si esa fuera su única opción. Se suben a un coche y se pierden entre el negro de lo que queda de noche y la neblina que trae hoy la madrugada.

– ¡Estabas aquí!

Me doy la vuelta y veo a George y Sandy. Están riéndose por algo que les acaba de pasar. Me ofrecen una calada a un puro. Se la doy y enseguida después nos ponemos en marcha para caminar de vuelta a casa. Sandy se detiene donde el puesto de comida y se compra un perrito. Ya sólo quedan cuatro personas en la puerta. Y ella, ¿dónde estará?

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