La verdadera paz y esperanza para nuestros pueblos
Frente a la compleja situación que se vive en nuestros países de Colombia, Ecuador y Venezuela, como cristianos es imposible no dejarnos impactar por todo lo acontecido en este último tiempo. Si bien es cierto que se ha logrado superar un momento de particular tensión, gracias a la disposición de dialogo y apertura de los presidentes de nuestros países, el origen de la violencia que se vive en nuestros territorios aún persiste.
La historia demuestra que la violencia no ha sido nunca la solución a los conflictos, por lo tanto cualquier acuerdo político que se pueda alcanzar y mantener debe tener como horizonte el bien común de cada uno de nuestros pueblos.
Más allá de las fronteras y de los sentimientos nacionalistas, nuestros pueblos tienen una historia y cultura que se fundamentan en una identidad común marcada de manera indeleble por la experiencia cristiana. Éste es el factor más importante de unidad que debe tomarse en cuenta a la hora de construir alternativas de convivencia, respeto y paz.
Benedicto XVI ha dicho: "incluso las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a los hombres para una adhesión libre al ordenamiento comunitario" (Spe salvi, 24 a ). Las autoridades electas por el pueblo, como lo son en nuestros países democráticos, tienen como tarea dejar espacio a la libertad de familias, movimientos, asociaciones, iniciativas económicas y sociales que sostienen la sociedad desde la óptica de la subsidiariedad.
Nosotros como cristianos estamos llamados a ser una presencia novedosa en nuestras comunidades para que, a través del encuentro que hemos realizado, seamos verdaderos constructores de una sociedad más humana.
Nuevamente Benedicto XVI afirma: "Se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente" (Spe salvi, 1). Es en este presente, con sus características muy particulares y con la certeza del futuro, que estamos todos llamados al reto de superar divisiones y rechazar toda forma de violencia, contribuyendo a la construcción de nuestros países, donde sea posible una convivencia fraterna y se favorezca el protagonismo de la persona y de la sociedad.
Para nosotros la esperanza no proviene de la política y la verdadera paz no puede ser construida solamente por acuerdos y esfuerzos humanos, sino que es un don. Por eso le pedimos a esta esperanza hecha hombre en la persona de Cristo, que permanece presente entre nosotros que formamos la Iglesia , el precioso don de la paz para nuestros pueblos y para toda Latinoamérica.