La vida no está en cuarentena

Mundo · F.H.
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19 marzo 2020
Antes de la cita de las ocho de la tarde, ese momento en el que agradecemos a la gente que combate contra el COVID 19 su dedicación, antes de ese momento, ayer oí a un adolescente que abrió la ventana y gritó para desahogarse: ¡me aburro! Lo hizo tres veces y su clamor rompió el silencio de la calle desierta. Me di cuenta de que la vida no se para, la vida no está en cuarentena. La prueba de que la vida no está en cuarentena es que los adolescentes gritan por los balcones su tedio, y el tedio de ese chico de dieciséis o diecisiete años es la prueba más evidente de que la vida no se detiene. Mi vecino quiere vivir ahora.

Antes de la cita de las ocho de la tarde, ese momento en el que agradecemos a la gente que combate contra el COVID 19 su dedicación, antes de ese momento, ayer oí a un adolescente que abrió la ventana y gritó para desahogarse: ¡me aburro! Lo hizo tres veces y su clamor rompió el silencio de la calle desierta. Me di cuenta de que la vida no se para, la vida no está en cuarentena. La prueba de que la vida no está en cuarentena es que los adolescentes gritan por los balcones su tedio, y el tedio de ese chico de dieciséis o diecisiete años es la prueba más evidente de que la vida no se detiene. Mi vecino quiere vivir ahora.

Entiendo a los que se vuelven con nostalgia hacia el pasado y entiendo las conversaciones sobre cómo vivíamos cuando la vida era normal y no había COVID 19. Y entiendo a los que hacen planes para cuando esto acabe. Pero el grito de mi vecino adolescente me dice que la vida no está por venir, la vida está ahora entre estas cuatro paredes. Y porque la vida no está en cuarentena podemos llorar ahora a nuestros muertos, que son muchos: habíamos nacido en un mundo en el que nadie se moría o si alguien se moría era a escondidas. Y la vida no está en cuarentena porque de pronto nos hacemos cargo de que la muerte con su gran desafío está siempre cerca, ¡vaya si está cerca!

Y la vida no está en cuarentena porque de pronto nos despertamos a las dos, a las tres, a las cuatro de madrugada pensando en el hospital que está cerca de casa, y en la soledad de quien no puede ser abrazado. De pronto nos hacemos cargo del dolor del mundo. Ese dolor que nos era ajeno. Y nos preguntamos qué sentido tiene. La vida no está en cuarentena y la necesidad es una chispa que enciende las energías para afrontar unas circunstancias inéditas, y ahí están los miles de voluntarios que se ofrecen para repartir comida, y ahí están las zapateras de Petrer y Elda, en Alicante, que han formado una cadena para hacer mascarillas en casa, y ahí están los hosteleros de Madrid que antes de cualquier requisa ofrecieron sus instalaciones.

La vida no está en cuarentena y prueba de ello es que, de pronto, hemos visto a los políticos mostrarse algo unidos. Mi vecino adolescente y yo, entre nuestras cuatro paredes, queremos más que nunca que nuestro tiempo sea útil, queremos querer y queremos ser queridos, mi vecino adolescente y yo no solo queremos resistir, ni aplazar, por eso gritamos al destino, seguimos trabajando, seguimos viviendo.

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