La vida entre cuatro paredes
Decía John Lennon que la vida es eso que pasa mientras hacemos planes. Desde hace ya muchos meses sucede que, aun tomando todas las precauciones del mundo, a veces te llaman para decirte que has estado en contacto estrecho con un positivo. Entonces te tienes que aislar entre cuatro paredes diez o quince días –el protocolo va cambiando– mientras sientes una especie de culpabilidad mezclada con preocupación por todos aquellos con los que te has cruzado antes de confinarte.
Por delante un montón de planes para llenar el tiempo: buenos libros, series pendientes, clásicos del cine, ordenar cajones. Llamadas y mensajes a amigos para que se compadezcan de ti. La reacción más común es “ay pobre”.
Pero entonces me topo con esa palabra “pobre” en un sentido totalmente distinto. Aparece en el diario de Guadalupe Arbona ‘Enredada en azul’, uno de esos libros pendientes que se ha convertido en compañero inesperado del encierro. Guadalupe rescata una anécdota de Las Fundaciones de Santa Teresa, en la que cuenta que de visita en un monasterio se encontró a las monjas mustias porque ya no eran pobres. Santa Teresa escribió “desde entonces me creció deseo de serlo mucho”.
Unas páginas más adelante encuentro otro punto de reconocimiento perfecto para estos días. Dice Arbona: “Me doy cuenta de que el agradecimiento es uno de los sentimientos que predominan en mí. No por mérito propio sino porque se me dan tantas cosas que me siento siempre regalada. A veces el agradecimiento se convierte en algo picante –e incluso hiriente– porque obliga a depender de la gratuidad más que de lo que uno ha hecho. Cuando uno recibe se le ofrece la posibilidad de ser humilde y recibir”. Sucede con el nacimiento de una niña, que siendo esperado trae una alegría sorprendente, casi desconocida, y que lo llena todo.