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La Venezuela que ya es libre

Editorial · Fernando de Haro
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2 abril 2017
Error de cálculo, nerviosismo por el miedo a perder el poder. En los próximos días se irá aclarando por qué el chavismo protagonizó la semana pasada un autogolpe de Estado y después intentó dar marcha atrás. Todo indica que estamos ante una guerra civil dentro del propio chavismo. Maduro no controla todos los hilos.

Error de cálculo, nerviosismo por el miedo a perder el poder. En los próximos días se irá aclarando por qué el chavismo protagonizó la semana pasada un autogolpe de Estado y después intentó dar marcha atrás. Todo indica que estamos ante una guerra civil dentro del propio chavismo. Maduro no controla todos los hilos.

Los hilos de las decisiones del Tribunal Superior de Justicia, que actúa como Tribunal Constitucional, los controla el Ejecutivo. Y el Ejecutivo, en principio, lo controla Maduro. Pero hay indicios de que las sentencias 155 y 156, que vaciaron de competencias a la Asamblea Nacional, son obra del ala extremista del chavismo liderada por Diosdado Cabello. Una decisión a la que se habría opuesto el propio Maduro. Eso explicaría las críticas de la fiscal general del Estado, Luisa Ortega Díaz, mujer que ha prestado grandes servicios al régimen. Sorprendieron sus declaraciones críticas con el Supremo y la descalificación del autogolpe que hizo el Consejo de Defensa Nacional, un organismo a medida del presidente.

El golpe de la semana pasada, impulsado por el sector radical, llegaba en el momento más inoportuno. Cuando la Organización de Estados Americanos (OE), después de años de dudas, estaba estudiando la aplicación de la Carta Interamericana a Venezuela. Esa carta supone en la práctica extender un certificado de dictadura o semidictadura. Privar al parlamento de sus poderes ha dado al resto de los países de la región motivos para su decisión.

El golpe podía ser inoportuno para quien quería mantener todavía una cierta apariencia de democracia. Pero no para los más extremistas, para esa facción del ejército con negocios de blanqueo y narcotráfico, dispuestos a que no haya más elecciones.

En realidad, el golpe en Venezuela ha sido un golpe a cámara lenta. Primero fue el encarcelamiento de muchos opositores (113 presos políticos), entre los que está Leopoldo López. Luego llegó el bloqueo permanente de la Asamblea, la utilización del Tribunal Supremo para validar un decreto de emergencia alimentaria que había rechazado la oposición, las trabas al referéndum revocatorio y su posterior suspensión, así como la eliminación de las elecciones locales. Y lo último había sido el complejo mecanismo, de cumplimiento obligatorio e imposible, para que los partidos de la oposición se inscribieran, de nuevo, en el Consejo Electoral Nacional. Decisión que, en realidad, suponía que las elecciones presidenciales de 2018 fueran elecciones de partido único.

A lo peor Diosdado Cabello y el ala radical del chavismo no han errado el cálculo y simplemente han buscado subir un grado más la polarización, con violencia en las calles, para justificar la cubanización definitiva del régimen.

Van a ser tiempos políticamente aún más difíciles para Venezuela. La oposición tiene el reto de conseguir la unidad que hasta el momento no ha logrado. Ahora es más que nunca necesario luchar por la libertad, pero no caer en la provocación de un régimen dividido. Todo esto en un país en el que la mitad de los hogares urbanos se encuentra en una situación de extrema miseria y donde el 76 por ciento de la población tiene problemas para alimentarse, recibir medicinas y atención sanitaria. Los ingresos de un 93,3 por ciento de las familias venezolanas son insuficientes para comprar alimentos y el 32,5 por ciento (9,6 millones de personas) solo comen dos o menos veces al día. La inflación es del 1.660 por ciento.

Lo sorprendente es que cuando se vive en las colas (intentando conseguir algo de sustento), dejando de comer para que los hijos tengan un bocado, sin las medicinas más elementales, la violencia solo venga de arriba. Una y otra vez el chavismo incita a la lucha y no encuentra más que respuesta pacífica. Es mucho. Es el síntoma de que existe una Venezuela que ya es libre, que tiene la libertad de no derramar sangre.

Esa Venezuela que ya es libre es la que reparte la “Olla Comunitaria” en muchas iglesias: a la puerta de la catedral de Mérida con el cartel “no se deben hacer colas para comer”. Un plato de comida y un rato de conversación, para no dejarse dominar por la desesperación.

La Venezuela que ya es libre también sufre tras las rejas. Se puede no estar de acuerdo con la posición de Leopoldo López, pero no puede uno dejar de sorprenderse de cómo ha crecido su estatura humana. El poder de los sin poder, como decía Havel.

Hace unos días Leopoldo López contaba lo que le estaba sucediendo en prisión: “el proceso de pensamiento para todos los seres humanos es una conversación con uno mismo, pero es una conversación que en condiciones normales suele pasar desapercibida. En cambio, cuando uno está aislado, en solitario, ese proceso de conversar con uno mismo se hace más notorio y presente”. Y añadía: “antes de estar preso rezaba todos los días. Pero ha sido aquí donde he encontrado el verdadero sentido a la oración. Acá orar es una conversación íntima con Jesús. Es a partir de la oración que he podido construir todo lo demás”. El poder de Leopoldo, como lo fue el de Mandela, el de Luther King, como el de todos aquellos venezolanos que no se dejan dominar por la espiral de odio, que no pierden la esperanza bajo una indeseable dictadura, es el poder de los sin poder.

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