La Transición no se hizo con olvido

España · Stanley Payne
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20 abril 2010
Páginas Digital reproduce algunos párrafos del capítulo dedicado a la Transición en el libro España, una historia única del historiador Stanley Payne por el interés que tienen para comprender lo que ha sucedido en los últimos días con el caso Garzón.

Uno de los requisitos del modelo español de Transición era el rechazo a la política de venganza, lo cual comportaba evitar cualquier búsqueda política o jurídica de "justicia histórica". En esa época, esto era algo que aceptaban totalmente los principales actores políticos (…). La izquierda estaba tan deseosa como la derecha de abrazar esta política, porque, dejando a un lado su retórica y sus gestos típicos, las credenciales democráticas de la izquierda española eran igualmente dudosas, por lo que estaban deseando hacer borrón y cuenta nueva. A pesar de que se dijera que todos los criminales de izquierdas habían sido castigados por Franco, no era cierto, ya que uno de los principales, Santiago Carillo, fue una de las figuras más destacadas de la Transición. Se decidió conscientemente evitar cualquier iniciativa relativa a la justicia histórica, porque todos eran conscientes de que esta empresa la había abordado la Segunda República de forma vengativa entre 1931-1932 y, posteriormente, con mucha mayor brutalidad el régimen de Franco.

(…) El "pacto del olvido" no es más que un lema propagandístico. No existió tal cosa. La Transición se caracterizo justamente por lo contrario, puesto que se basó en una profunda conciencia de los fracasos del pasado y en la decisión de evitarlos. De hecho, como Paloma Aguilar ha escrito, "pocos procesos de cambio político han estado tan inspirados por el recuerdo del pasado y por las lecciones asociadas al mismo, como el español". En realidad es imposible ningún otro caso en el que esta conciencia fuera mayor. No se acordó imponer el "silencio", sino que los conflictos históricos quedarían en manos de historiadores y periodistas, y que los políticos no los utilizarían en la pugna partidista, que se centraría en los problemas presentes y futuros.

(…) En líneas generales, todos los grandes partidos mantuvieron el rechazo consensuado a la politización de la historia de la Guerra Civil y de la dictadura hasta 1993, cuando los socialistas se vieron en grave peligro de perder las elecciones generales por primera vez en más de una década. En ese momento, Felipe González puso un especial empeño en advertir que votar al PP conllevaba el gran riesgo de restaurar algunos de los más sombríos aspectos del franquismo. Esto equivalía a lo que en los Estados Unidos de las décadas posteriores a la guerra civil americana se denominó "agitar la camisa ensangrentada", recordando a sus votantes el precio que se había pagado y aduciendo que votar a los rivales demócratas supondría el retorno del "poder esclavista". Esta actitud en ocasiones le fue útil a los republicanos, pero no siempre, y en España cada vez fue siendo menos positiva para los socialistas durante los comicios de 1996 y 2000. En 2002, después del fracaso total de los socialistas dos años antes, hubo un momento en el que José María Aznar declaró que el uso del pasado reciente para fines partidistas había quedado enterrado.

Era una afirmación prematura porque, una vez fuera de la botella, el genio se fue convirtiendo en un rasgo cada vez más habitual de la política española. Jordi Pujol, normalmente sensato, ya había hecho anteriormente referencias politizadas a la Guerra Civil, e incluso el PP acabaría por hacer algo similar ante el nuevo programa izquierdista desarrollado por Zapatero después de 2004. Para la izquierda, ese recurso se convirtió simplemente en práctica habitual.

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