La vida de Pi

Cultura · Víctor Alvarado
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3 diciembre 2012
Este proyecto ha permanecido casi diez años en la nevera hollywoodiense, tras el rechazo de directores de la talla de M. Night Shyamalan, Alfonso Cuarón o Jean-Pierre Jeunet, hasta que cayó en manos del multipremiado Ang Lee. Este cineasta es recordado por la entretenida Tigre y Dragón (2000), la polémica Brokeback Mountain (2003) o su obra maestra: Sentido y sensibilidad (1995).

Cuenta la historia de una familia a la que la va muy mal en su negocio, ya que es propietaria de un zoológico, por lo que las circunstancias les obligan a emigrar a Canadá. Para ello, realizarán una travesía en un carguero con todos sus animales, aunque todos los planes de prosperar se trastocarán cuando un temporal hunda el barco, lo que supondrá  para el protagonista un viaje interior y una lucha por la supervivencia.

La vida de Pi (2012) está basada en una obra del salmantino Yann Martel, hijo de un diplomático canadiense, que ganó el premio Man Booker Prize  por esa novela que en España editó Destino (siete millones de personas lo han leído en todo el mundo). Ang Lee lo considera un libro de carácter filosófico, lo que contrasta con las creencias del escritor que se considera católico practicante, aunque es un gran admirador de otras religiones como la musulmana y la hinduista.

El largometraje presenta un ritmo lento y duración excesiva, pero muy potente visualmente cercano a la capacidad artística de James Cameron. Ofrece una visión positiva de la religión, presentando a un Dios que sufre con los que sufren y resaltando la figura del hijo del creador que ama y perdona a toda persona arrepentida. Por otro lado, creemos que el cineasta ha dado, como conclusión, una doble visión sobre las grandes religiones, una ecuménica  que se pueden entender como que busca los puntos comunes de todas ellas y otra relativista en la que da lo mismo una que otra.

En relación con este tema, nos ha llamado la atención que el realizador piense que los creyentes ven  la vida del color de rosa frente a los no creyentes tienen los pies en el suelo. De todas formas, si es verdad que la creencia en un ser superior, genera mayor tranquilidad y esa esperanza ayuda a afrontar los problemas de otro modo y con más seguridad.

Finalmente, Tom Hanks  en Náufrago (2000) y Spencer Tracy en El viejo y el mar (1958) habían dejado el listón alto  de actores  que  se "pierden" en la inmensidad del océano. Sin embargo, Suraj Sharma sobre el que recae todo el peso dramático consigue mantener el tipo, no teniendo nada que envidiar a las citadas estrellas. El papel de Gerard Depardieu, a pesar de lo publicitado, es más bien anecdótico.

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