Nightcrawler

La traición al periodismo

Cultura · Juan Orellana
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29 enero 2015
Desgraciadamente hoy son muchos los profesionales de la información que, voluntariamente o no, han renunciado a la ética periodística en aras de índices de audiencia, números de visitantes o ejemplares vendidos. La facturación se ha impuesto a la verdad, el dinero a la información objetiva. Todo vale para vender más. La verdad de los hechos pasa a segundo plano, se ha creado un clima en el que hacer periodismo serio es nadar contra corriente.

Desgraciadamente hoy son muchos los profesionales de la información que, voluntariamente o no, han renunciado a la ética periodística en aras de índices de audiencia, números de visitantes o ejemplares vendidos. La facturación se ha impuesto a la verdad, el dinero a la información objetiva. Todo vale para vender más. La verdad de los hechos pasa a segundo plano, es una irrelevante excusa para contar lo que vende más, lo que responde mejor a los intereses mezquinos del medio o del periodista en cuestión. Afortunadamente no todos los medios se comportan así, pero se ha creado un clima en el que hacer periodismo serio es nadar contra corriente. Se conoce como nightcrawler (merodeador de la noche) a la versión televisiva del paparazzi de las revistas, es decir, al reportero que aparece con su cámara en la escena de un crimen o de un accidente para captar las imágenes más impactantes.

Nightcrawler, nominada al Oscar por su guión, es una crítica implacable a una forma de entender el trabajo de informador tan inmoral que destruye todo lo que toca… pero que conduce al éxito. Louise Bloom (un estremecedor Jake Gyllenhaal) es un solitario buscavidas, delincuente de poca monta, que desea trabajar en algo que le proporcione suficientes ingresos económicos. Cuando descubre que un video doméstico que capte un suceso callejero relevante es susceptible de ser vendido a una televisión, decide convertirse en un profesional de los sucesos locales. Intercepta la radiofrecuencia de la policía de Los Ángeles para presentarse en el lugar de los hechos antes que nadie, grabar el suceso y vender la grabación rápidamente a una televisión. Comprueba que cuanto más morbosa es la grabación, más se paga por ella, hasta que encuentra a Nina Romina (Rene Russo, esposa del cineasta en la vida real), editora de informativos de una cadena local, que se muestra muy interesada en sus productos. Comienza entre ellos una colaboración que va a violar todos los códigos éticos de la profesión.

El director y guionista Dan Gilroy deja muy claro que Bloom es un personaje abominable antes de acercarse al reporterismo, y que las claves de su éxito están en haber traicionado por completo su conciencia. Los seres humanos con los que se topa, incluido su ayudante Rick (Riz Ahmed), son meros medios para conseguir dinero. Herramientas de usar y tirar, sin que medie la más mínima empatía afectiva con ellos. Sin embargo, Gilroy quiere llegar a comprenderle: “Sólo es un joven desesperado, y en el mundo hay muchos jóvenes desesperados que se ven forzados, según mi parecer, a tomar decisiones y a aceptar trabajos que en condiciones normales rechazarían”.

Para aumentar la veracidad del film y su carácter de fábula moral urgente, en él hacen cameos todas las estrellas de los informativos televisivos de Los Ángeles, como Kent Shocknek, Pat Harvey, Rick García, Sharon Tay o Bill Seward. “Quisimos reflejar este pequeño nicho de mercado y los medios de Los Ángeles de la forma más realista posible, y dejar que el espectador decida quién es el malo y dónde radica el problema”, declara el cineasta.

Este director, guionista de títulos como El sueño de Alexandria, Apostando al límite, Acero puro y El legado de Bourne, debuta detrás de la cámara con este film que ha cosechado críticas muy positivas. Ha contado con una interesante banda sonora de James Newton Howard. Estas declaraciones expresan bien su preocupación de fondo: “Creo que en cuanto se pretende que los informativos de un medio ganen dinero, las noticias se convierten en un entretenimiento, y pienso que todos perdimos un gran valor cuando aquello sucedió porque, más que obtener historias en detalle que nos educan y nos informan, nos dan narrativas confeccionadas para vender un producto. La narrativa de Los Ángeles, y creo que la de la mayoría de cadenas de información locales –Michael Moore lo trató en Bowling for Columbine–, es la narrativa del miedo”.

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