“La sacralización de la política es el resultado de una laicidad”
Decías, Víctor, que hay indicadores que parecen señalar hacia una convulsión social como tercer tsunami de la pandemia.
Sí, los expertos que miden lo que se llama estrés social o político, llevan años advirtiendo de que EE.UU estaba alcanzando cotas de estrés no vista desde antes de la guerra civil americana, porque hay una serie de variables tangibles, como la desigualdad o la deuda pública que se han disparado, los salarios que se han estancado, pero junto a eso también existen otras variables intangibles, como esas fotos, la ocupación del congreso con esos militantes con sombreros de cuernos, toda esa agitación. Estamos en un momento en EE.UU, y normalmente EE.UU suele ser tendencia en muchas cosas, de gran polarización y tribalización de nuestras democracias.
Tú has recetado soluciones en tu libro ‘Decálogo del buen ciudadano’, donde además de análisis hay soluciones. Dices que vivimos un tiempo de egocentrismo narcisista en el que hay responsabilidades de la derecha y de la izquierda. Dices que la derecha ha matado a Dios.
Creo que la derecha tenía desde siempre un ideal trascendente, que ha sido el Dios cristiano, la democracia cristiana. Los democristianos son los fundadores, no solo de la Unión Europea tal como la conocemos sino también de los estados del bienestar modernos, pero esos pensadores políticos como Adenauer o Kohl, fueron sustituidos desde finales del siglo pasado por políticos oportunistas como Berlusconi, Boris Johnson, Trump, por referirme solo a políticos fuera de nuestras fronteras. Son políticos que han antepuesto la idea de que te puedes enriquecer a costa de todo, que lo único que importa es enriquecerse, que la ambición es buena, la avaricia, y una serie de valores que creo que van contra el cristianismo y la democracia cristiana. Por suerte, quedan algunos resquicios, como Ursula von der Meyer o Merkel, dos políticas democristianas muy sensatas pero son básicamente la excepción. Lo que estamos viendo en la derecha es un tsunami de políticos oportunistas y ultraliberales, pero en el libro también golpeo lo mismo, o más, en la izquierda, por eso resulta incómodo.
Dices que la izquierda se ha hecho individualista, que ha eliminado al dios de la patria.
La izquierda se considera normalmente como defender los valores comunes, pero eso ya no es así. Se ha vuelto tremendamente individualista, la socialdemocracia que construyó el estado del bienestar se fundamentaba en una idea de patriotismo muy fuerte hasta los años sesenta, recordemos a Kenedy diciendo que no nos preguntemos qué puede hacer tu país por ti sino qué puedes hacer tú por tu país. Esa idea de patriotismo la ido abandonando paulatinamente y lo podemos comprobar claramente. Antes la izquierda pedía sacrificios y deberes a los ciudadanos. Ahora no hables a la izquierda de deberes ni de sacrificios, todo lo contrario. Los puntales de la izquierda, como el economista Piketty, lo que dicen es que en lugar de cumplir con un servicio militar o civil obligatorio, lo que tiene que hacer el Estado es darte un dinero cuando cumplas veinte años, etc. Creo que ese es el problema fundamental, que la izquierda también ha girado hacia ese individualismo, con lo cual tenemos un individualismo fomentado por ambos bandos.
En tu libro es interesante la investigación religiosa que haces, reclamando lo religioso para tener una vida pública buena. Es curioso porque en España se ha insistido mucho en que el factor religioso era un factor privado, que no tenía nada que ver con la dimensión pública, pero deduzco de tu libro que reivindicas el valor de lo religioso para que la sociedad esté mejor organizada.
Sin duda alguna. De hecho, lo que nos distingue a los seres humanos de los animales es que nosotros buscamos un sentido a nuestra vida, tenemos una vocación religiosa innata en nosotros y creo que en el progreso de la humanidad tiene que ver la idea de Dios, que es una idea genial porque iguala a todos los seres humanos. Si existe un dios, no hay nadie que pueda ser dios en la sociedad, y es el fundamento básico de la democracia norteamericana. Me parece esencial para el funcionamiento de la sociedad, y por eso he escrito un libro y no solo un artículo, pero creo que eso que hay que matizarlo. Lo que digo en el libro es que si nos falta un ideal trascendental que dé sentido a nuestra vida cotidiana, en lo privado –que puede ser un Dios cristiano para mucha gente o puede ser a religión cívica como ha sido el patriotismo tradicionalmente para otra mucha gente de izquierdas, la alternativa laica a Dios–, si no tenemos esa idea trascendental, vamos a buscar el sentido de nuestra vida, como necesidad innata de los seres humanos, intentando llenarla con otros ingredientes, como por ejemplo la política.
Dices que cuanto más ateos somos, más mesiánica se pone la política.
Lo estamos viendo en EE.UU con Trump, que es la última persona que podríamos considerar un santo y sus seguidores se han convertido en fanáticos religiosos. Lo hemos visto con muchísimos líderes revolucionarios de la izquierda, todas las utopías comunistas se han alimentado de una comparación con lo religioso. Desde la Revolución francesa, con una comparación de Robespierre, que intentó suplantar a la máxima autoridad religiosa de su época, y la idea de las utopías revolucionarias comunistas, y creo que eso es terrible. Por tanto, si carecemos de ese ideal trascendental que dé sentido a nuestra vida, lo vamos a buscar en otro sitio, y fundamentalmente en la política. Asistiremos a la “religiosización” de la política, y la política, en lugar de ser una discusión sobre políticas públicas viendo cuáles funcionan mejor y cuáles peor, se convierte en una lucha cósmica entre el bien y el mal cuando se convierte en un espacio de religión. Lo que yo reivindico es que en lo privado tengamos un sentido de la vida religioso, pero luego en lo público y en la política seamos lo más pragmáticos posible, que intentemos “desreligiosizar” la cuestión política.
Si no te entiendo mal, una excesiva secularización termina sacralizando la política.
Efectivamente, creo que la sacralización de la política es el resultado de una laicidad, paradójicamente. Es la paradoja que intento subrayar en mi libro, y sé que es un mensaje incómodo para mucha gente de izquierdas y también de derechas.